Segundo Libro de los Reyes

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Capítulo 1

1Moab se rebeló contra Israel tras la muerte de Ajab. 2Ocozías cayó del balcón de su cámara alta en Samaría, quedando malherido, y envió mensajeros, diciéndoles: «Id a consultar a Baal Zebub, el dios de Ecrón, para conocer si he de reponerme de estas heridas». 3El Ángel del Señor dijo entonces a Elías, el tesbita: «Álzate, sube al encuentro de los mensajeros del rey de Samaría y diles: “¿No hay acaso Dios en Israel para que vayáis a consultar a Baal Zebub, el dios de Ecrón?”. 4Por eso, así habla el Señor: “No bajarás jamás de la cama a la que has subido. Morirás sin remedio”». Y Elías se fue. 5Volvieron los mensajeros ante Ocozías y él les preguntó: «¿Qué sucede para que hayáis vuelto?». 6Ellos le respondieron: «Un hombre nos salió al encuentro y nos dijo: “Volved al rey que os ha enviado y comunicadle: Así habla el Señor: ¿No hay acaso Dios en Israel para que envíes a consultar a Baal Zebub, el dios de Ecrón? Por eso, no bajarás jamás de la cama a la que has subido. Morirás sin remedio”». 7Ocozías preguntó: «¿Cómo era el hombre que salió a vosotros para hablaros así?». 8Le respondieron: «Uno vestido de pieles y con una faja ceñida a la cintura». Él reconoció: «Es Elías, el tesbita». 9Entonces envió un jefe de cincuenta con sus hombres, que subieron a donde estaba Elías y lo encontraron sentado en lo alto de la montaña. El jefe de los cincuenta le dijo: «Hombre de Dios, el rey ha ordenado: “Desciende”». 10Respondió Elías: «Si efectivamente soy un hombre de Dios, descienda fuego del cielo y te consuma a ti y a tus cincuenta hombres». Y descendió un fuego del cielo que lo consumió junto a sus cincuenta hombres. 11El rey volvió a enviar otro jefe de cincuenta hombres, quien subió de nuevo diciendo: «Hombre de Dios, así dice el rey: “¡Desciende sin demora!”». 12Pero Elías le respondió: «Si efectivamente soy un hombre de Dios, descienda fuego del cielo y te consuma a ti y a tus cincuenta hombres». Y descendió un fuego del cielo que lo devoró junto a sus cincuenta hombres. 13El rey envió un tercer jefe de cincuenta con sus cincuenta hombres. Subió el tercer jefe de cincuenta, pero, al llegar, cayó de rodillas ante Elías y le suplicaba diciendo: «Hombre de Dios, te ruego que respetes mi vida y la de estos cincuenta servidores tuyos. 14Mira que ya descendió un fuego del cielo y devoró a los dos jefes de cincuenta anteriores y a los cincuenta hombres de cada uno. Pero ahora, respeta mi vida». 15El Ángel del Señor dijo a Elías: «Desciende con él, no tengas miedo ante él». Entonces se levantó y descendió con él adonde estaba el rey. 16Le dijo: «Así dice el Señor: Por haber enviado mensajeros a consultar a Baal Zebub, el dios de Ecrón, como si en Israel no hubiera Dios a quien consultar, para que envíes a consultar a Baal Zebub, el dios de Ecrón, por eso, no bajarás jamás de la cama a la que has subido. Morirás sin remedio». 17Y murió conforme a la palabra del Señor que Elías había pronunciado. Como no tenía hijos, le sucedió en el trono su hermano Jorán, el año segundo de Jorán, hijo de Josafat, rey de Judá. 18El resto de los hechos de Ocozías, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel?

Capítulo 2

1Y sucedió que cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en la tempestad, Elías y Eliseo partieron de Guilgal, 2y Elías dijo a Eliseo: «Quédate aquí, pues el Señor me envía a Betel». Eliseo contestó: «¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!». Y bajaron ambos a Betel. 3La comunidad de los profetas que allí moraba salió al encuentro de Eliseo y le dijeron: «¿Sabes que el Señor arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?». Eliseo respondió: «Claro que lo sé. ¡Callad!». 4Elías ordenó: «Eliseo, quédate aquí, porque el Señor me envía a Jericó». Eliseo respondió: «¡Vive Dios! ¡Por tu vida, yo no te dejaré!». Y así llegaron a Jericó. 5La comunidad de los profetas que moraba en Jericó se acercó a Eliseo y le dijeron: «¿Sabes que el Señor arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?». Él respondió: «Claro que lo sé. ¡Callad!». 6Y Elías le dijo: «Quédate aquí, porque el Señor me envía al Jordán». Eliseo volvió a responder: «¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!»; y los dos continuaron el camino. 7Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas iban también de camino y se pararon frente al río Jordán, a cierta distancia de Elías y Eliseo, los cuales se detuvieron a la vera del Jordán. 8Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas. Se separaron estas a un lado y a otro, y pasaron ambos sobre terreno seco. 9Mientras cruzaban, dijo Elías a Eliseo: «Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea arrebatado de tu lado». Eliseo respondió: «Por favor, que yo reciba dos partes de tu espíritu». 10Respondió Elías: «Pides algo difícil, pero si alcanzas a verme cuando sea arrebatado de tu lado, pasarán a ti; si no, no pasarán». 11Mientras ellos iban conversando por el camino, de pronto, un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Subió Elías al cielo en la tempestad. 12Eliseo lo veía y clamaba: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carros y caballería de Israel!». Al dejar de verlo, agarró sus vestidos y los desgarró en dos. 13Recogió el manto que había caído de los hombros de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla. 14Tomó el manto que había caído de los hombros de Elías y golpeó con él las aguas, pero no se separaron. Dijo entonces: «¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?». Golpeó otra vez las aguas, que se separaron a un lado y a otro, y pasó Eliseo sobre terreno seco. 15Cuando la comunidad de los profetas lo vio venir hacia ellos, dijeron: «El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo». Y fueron a su encuentro y se postraron en tierra ante él, 16diciendo: «Tus servidores cuentan con cincuenta hombres de guerra. Permite que marchen para buscar a tu señor. El espíritu del Señor tal vez se lo ha llevado y lo haya arrojado sobre alguna montaña o valle». Él les dijo: «No enviéis a nadie». 17Pero tanto le insistieron, que finalmente asintió diciendo: «Enviadlos». Ellos enviaron cincuenta hombres que estuvieron tres días buscándolo, mas no lo hallaron. 18Al regresar a Jericó, donde se había quedado Eliseo, les recordó este: «¿No os ordené que no fueseis?». 19Los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: «El emplazamiento de la ciudad es bueno, como mi señor puede apreciar, pero el agua es mala y la tierra lo aborta todo». 20Él les contestó: «Traedme una olla nueva y poned sal en ella». Cuando se la trajeron, 21salió hacia el lugar del manantial, lo roció con la sal y dijo: «Así dice el Señor: “Yo he saneado esta agua; ya no surgirán de aquí muerte o esterilidad”». 22Y quedó saneada el agua hasta el día de hoy, conforme a la palabra que había pronunciado Eliseo. 23Más adelante subió de allí a Betel y, según subía por el camino, unos cuantos muchachos salieron de la ciudad y se burlaban de él diciendo: «¡Sube, calvo; sube, calvo!». 24Él se volvió, se les quedó mirando y los maldijo en el nombre del Señor. Entonces salieron dos osos del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de aquellos muchachos. 25De allí se fue al monte Carmelo, de donde regresó a Samaría.

Capítulo 3

1Jorán, hijo de Ajab, inició su reinado sobre Israel en Samaría el año dieciocho de Josafat, rey de Judá, y reinó doce años. 2Hizo el mal a los ojos del Señor, aunque no como su padre y su madre, ya que hizo desaparecer la estela de Baal que había erigido su progenitor. 3Mas siguió apegado a los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel, sin retractarse de ellos. 4Mesá, rey de Moab, poseía ganado lanar y pagaba al rey de Israel cien mil corderos y la lana de cien mil carneros, 5pero, a la muerte de Ajab, el rey de Moab se rebeló contra el de Israel. 6El rey Jorán salió aquel día de Samaría y pasó revista a todo Israel. 7Se puso en marcha y mandó decir a Josafat, rey de Judá: «El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Vas a venir conmigo a la guerra contra Moab?», y respondió Josafat: «Subiré. Yo y tú; mi pueblo y tu pueblo, mis caballos y tus caballos seremos una misma cosa. 8¿Por qué camino hemos de subir?». El rey Jorán respondió: «Por el camino del desierto de Edón». 9Así, los monarcas de Israel y Judá y el de Edón iniciaron la marcha y recorrieron el camino de siete días. Faltó entonces el agua para el campamento y para las bestias de carga que los seguían. 10Exclamó el rey de Israel: «¡Ay! ¡Ha convocado el Señor a tres reyes para entregarlos en manos de Moab!». 11Preguntó Josafat: «¿No hay aquí algún profeta del Señor para consultar al Señor por medio de él?». Uno de los servidores del rey de Israel respondió: «Está Eliseo, hijo de Safat, el que vertía el agua sobre las manos de Elías». 12Y Josafat afirmó: «Por él llega la palabra del Señor». Jorán, Josafat y el rey de Edón bajaron entonces adonde estaba él, 13mas Eliseo habló al rey de Israel: «¿Qué tenemos que ver tú y yo? ¡Acude a los profetas de tu padre o a los de tu madre!». El rey de Israel respondió: «No (hables así), pues el Señor ha convocado a estos tres reyes para entregarlos en manos de Moab». 14Eliseo dijo entonces: «Vive el Señor del universo a quien sirvo, que si no fuera por la consideración que Josafat, rey de Judá, me merece, no había de mirarte ni te prestaría atención. 15Traedme ahora un músico. Mientras el músico tañía, la mano del Señor vino sobre Eliseo, 16que profetizó: «Así dice el Señor: “Excavad en este valle albercas y más albercas”, 17pues, así dice el Señor: “No podréis vislumbrar viento ni lluvia y, sin embargo, se colmará de agua esta torrentera y beberéis vosotros y vuestros ejércitos y ganados”. 18No se contenta con esto el Señor, porque entregará también a Moab en vuestras manos: 19tomaréis, pues, todas las ciudades amuralladas, talaréis los mejores árboles, cegaréis todas las fuentes y cubriréis con piedras los campos más fértiles». 20A la mañana siguiente comenzó a llegar agua de la dirección de Edón, a la hora de la ofrenda, y la tierra se inundó completamente. 21Los moabitas habían oído que los reyes subían para atacarlos. Movilizaron a todos, desde los que estaban ya en edad de ceñir espada en adelante, apostándose con ellos en la frontera. 22El sol brillaba sobre las aguas cuando se levantaron de mañana y, al ver de frente las aguas rojas como sangre, 23exclamaron: «Es sangre. Los reyes se han pasado a espada unos a otros, se han matado entre sí. Así que, ¡al botín, Moab!». 24Pero, cuando llegaron al campamento de Israel, se alzaron los israelitas para combatir a los moabitas que huían delante de ellos. Avanzaron con ímpetu y derrotaron a Moab, 25hasta demoler todas sus ciudades. Cada uno arrojó una piedra sobre las tierras fértiles hasta cubrirlas, cegando así todos los manantiales, y talaron también los árboles frutales. Solo parecían incólumes las murallas de Quir Jeres, hasta que los honderos pusieron cerco a la ciudad y la destruyeron. 26Al ver que la batalla arreciaba en su contra, el rey de Moab tomó consigo setecientos hombres empuñando espadas y trató de abrir brecha en dirección hacia el rey de Siria, mas no lo consiguieron. 27Tomó entonces a su primogénito, el que había de reinar tras él, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. Entonces una cólera inmensa se desató entre los israelitas, que se retiraron, apartándose de él, para regresar a su país.

Capítulo 4

1La mujer de uno de la comunidad de los profetas clamó a Eliseo diciendo: «Tu servidor, mi marido, ha muerto. Sabes que tu siervo temía al Señor y ahora viene un acreedor a llevarse a mis dos hijos como esclavos». 2Eliseo le preguntó: «¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en casa?». Ella respondió: «Tu sierva no tiene nada en casa, excepto una alcuza de aceite». 3Él le dijo: «Anda y pide a todas tus vecinas vasijas de las de importación, vasijas que estén vacías, y no te vayas a quedar corta al final. 4Entra luego y cierra la puerta tras de ti y de tus hijos. Vierte (aceite) en todas las vasijas, poniendo aparte las llenas». 5La mujer lo dejó y cerró la puerta tras de sí y de sus hijos. Mientras ellos le acercaban las vasijas, ella vertía el aceite. 6Cuando estuvieron llenas, dijo a su hijo: «Tráeme otra vasija», y él le respondió: «Ya no quedan más». Entonces dejó de fluir el aceite 7y ella fue a decírselo al hombre de Dios, quien dijo: «Ve a vender el aceite y paga a tu acreedor. Así tú y tus hijos podréis vivir de lo restante». 8Pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba. 9Ella dijo a su marido: «Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. 10Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse». 11Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó, 12y dijo a Guejazí, su criado: «Llama a esta sunamita». La llamó; ella vino y se quedó de pie ante él. 13Eliseo dijo entonces a su criado: «Dile: Te has tomado todas estas molestias por nosotros…, ¿qué podemos hacer por ti?; ¿hemos de hablar en tu favor al rey, o al jefe del ejército?». Respondió ella: «Yo vivo tranquila entre las gentes de mi pueblo». 14Tras irse se preguntó Eliseo: «¿Qué podemos hacer entonces por ella?». Respondió Guejazí: «Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano». 15Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada. 16Eliseo le dijo: «El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo». Ella respondió: «No, mi señor, no engañes a tu servidora». 17Mas la mujer concibió, dando a luz un niño en el tiempo que le había anticipado Eliseo. 18 El niño creció y un día fue adonde estaba su padre con los segadores, 19y se quejó: «¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!». El padre ordenó a un criado: «Llévalo a su madre». 20El criado tomó al niño y lo llevó a su madre. Estuvo sentado en las rodillas maternas hasta el mediodía y luego murió. 21Entonces ella lo subió y lo acostó sobre el lecho del hombre de Dios. Cerró la puerta y salió. 22Llamó a su marido y le dijo: «Envíame uno de los criados y una de las burras. Voy corriendo al hombre de Dios y vuelvo». 23«¿Por qué vas adonde está él? Hoy no es novilunio ni sábado», preguntó él. Pero ella se despidió: «Paz». 24Hizo aparejar la burra y dijo a su criado: «Conduce: en marcha y no me frenes el trote, a no ser que te lo diga». 25Marchó, pues, y llegó adonde estaba el hombre de Dios en el monte Carmelo. Cuando el hombre de Dios la vio a lo lejos, dijo a su criado Guejazí: «Ahí viene aquella mujer sunamita. 26Corre a su encuentro y pregúntale: “¿Estás bien? ¿Está bien tu marido? ¿Está bien el niño?”». Ella respondió: «Bien». 27Pero cuando llegó ante el hombre de Dios, a lo alto del monte, se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: «Déjala, porque está pasando una amargura, pero el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha manifestado». 28Ella exclamó: «¿Pedí yo acaso un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me engañaras?». 29Y él mandó a Guejazí: «Ciñe tu cintura y toma mi bastón en tu mano. Si encuentras a alguien, no lo saludes, y, si alguien te saluda, no le respondas. Ve y coloca mi bastón sobre la cara del niño». 30Pero la madre del niño dijo: «¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré». Entonces él se alzó y marchó tras ella. 31Llegó Guejazí antes que ellos y colocó el bastón sobre la cara del niño, pero no se escuchaba voz ni respuesta. Se volvió al encuentro de Eliseo y le dijo: «El niño no ha despertado». 32Eliseo entró en la casa; allí estaba el niño, muerto, acostado en su lecho. 33Entró, cerró la puerta con ellos dos dentro y oró al Señor. 34Luego subió al lecho, se tumbó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos con manos. Manteniéndose recostado sobre él la carne del niño iba entrando en calor. 35Pasado un rato, bajó Eliseo y se puso a caminar por la casa de acá para allá. Volvió a subirse y se recostó sobre él. Entonces el niño estornudó y abrió los ojos. 36Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita», y la llamó. Al entrar, él le dijo: «Toma tu hijo». 37Y ella se echó a sus pies postrada en tierra. Luego, tomando a su hijo, salió. 38Eliseo regresó a Guilgal cuando hubo hambruna en el país. La comunidad de los profetas estaba ante él y él dijo a su criado: «Coloca la olla grande y cuece un potaje para la comunidad de los profetas». 39Uno de ellos fue al campo a recoger hierbas; encontrando unas cepas, arrancó calabazas silvestres hasta llenar su vestido. Llegó y, sin saber lo que eran, las cortó en pedazos en la olla del potaje. 40Lo sirvieron a los hombres para que comieran; cuando la probaron, se pusieron a gritar: «¡Muerte en la olla, hombre de Dios, muerte!». Y no podían comer. 41Entonces él mandó: «Traedme harina». Y echándola en la olla volvió a mandar: «Servidlo a la gente y que coman». Y no había ya mal alguno en la olla. 42Acaeció que un hombre de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo: «Dáselo a la gente y que coman». 43Su servidor respondió: «¿Cómo voy a poner esto delante de cien hombres?». Y él mandó: «Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor: “Comerán y sobrará”». 44Y lo puso ante ellos, comieron y aún sobró, conforme a la palabra del Señor.

Capítulo 5

1Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era hombre notable y muy estimado por su señor, pues por su medio el Señor había concedido la victoria a Siria. Pero, siendo un gran militar, era leproso. 2Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. 3Dijo ella a su señora: «Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra». 4Fue (Naamán) y se lo comunicó a su señor diciendo: «Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel». 5Y el rey de Siria contestó: «Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel». Entonces tomó en su mano diez talentos de plata, seis mil siclos de oro, diez vestidos nuevos 6y una carta al rey de Israel que decía: «Al llegarte esta carta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra». 7Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, diciendo: «¿Soy yo Dios para repartir vida y muerte? Pues me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra. Daos cuenta y veréis que está buscando querella contra mí». 8Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran: «¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel». 9Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. 10Envió este un mensajero a decirle: «Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio». 11Naamán se puso furioso y se marchó diciendo: «Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. 12El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio». Dándose la vuelta, se marchó furioso. 13Sus servidores se le acercaron para decirle: «Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!». 14Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio. 15Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando: «Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo». 16Pero Eliseo respondió: «Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada». Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó. 17Naamán dijo entonces: «Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor. 18Perdone el Señor a su servidor porque, cuando mi señor entra en el templo de Rimmón para postrarse en adoración, se apoya en mi brazo, de manera que tengo yo que postrarme en el templo de Rimmón. Así que, cuando me postro en el templo de Rimmón, que el Señor perdone a tu servidor por ello». 19Y Eliseo le bendijo: «Ve en paz».Cuando se había alejado de él a una cierta distancia, 20Guejazí, el criado del hombre de Dios, pensó para sí: «Mi amo ha dejado marchar a ese arameo, sin aceptar lo que traía. ¡Vive el Señor que correré para conseguir algo de ese Naamán!». 21Y se precipitó Guejazí tras este, que, al ver que lo seguía corriendo, se apeó del carro, fue a su encuentro y le preguntó: «¿Está todo bien?». 22Respondió Guejazí: «Todo bien. Mi señor me envía a decirte: “Dos jóvenes de la comunidad de los profetas acaban de llegar a mí desde la montaña de Efraín. Por favor, dame para ellos un talento de plata y dos mudas de ropa”». 23Naamán contestó: «Acepta, por favor, dos talentos». Le insistió y, envolviendo los dos talentos de plata en bolsas, se las entregó, junto con dos mudas de ropa, a dos de sus criados para que se los llevasen. 24Al llegar al Ófel, recogió Guejazí todo lo que le entregaron y lo depositó en la casa. Luego despidió a los hombres y estos se marcharon. 25Entró y se presentó a su señor. Eliseo le dijo: «¿De dónde vienes, Guejazí?», y él respondió: «Tu servidor no ha ido a ninguna parte». 26Eliseo le dijo: «¿No iba mi espíritu por el camino cuando un hombre se apeó de su carro a tu encuentro? ¿Es este el tiempo de recibir plata y adquirir ropas, olivares y viñas, rebaños de ovejas y bueyes, servidores y servidoras? 27La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tus descendientes para siempre». Y Guejazí salió de su presencia con lepra blanca como la nieve.

Capítulo 6

1La comunidad de los profetas dijo a Eliseo: «Mira, el lugar en el que residimos bajo tu guía es demasiado estrecho para nosotros. 2Iremos al Jordán, tomaremos una viga cada uno y nos construiremos allí un lugar donde habitar». Él respondió: «Id». 3Uno de ellos preguntó: «¿Querrás, por favor, venir con tus servidores?». Él respondió: «Sí, iré». 4Los acompañó y, al llegar al Jordán, se pusieron a cortar madera. 5Cuando uno de ellos derribaba un tronco, el hierro del hacha cayó al agua y gritó: «¡Ay, mi señor, que era prestada!». 6El hombre de Dios preguntó: «¿Dónde ha caído?». Le indicó el lugar y (Eliseo) cortó un palo, lo tiró hacia allí y sacó el hierro a flote. 7Y dijo: «Súbelo»; y él extendió su mano alcanzándolo. 8El rey de Siria se hallaba en guerra con Israel y celebró consejo con sus servidores diciendo: «Acamparé en tal y tal lugar». 9El hombre de Dios mandó decir al rey de Israel: «Cuidado con pasar por tal lugar, porque los arameos están allí acampados». 10El rey de Israel envió entonces a reconocer el lugar que el hombre de Dios le había dicho. Este le alertaba y se montó guardia allí, no una ni dos, sino más veces. 11El rey de Siria, muy alarmado por este hecho, convocó a sus oficiales para inquirirles: «¿No sois capaces de asegurar la información? ¿Quién de los nuestros está de parte del rey de Israel?». 12Uno de los oficiales dijo: «Nadie, oh rey, mi señor. Lo que sucede es que Eliseo, el profeta que hay en Israel, comunica al rey de Israel todo lo que tú dices en el interior de tu cámara». 13El rey respondió: «Id y averiguad dónde se encuentra para enviar a prenderlo». Después le informaron: «Está en Dotán». 14Y envió allí carros y caballos junto a un fuerte destacamento, los cuales llegaron de noche y pusieron cerco a la ciudad. 15Cuando el criado del hombre de Dios se levantó de mañana y salió fuera, viendo el destacamento que rodeaba la ciudad con carros y caballos, preguntó: «¡Ay, mi señor!, ¿cómo vamos a hacer?». 16Y Eliseo respondió: «No temas. Son más los que están con nosotros que con ellos». 17Luego se puso a orar diciendo: «Abre, Señor, sus ojos para que vea». Entonces el Señor abrió los ojos del criado, quien vio la montaña cubierta de caballos y carros de fuego en torno a Eliseo. 18Los arameos descendieron contra él y Eliseo suplicó al Señor diciendo: «Hiere a esas gentes con una luz cegadora». Y quedaron deslumbrados conforme a la palabra de Eliseo. 19Él les dijo: «No es este el camino ni es esta la ciudad. Seguidme y os conduciré al hombre que buscáis». Y los condujo a Samaría. 20Cuando entraban allí, Eliseo oró de nuevo: «Ábreles, Señor, los ojos para que vean». Entonces el Señor abrió sus ojos y vieron sorprendidos que estaban en medio de Samaría. 21Cuando el rey de Israel los vio, dijo a Eliseo: «¿Los ataco, padre mío?». 22Y este respondió: «No los mates. ¿Matas tú, acaso, a quien hiciste prisionero con tu espada y con tu arco? Ofréceles pan y agua para que coman, beban y vuelvan a su señor». 23Les sirvió un gran banquete y, luego que comieron y bebieron, los despidió y regresaron a su señor. Desde entonces las bandas de arameos dejaron de invadir el territorio de Israel. 24Tiempo después, Ben Hadad, el rey de Siria, movilizó todas sus tropas, se puso en marcha y sitió Samaría. 25El hambre comenzó a arreciar en Samaría y el asedio se prolongaba, hasta el punto que una cabeza de asno llegó a costar ochenta siclos de plata, y el cuarto de una medida de estiércol de paloma, cinco. 26El rey de Israel pasaba por la muralla cuando una mujer le gritó: «¡Ayúdame, rey, mi señor!». 27Él respondió: «No hables así. ¡Que el Señor te salve! ¿De dónde puedo yo sacar ayuda?, ¿de la era o del lagar?». 28Luego el rey le preguntó: «¿Qué te aflige?». Ella respondió: «Esa mujer me dijo: “Entrega a tu hijo y lo comeremos hoy y mañana comeremos el mío”. 29Así que cocimos a mi hijo y nos lo comimos. Al otro día le dije: “Entrega a tu hijo y lo comeremos”, pero ella lo escondió». 30Al oír el rey las palabras de la mujer rasgó sus vestiduras. Caminaba por la muralla y el pueblo pudo ver que vestía debajo un sayal. 31Y sentenció: «Dios me castigue, si la cabeza de Eliseo, hijo de Safat, permanece hoy sobre sus hombros». 32Eliseo estaba sentado en su casa y los ancianos sentados también con él. El rey envió por delante a un heraldo, pero, antes de que este llegara ante Eliseo, el hombre de Dios dijo a los ancianos: «¿Habéis visto? Ese hijo de asesino ha enviado a uno a cortarme la cabeza. ¡Estad vigilantes! Cuando llegue el heraldo, cerrad la puerta y sostenedla bien contra él. ¿No es ese el ruido de los pasos de su señor?». 33Aún se encontraba hablando con ellos, cuando el rey descendió adonde estaba él y exclamó: «¡Esta desgracia procede del Señor! ¿Qué puedo esperar todavía del Señor?».

Capítulo 7

1Entonces Eliseo repuso: «Escucha la palabra del Señor: “Así dice el Señor: A esta hora, mañana en la puerta de Samaría, la arroba de flor de harina se venderá a un siclo y a otro las dos de cebada”». 2El ayudante en cuyo brazo se apoyaba el rey, respondió al hombre de Dios y le dijo: «Incluso si el Señor abriese ventanas en el cielo, ¿podría ocurrir tal cosa?». Y Eliseo respondió: «Lo verás con tus ojos, pero de ello no has de comer». 3Había cuatro leprosos a la entrada de la puerta que se decían entre sí: «¿Qué estamos haciendo aquí sentados hasta fallecer? 4Si decidimos entrar en la ciudad, con el hambre que hay en ella, moriremos y, si nos quedamos aquí, moriremos igual. ¡Ea!, pasémonos al campamento de Siria; si nos dejan vivir, viviremos y, si nos matan, moriremos». 5Al oscurecer se pusieron en camino hacia el campamento arameo. Al llegar a sus límites, vieron que no había nadie. 6Pues el Señor había hecho oír allí el estrépito de carros y caballos, estrépito de un gran ejército, cuando se dijeron unos a otros: «El rey de Israel ha pagado a los reyes de los hititas y a los de Egipto para que vengan contra Siria». 7Y emprendieron la huida al anochecer, abandonando sus tiendas, caballos y asnos; dejaron el campamento tal como estaba; huyeron así para salvar sus vidas. 8Cuando los leprosos llegaron al límite del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron; luego se llevaron de allí plata, oro y vestidos, y fueron a esconderlo. Regresaron y entraron en otra tienda, se llevaron lo que allí había y lo escondieron. 9Entonces se dijeron unos a otros: «No está bien esto que hacemos. Hoy es un día de alegría y nosotros estamos callados. Nos tratarán como culpables si aguardamos hasta la luz de la mañana. ¡Andando!, vayamos a informar a palacio». 10Así es que llegaron y llamaron a los guardias de la puerta de la ciudad informando: «Hemos ido al campamento arameo y allí no hay nadie ni una voz humana, solo hay caballos atados, asnos atados y las tiendas tal como estaban». 11Y los centinelas llamaron y pasaron la noticia al interior de palacio. 12El rey se levantó de noche y dijo a sus oficiales: «Os diré lo que nos han hecho los arameos. Como saben que nos estamos muriendo de hambre, han abandonado el campamento y se han escondido en descampado, pensando: “Seguro que saldrán de la ciudad. Los prenderemos vivos y entraremos en ella”». 13Uno de los oficiales respondió: «Tomemos cinco de los caballos que nos quedan en la ciudad; al fin y al cabo les puede ocurrir lo que a toda la muchedumbre de Israel, que ha perecido». 14El rey envió dos tiros de caballos en pos del ejército arameo, ordenando: «Id y ved». 15Los siguieron estos hasta el Jordán. Todo el camino estaba lleno de vestidos y objetos que los arameos habían arrojado en sus prisas. Los mensajeros regresaron y dieron cuenta al rey. 16Entonces salió el pueblo y saqueó el campamento arameo. La arroba de flor de harina comenzó a venderse a un siclo y a otro las dos de cebada, conforme a la palabra del Señor. 17El rey puso de vigía a la puerta al ayudante en cuyo brazo se apoyaba, pero el pueblo lo pisoteó allí mismo y murió, conforme a la palabra del hombre de Dios pronunciada cuando el rey había bajado adonde estaba él. 18Pues todo fue conforme a la palabra que el hombre de Dios había dicho al rey: «Mañana a esta hora en la puerta de Samaría, dos arrobas de cebada se venderán a un siclo y la de flor de harina a otro». 19Asimismo se cumplió lo dicho por Eliseo, cuando el ayudante contestó al hombre de Dios diciendo: «Aun cuando el Señor abriera ventanas en el cielo, ¿podría ocurrir tal cosa?», y Eliseo respondió: «Lo verás con tus ojos, pero no has de comerlo». 20Y así sucedió, pues fue pisoteado por el pueblo en la puerta y murió.

Capítulo 8

1Eliseo dijo a la mujer cuyo hijo había revivido: «Anda, tú y tu familia, ve a residir donde puedas, porque el Señor decretó siete años de hambruna sobre el país y ya han comenzado». 2Hizo la mujer conforme a la palabra del hombre de Dios y ella y su familia se fueron a vivir a la tierra de los filisteos por siete años, 3al cabo de los cuales regresaron de la tierra de los filisteos y fue la mujer a quejarse ante el rey por su casa y su campo. 4El rey se encontraba hablando con Guejazí, criado del hombre de Dios, y le insistía: «Cuéntame todas las maravillas que hacía Eliseo». 5Mientras él relataba al rey cómo devolvió el niño muerto a la vida, la mujer cuyo hijo había vuelto a la vida apareció quejándose por causa de su casa y su campo. Guejazí dijo entonces: «¡Rey, mi señor! Esta es la mujer y este su hijo, al que Eliseo devolvió a la vida». 6El rey preguntó a la mujer y ella narró su historia. Entonces puso el rey un eunuco a disposición de la mujer con la siguiente orden: «Devuélvele todo lo que le pertenece y las rentas de su campo, desde el día en que dejó el país hasta ahora». 7Eliseo fue a Damasco cuando Ben Hadad, rey de Siria, se encontraba enfermo. Entonces dieron aviso al rey: «El hombre de Dios viene de camino hacia aquí». 8Y el rey instó a Jazael: «Coge en tu mano un regalo, ve al encuentro del hombre de Dios y consulta al Señor a través de él, diciendo: “¿Sobreviviré a esta enfermedad?”». 9Jazael fue a su encuentro, llevando como regalo la carga de cuarenta camellos con todo lo mejor de Damasco. Entró, se detuvo ante él y dijo: «Tu hijo, Ben Hadad, rey de Siria, me ha enviado a ti para preguntarte: “¿Sobreviviré a esta enfermedad?”». 10Respondió Eliseo: «Ve y dile: “Sobrevivirás”. Pero el Señor me ha revelado que morirá sin remedio». 11Al hombre de Dios se le quedó el rostro totalmente rígido durante largo tiempo y luego se echó a llorar. 12Le preguntó Jazael: «¿Por qué llora mi señor?». Él respondió: «Porque sé el mal que vas a hacer a los hijos de Israel: pondrás fuego a sus fortalezas, matarás a sus jóvenes a espada, despedazarás a sus pequeñuelos y hasta has de abrir el vientre a sus embarazadas». 13Entonces Jazael volvió a preguntar: «¿Cómo puede tu servidor, siendo como es un perro, hacer algo tan grande?». A lo que Eliseo respondió: «Me ha mostrado el Señor una visión en la que tú eres el rey de Siria». 14Dejando a Eliseo regresó ante su señor, que le preguntó: «¿Qué te ha dicho Eliseo?». Él respondió: «Me ha dicho que sobrevivirás». 15A la mañana siguiente, Jazael tomó una manta, la empapó en agua y presionó con ella la cara (del rey) hasta que se asfixió. Luego le sucedió en el trono. 16El año quinto de Jorán, hijo de Ajab, rey de Israel, inició su reinado Jorán, hijo de Josafat, rey de Judá. 17Tenía treinta y dos años cuando inició su reinado y reinó ocho años en Jerusalén. 18Los reyes de Israel siguieron los pasos de la casa de Ajab, pues se casó con una mujer de la familia de Ajab e hizo el mal a los ojos del Señor. 19Mas no quiso el Señor destruir a Judá en atención a David su servidor, conforme a la promesa que le hizo de darle una lámpara a sus hijos para siempre. 20En su tiempo Edón se rebeló contra el poder de Judá y se dieron un rey propio. 21Jorán partió hacia Seír a luchar con todos sus carros y, aunque se levantó por la noche derrotando a los edomitas que lo cercaban a él y a los jefes de los carros, su ejército huyó a sus tiendas. 22Edón se independizó así del poder de Judá, hasta el día de hoy. También se rebeló Libná en aquel tiempo. 23El resto de los hechos de Jorán, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 24Jorán se durmió luego con sus padres y fue sepultado junto a sus padres en la ciudad de David. Le sucedió en el trono Ocozías, su hijo. 25El año doce de Jorán, hijo de Ajab, rey de Israel, inició su reinado Ocozías, hijo de Jorán, rey de Judá. 26Ocozías tenía veintidós años cuando inició su reinado y reinó un año en Jerusalén. Su madre se llamaba Atalía, hija de Omrí, rey de Israel. 27Siguió también los pasos de la casa de Ajab e hizo el mal a los ojos del Señor como la casa de Ajab, pues había emparentado con ella. 28Partió Ocozías con Jorán, hijo de Ajab, en guerra contra Jazael, monarca de Siria, en Ramot de Galaad, pero los arameos hirieron a Jorán. 29Regresó Jorán a Yezrael para curarse de las heridas que le habían hecho los arameos en Ramot luchando contra Jazael, monarca de Siria. Y Ocozías, hijo de Jorán, rey de Judá, bajó a Yezrael a visitar a Jorán, hijo de Ajab, cuando estaba enfermo.

Capítulo 9

1El profeta Eliseo llamó a un discípulo de los profetas para ordenarle: «Ciñe tu cintura, toma en tu mano este frasco de aceite y ve a Ramot de Galaad. 2Cuando llegues allí, vete a ver a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí. Entra, sácalo de entre sus compañeros y llévalo a una habitación interior. 3Entonces tomas una alcuza de aceite y la derramas sobre su cabeza diciendo: “Así dice el Señor: te unjo rey de Israel”. Luego abres la puerta y huyes sin dilación». 4El joven servidor del profeta marchó a Ramot de Galaad. 5Al llegar, los jefes del ejército estaban sentados y dijo: «Jefe, tengo un mensaje para ti». Preguntó Jehú: «¿Para quién de nosotros?». El joven respondió: «Para ti, jefe». 6Jehú se levantó y entró en la casa; el joven derramó el aceite sobre su cabeza mientras decía: «Así habla el Señor, Dios de Israel: “Te unjo rey del pueblo del Señor, de Israel. 7Derrotarás a la casa de Ajab, tu señor. Así vengaré sobre Jezabel la sangre de mis servidores los profetas y la de todos los servidores del Señor. 8Perecerá toda la casa de Ajab y exterminaré a todos los varones de Ajab, libres o esclavos, que haya en Israel. 9Pues dejaré la casa de Ajab como la casa de Jeroboán, hijo de Nebat, y como la de Baasá, hijo de Ajías. 10Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Yezrael, sin que nadie la entierre”». Luego abrió la puerta y huyó. 11Salió Jehú hacia el lugar donde se encontraban los servidores de su señor, que le preguntaron: «¿Está todo bien? ¿A qué ha venido a ti ese loco?». Respondió: «Ya conocéis a ese hombre y sus desvaríos». 12«Mentira. Infórmanos», replicaron. Accedió él entonces: «Me ha dicho esto y lo otro. Así dice el Señor: “Te unjo rey de Israel”». 13De inmediato cada uno se apresuró a tomar su manto para colocarlo a sus pies sobre el empedrado. Luego tocaron el cuerno y gritaron: «Jehú es rey». 14Jehú hijo de Josafat, hijo de Nimsí, conspiró contra Jorán, el cual, con todo Israel, había estado defendiendo la ciudad de Ramot de Galaad contra Jazael, rey de Siria. 15Pero el rey Jorán había regresado a Yezrael para curarse de las heridas que los arameos le infligieron en su batalla contra Jazael, rey de Siria. Jehú dijo: «Si estáis de mi parte, que no salga nadie de la ciudad para informar a los de Yezrael». 16Y montó Jehú en el carro y se dirigió a Yezrael. Jorán estaba allí convaleciente y Ocozías, rey de Judá, bajó a visitar a Jorán. 17El vigía, en pie en lo alto de la torre de Yezrael, vio la tropa de Jehú aproximándose y anunció: «Veo una tropa». Jorán dijo: «Coge un jinete y envíalo a su encuentro a preguntar: “¿En son de paz?”». 18El jinete salió a su encuentro preguntando: «Así dice el rey: “¿En son de paz?”». Y Jehú respondió: «¿Qué te importa a ti si hay paz? Ponte detrás de mí». El vigía avisó: «El mensajero ha llegado hasta ellos, pero no regresa». 19Envió Jorán un segundo jinete hasta ellos, preguntando otra vez: «Así dice el rey: “¿En son de paz?”». Jehú respondió lo mismo: «¿Qué te importa a ti si hay paz? Da la vuelta tras de mí». 20El vigía avisó de nuevo: «Ha llegado allí pero no regresa. Su modo de guiar es el de Jehú, hijo de Nimsí —agregó—, pues conduce como un loco». 21Entonces Jorán ordenó: «Enganchad», y engancharon su carro. Y Jorán, rey de Israel, junto a Ocozías, rey de Judá, cada uno en su carro, salieron al encuentro de Jehú y lo encontraron en el campo de Nabot, el de Yezrael. 22Al ver Jorán a Jehú, le preguntó: «¿Hay paz, Jehú?». Jehú respondió: «¿Qué paz puede haber mientras continúen las prostituciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías?». 23Jorán volvió grupas con su mano y huyó gritando a Ocozías: «¡Traición, Ocozías! ¡Traición!». 24Mientras, Jehú tensó el arco en su mano y alcanzó a Jorán entre los hombros; la flecha le atravesó el corazón y se desplomó en su carro. 25Jehú ordenó a Bidcar, su escudero: «Recógelo y tíralo en el campo de Nabot de Yezrael, porque recuerda cómo tú y yo cabalgábamos uno al lado del otro detrás de Ajab, su padre, cuando el Señor lanzó contra él la siguiente sentencia: 26“Lo mismo que ayer vi la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos, —oráculo del Señor—, juro que en este mismo campo he de reclamártela —oráculo del Señor—”. Así que recógelo y tíralo al campo, según la palabra del Señor». 27Al ver esto, Ocozías, rey de Judá, huyó por el camino de Bet Hagán. Partió Jehú en su persecución diciendo: «¡También a él! ¡Tiradlo!». Y lo hirieron en su carro en la cuesta de Gur, cerca de Yibleán. Se refugió Ocozías en Meguido donde murió. 28Sus servidores lo trasladaron en un carro a Jerusalén y lo enterraron en su sepultura junto a sus padres en la ciudad de David. 29Ocozías había iniciado su reinado en Judá el año once de Jorán, hijo de Ajab. 30Jehú fue entonces a Yezrael. Nada más enterarse, Jezabel se pintó los ojos con antimonio, se adornó la cabeza y se asomó al balcón. 31Cuando Jehú llegó a la puerta, gritó ella: «¿Te va bien, Zimrí, asesino de su señor?». 32Jehú alzó la vista hacia el balcón, preguntando: «¿Quién está conmigo? ¿Quién?». Dos o tres eunucos miraron hacia él 33y él les ordenó: «¡Arrojadla!». Entonces ellos la arrojaron y su sangre salpicó los caballos que la pisoteaban y también las murallas. 34Luego entró, comió y bebió, tras lo cual dio más órdenes: «Atended a esa maldita y dadle sepultura, pues no deja de ser hija del rey». 35Cuando fueron a enterrarla, no encontraron de ella más que el cráneo, los pies y las palmas de las manos. 36Regresaron a dar cuenta de ello a Jehú, quien sentenció: «Se cumple ahora la palabra del Señor, que dijo por boca de su siervo Elías, el tesbita: “En el campo de Yezrael comerán los perros la carne de Jezabel. 37Su cadáver será como estiércol sobre el campo, de modo que nadie podrá decir: Esa era Jezabel”».

Capítulo 10

1Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los jefes de la ciudad, a los ancianos y a los preceptores de los hijos de Ajab diciendo: 2«Tenéis con vosotros a los hijos de vuestro señor y disponéis de carros, caballos, una ciudad amurallada y un arsenal de armas; cuando esta carta llegue a vosotros, 3mirad cuál de los hijos de vuestro señor es el mejor y el más justo y ponedlo en el trono de su padre. Luchad entonces por la casa de vuestro señor». 4Mas ellos fueron presa del pánico, pensando: «Los dos reyes no pudieron hacerle frente, ¿cómo vamos a poder nosotros?». 5El mayordomo de palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores enviaron a decir a Jehú: «Somos tus servidores; haremos cuanto nos digas; no hemos de proclamar rey a nadie y tú has de hacer lo que te parezca». 6Jehú les envió una segunda carta, en la que decía: «Si estáis de mi lado y obedecéis mi voz, tomad a los jefes de los hombres de la casa de vuestro señor y venid a mí a Yezrael, mañana a esta hora». Los hijos del rey, setenta en número, estaban con los notables de la ciudad que los criaban. 7En cuanto recibieron el mensaje, tomaron a los setenta hijos del rey y los degollaron. Luego pusieron sus cabezas en cestas y se las enviaron a Yezrael. 8Llegó el mensajero informando: «Han traído las cabezas de los hijos del rey». Y Jehú dijo: «Apiladlas en dos montones a la entrada de la puerta, hasta la mañana». 9Por la mañana salió, se paró allí y declaró a todo el pueblo: «Vosotros sois inocentes. Es cierto, yo he conspirado contra mi señor y lo he matado, pero ¿quién ha matado a todos estos? 10Sabed pues, que nada de lo que el Señor ha dicho sobre la casa de Ajab dejará de cumplirse, pues el Señor ha hecho lo que dijo por boca de su siervo Elías». 11Entonces Jehú mató a todos los que quedaban de la casa de Ajab en Yezrael; a todos sus notables, familiares y sacerdotes, sin dejar uno solo con vida. 12Jehú se puso en marcha hacia Samaría y, estando de camino en Bet Equed de los Pastores, 13encontró a los hermanos de Ocozías, rey de Judá, mas les preguntó: «¿Quiénes sois?». Respondieron ellos: «Somos los hermanos de Ocozías y hemos bajado a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre». 14Jehú ordenó: «¡Prendedlos vivos!». Los prendieron vivos y los degollaron junto a la cisterna de Bet Equed: cuarenta y dos hombres. No dejó ni uno solo con vida. 15Marchó de allí y halló a Jonadab, hijo de Recab, que salía a su encuentro. Lo saludó y le dijo: «¿Estás de mi parte con la misma lealtad con la que yo estoy de tu parte?». Respondió Jonadab: «Sí, lo estoy». Jehú dijo: «Si es así, dame tu mano». Le dio la mano y Jehú lo hizo subir junto a él en su carro. 16Le dijo: «Ven conmigo y verás mi celo por el Señor». Y lo llevó en su carro. 17Cuando llegó a Samaría mató a todos los supervivientes de Ajab en Samaría, hasta acabar con ellos conforme a la palabra que el Señor había dicho a Elías. 18Reuniendo luego a todo el pueblo, les dijo: «Ajab dio poco culto a Baal; Jehú le dará mucho más. 19Así que convocadme a todos los profetas de Baal y a todos sus sacerdotes. Que no falte ninguno, pues voy a hacer un gran sacrificio a Baal. Quienquiera que falte, no sobrevivirá». Jehú obraba con astucia, pues pretendía dar muerte a los fieles de Baal. 20Ordenó: «Convocad una asamblea sagrada en honor de Baal», y la convocaron. 21Envió Jehú mensajeros por todo Israel y vinieron todos los fieles de Baal; no quedó uno solo que no viniese. Entraron en el templo de Baal, que se llenó de un extremo al otro. 22Dijo entonces al encargado del vestuario: «Saca las vestiduras para todos los fieles de Baal». Él las sacó. 23Jehú entró entonces con Jonadab, hijo de Recab, en el templo de Baal y ordenó a los fieles del dios: «Buscad y aseguraros de que no hay aquí entre vosotros ningún fiel del Señor, sino solo fieles de Baal». 24Luego, se adelantaron estos para hacer sus sacrificios y holocaustos.Pero Jehú había apostado fuera a ochenta de sus guerreros, con esta orden: «Por cada uno que escape de los hombres que pongo en vuestras manos, uno de vosotros pagará con su vida». 25Cuando Jehú terminó de ofrecer el holocausto, mandó a la guardia y a sus oficiales: «Entrad y matadlos. Que no escape ni uno». Y los pasaron a filo de espada, dejándolos allí tirados. Luego penetraron hasta el interior del templo 26y sacaron la estatua de Baal y la quemaron. 27Derribaron el altar de Baal, demolieron el templo de Baal y lo convirtieron en letrinas, hasta el día de hoy. 28Así erradicó Jehú a Baal de Israel. 29Pero no se retractó Jehú de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel: los becerros de oro de Betel y de Dan. 30Entonces el Señor comunicó a Jehú: «Por haber actuado bien, haciendo lo recto a mis ojos, y por cumplir respecto a la casa de Ajab todo lo que yo tenía en mente, hijos tuyos hasta la cuarta generación ocuparán el trono de Israel». 31Pero Jehú no guardó el sendero de la enseñanza del Señor, Dios de Israel, con todo su corazón. Pues no se retractó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel. 32El Señor comenzó a reducir el territorio de Israel en aquellos días y Jazael los hostigaba a lo largo de todas sus fronteras, 33desde el Jordán, al sol levante, toda la tierra de Galaad (de los gaditas y rubenitas, de Manasés, desde Aroer, sobre el torrente Arnón, hasta Galaad) y el de Basán. 34El resto de los hechos de Jehú, cuanto hizo y todos sus éxitos militares, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 35Jehú se durmió con sus padres y lo enterraron en Samaría. Le sucedió en el trono su hijo Joacaz. 36Jehú reinó sobre Israel veintiocho años en Samaría.

Capítulo 11

1Cuando la madre de Ocozías, Atalía, vio que su hijo había muerto, se dispuso a eliminar a toda la estirpe real. 2Pero Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, tomó a Joás, hijo de Ocozías, de entre los hijos del rey que estaban siendo asesinados, lo escondió y lo instaló, a él y a su nodriza, en su dormitorio, manteniéndolo oculto a la vista de Atalía y así no lo mataron. 3Estuvo seis años con ella, escondido en el templo del Señor, mientras Atalía reinaba en el país. 4El séptimo año, el sacerdote Yehoyadá mandó buscar a los centuriones de los carios y de los guardias y los condujo junto a sí al templo del Señor para establecer un pacto con ellos y hacerles prestar juramento. Luego les presentó al hijo del rey 5y les dijo: «Mantened la guardia del templo de la siguiente manera: un tercio de los que entran de servicio el sábado se ocupará de la guardia del palacio real. 6Otro tercio se situará en la Puerta de la Fundación y otro más en la de detrás de los guardias, manteniendo así la guardia del templo por todos lados. 7Las otras dos divisiones, todos los que salen de servicio el sábado, quedarán de guardia en el templo del Señor para protección del rey. 8Y, arma en mano, protegeréis al rey por todos los costados. El que intente forzar vuestras filas será muerto. Manteneos siempre junto al rey en su ir y venir». 9Los centuriones cumplieron cuanto Yehoyadá les ordenó. Cada uno tomó sus hombres, los que entraban y los que salían de servicio el sábado, y se presentaron ante el sacerdote. 10Yehoyadá entregó a los centuriones las lanzas y escudos del rey David que había depositados en el templo del Señor. 11Los guardias se apostaron, arma en mano, desde el extremo sur hasta el extremo norte del templo, ante el altar y el templo, en torno al rey, por un lado y por otro. 12El sacerdote hizo salir al hijo del monarca y le impuso la diadema y las insignias reales. Luego lo proclamaron rey y lo ungieron. Aplaudieron y gritaron: «¡Viva el rey!». 13Cuando Atalía oyó el griterío de los guardias y del pueblo, se fue hacia la muchedumbre que se hallaba en el templo del Señor. 14Miró y vio al rey de pie junto a la columna, según la costumbre: los jefes con sus trompetas con él, y a todo el pueblo de la tierra en júbilo, tocando sus instrumentos. Atalía rasgó entonces sus vestiduras y gritó: «¡Traición!, ¡traición!». 15Entonces el sacerdote Yehoyadá dio orden a los jefes de las tropas: «Hacedla salir de entre las filas. Quien la siga será pasado a espada» (pues el sacerdote pensaba: «No debe ser ejecutada en el templo del Señor»). 16Le abrieron paso y, cuando entró en el palacio real por la puerta de los Caballos, fue ejecutada. 17Luego Yehoyadá hizo una alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, por la que el pueblo se convertía en pueblo del Señor; hizo también una alianza entre el rey y el pueblo. 18Y todo el pueblo de la tierra acudió al templo de Baal para derribarlo. Hicieron pedazos sus altares e imágenes, y ejecutaron a Matán, sacerdote de Baal, frente a los altares.El sacerdote puso entonces centinelas en el templo del Señor. 19Movilizó también a los centuriones, a los carios, a la guardia y a todo el pueblo de la tierra. Escoltaron luego al rey desde el templo del Señor al palacio real, entrando por la puerta de la guardia, y él se sentó en el trono de los reyes. 20Todo el pueblo de la tierra exultaba de júbilo y la ciudad quedó tranquila: Atalía ya había muerto a espada en palacio.

Capítulo 12

1Joás tenía siete años cuando subió al trono. 2Inició su reinado el año séptimo de Jehú y reinó en Jerusalén durante cuarenta años. El nombre de su madre era Sibía de Berseba. 3Joás hizo lo recto a los ojos del Señor a lo largo de su vida, siguiendo la instrucción del sacerdote Yehoyadá. 4Sin embargo, los lugares de culto no fueron removidos y el pueblo seguía ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los santuarios. 5Joás ordenó a los sacerdotes: «Todo el dinero de las ofrendas sagradas que aporten al templo del Señor los transeúntes, las ofrendas personales y todo el dinero que cada cual aporte al templo espontánea y voluntariamente, recíbanlo los sacerdotes mediante sus allegados. 6Con ello proveerán las reparaciones del templo, para todo desperfecto que en él se encuentre». 7Sin embargo, los sacerdotes no habían procedido todavía a la reparación del templo el año veintitrés del rey Joás. 8Llamó entonces el rey Joás a Yehoyadá y a los demás sacerdotes y les dijo: «¿Por qué no habéis procedido a la reparación del templo? A partir de ahora, no recojáis ya el dinero de vuestros benefactores, sino entregadlo para la reparación del templo». 9Los sacerdotes convinieron no recoger dinero del pueblo y no hacer reparaciones en el templo. 10El sacerdote Yehoyadá tomó un cofre e hizo una ranura en la tapa. Lo colocó junto al altar, al lado derecho según se entra en el templo del Señor. Los sacerdotes que custodiaban el umbral depositaban en él todo el dinero ofrecido al templo. 11Cuando veían que se llenaba el cofre, el secretario real y el sumo sacerdote subían, lo depositaban en bolsas y contaban el dinero acumulado en el templo del Señor. 12Una vez pesado, lo entregaban en manos de los capataces encargados del templo del Señor, quienes por su parte lo destinaban a pagar a los carpinteros y constructores que trabajaban en el templo del Señor, 13a los albañiles y canteros, así como a comprar la madera y piedra de cantería requeridas para la reparación del edificio, cubriendo todos los gastos necesarios para la restauración. 14Sin embargo, el dinero ofrecido al templo del Señor no se empleaba para hacer cuchillos, acetres, trompetas, fuentes de plata, ni otros objetos de oro o de plata, 15sino que los ya existentes eran entregados a los capataces para la reparación del templo del Señor. 16Tampoco se pedían cuentas a los hombres en cuyas manos se confiaba el dinero para el pago de los trabajadores, pues actuaban con honestidad. 17Y el dinero de las ofrendas por el pecado y el de las ofrendas de expiación no era depositado en el templo del Señor, sino que se destinaba a los sacerdotes. 18Por entonces Jazael, rey de Siria, emprendió una campaña para atacar contra Gat y la capturó; luego se dirigió contra Jerusalén. 19Joás, rey de Judá, tomó todos los objetos sagrados que sus padres Josafat, Jorán y Ocozías, reyes de Judá, habían consagrado; todos los que él mismo había consagrado, así como todo el oro que se hallaba en los tesoros del templo del Señor y en el palacio real, y los envió a Jazael, rey de Siria, quien suspendió de inmediato el ataque a Jerusalén. 20El resto de los hechos de Joás, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 21Sus cortesanos promovieron un alzamiento y una conspiración y asesinaron a Joás en Bet Miló, en la bajada a Silla. 22Quienes lo asesinaron fueron Jozacar, hijo de Simat, y Jozabad, hijo de Somer. Murió y lo enterraron con sus padres en la ciudad de David. Le sucedió en el trono su hijo Amasías.

Capítulo 13

1El año veintitrés de Joás, hijo de Ocozías, rey de Judá, inició su reinado sobre Israel, en Samaría, Joacaz, hijo de Jehú, que reinó diecisiete años. 2Hizo el mal a los ojos del Señor, siguiendo los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel, sin retractarse de ellos. 3Descargó entonces el Señor su ira contra Israel y durante aquel tiempo lo entregó en manos de Jazael, rey de Siria, y de Ben Hadad, hijo de Jazael. 4Pero Joacaz suplicó ante el Señor y el Señor le escuchó, porque había visto la tiranía y represión del rey de Siria sobre Israel. 5Entonces el Señor concedió a Israel un libertador que los sacó de la opresión de Siria y los hijos de Israel habitaron en sus casas como anteriormente. 6Sin embargo, no se retractaron de los pecados que Jeroboán había hecho cometer a Israel, persistiendo en ellos, pues hasta la estela permaneció erigida en Samaría. 7En realidad Joacaz había quedado con un ejército de tan solo cincuenta jinetes, diez carros y diez mil infantes, ya que los demás perecieron a manos del rey de Siria, quien los pisoteó como polvo bajo sus pies. 8El resto de los hechos de Joacaz, cuanto hizo y sus éxitos militares, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 9Se durmió Joacaz con sus padres y lo enterraron en Samaría. Le sucedió en el trono su hijo Joás. 10El año treinta y siete de Joás, rey de Judá, inició su reinado sobre Israel, en Samaría, Joás, hijo de Joacaz, que reinó dieciséis años. 11Hizo el mal a los ojos del Señor, no retractándose de ninguno de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel, sino que persistió en ellos. 12El resto de los hechos de Joás, cuanto hizo, sus éxitos militares y guerras contra Amasías, rey de Judá, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 13Joás se durmió con sus padres y Jeroboán ocupó su trono. Joás fue enterrado en Samaría, junto a los reyes de Israel. 14Eliseo enfermó de la enfermedad de que había de morir. Joás, rey de Israel, bajó para verle y lloró sobre él diciendo: «¡Padre mío, padre mío!, ¡carros y caballería de Israel!». 15Eliseo le dijo: «Toma un arco y flechas», y él tomó un arco y las flechas. 16Dijo al rey de Israel: «Pon tu mano en el arco». Puso él su mano en el arco y Eliseo puso las suyas sobre las manos del rey; 17y dijo: «Abre la ventana que mira a Oriente», y él la abrió. Eliseo ordenó: «¡Dispara!», y él disparó. «¡Flecha de victoria del Señor! ¡Flecha de victoria contra Siria! Derrotarás por completo a Siria en Afeq», exclamó Eliseo. 18Luego añadió: «Toma las flechas». Él las tomó y Eliseo ordenó al rey de Israel: «Golpea la tierra con ellas». Él golpeó tres veces pero se detuvo. 19Entonces el hombre de Dios se irritó con él y le dijo: «¡Si hubieras golpeado cinco o seis veces, habrías derrotado por completo a Siria! Pero ahora derrotarás a Siria solo tres veces». 20Eliseo murió y lo enterraron. Bandas de moabitas penetraban en el país al inicio de cada año. 21En una ocasión, estaban unos enterrando a un hombre y, al avistar una de estas bandas, lo arrojaron en la tumba de Eliseo y huyeron. Entonces el cadáver entró en contacto con los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie. 22Jazael, rey de Siria, había oprimido a Israel durante toda la vida de Joacaz. 23Pero el Señor tuvo piedad y se compadeció y, en atención a su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob, se volvió hacia ellos y no quiso aniquilarlos ni retirar su rostro de ellos. 24Jazael, rey de Siria, murió y le sucedió en el trono su hijo Ben Hadad. 25Joás, hijo de Joacaz, recuperó del dominio de Ben Hadad, hijo de Jazael, las ciudades que le habían arrebatado por las armas. Joás lo derrotó tres veces y así recobró las ciudades de Israel.

Capítulo 14

1El año segundo de Joás, hijo de Joacaz, rey de Israel, comenzó a reinar Amasías, hijo de Joás, rey de Judá. 2Tenía veinticinco años cuando inició su reinado y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Joadán y era de Jerusalén. 3Hizo lo recto a los ojos del Señor, pero no como su padre David. Actuó exactamente lo mismo que su padre Joás. 4Sin embargo, los santuarios no desaparecieron y el pueblo seguía ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos. 5Cuando el reino estuvo afianzado en sus manos, mató Amasías a los servidores que habían asesinado al rey, su padre, 6pero no ejecutó a los hijos de los traidores, en conformidad con lo escrito en el libro de la ley de Moisés, donde el Señor ordenó: «No serán ajusticiados los padres por causa de sus hijos; no serán ajusticiados los hijos por causa de los padres, sino que será ajusticiado cada uno por su propio pecado». 7Fue él quien derrotó a los edomitas, diez mil hombres, en el valle de la Sal y conquistó Sela en el curso de la guerra. Fue él quien llamó a esta Joqteel, nombre conservado hasta el día de hoy. 8Amasías envió mensajeros a Joás, hijo de Joacaz, hijo de Jehú, rey de Israel, diciendo: «Sube, que nos veamos las caras en la guerra». 9Y Joás, rey de Israel, respondió a Amasías, rey de Judá: «El cardo del Líbano mandó a decir al cedro del Líbano: “Dame a tu hija por esposa de mi hijo”. Pero pasó una bestia salvaje del Líbano y pisoteó el cardo. 10Tú, porque has derrotado a Edón, te has vuelto arrogante. ¡Exalta tu gloria, pero quédate en casa! ¿Para qué vas a provocar un desastre, un fracaso, y arrastrar contigo a Judá?». 11Pero Amasías no atendió la advertencia. Y Joás, rey de Israel, emprendió la marcha, enfrentándose ambos en Bet Semes de Judá. 12Judá fue derrotado allí por Israel; cada uno huyó a su casa. 13Y Joás, rey de Israel, hizo prisionero en Bet Semes a Amasías, rey de Judá, hijo de Joás, hijo de Ocozías, conduciéndolo a Jerusalén. Abrió luego una brecha de cuatrocientos codos en la muralla de la ciudad, desde la puerta de Efraín, hasta la puerta del Ángulo. 14Y tomó de Jerusalén rehenes, y todo el oro y la plata y los objetos que se encontraban en el templo del Señor y en los tesoros del palacio real. Más adelante retornó a Samaría. 15El resto de los hechos de Joás, cuanto hizo, sus éxitos militares y sus guerras contra Amasías, rey de Judá, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 16Joás se durmió con sus padres y lo enterraron en Samaría junto a los reyes de Israel. Le sucedió en el trono su hijo Jeroboán. 17Amasías hijo de Joás, rey de Judá, vivió quince años después de que hubiese muerto Joás, hijo de Joacaz, rey de Israel. 18El resto de los hechos de Amasías, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 19Se tramó una conjura contra él en Jerusalén, por lo que huyó a Laquis, pero enviaron hasta allí gente en su busca y lo asesinaron. 20Lo llevaron sobre caballos y lo enterraron en Jerusalén con sus padres, en la Ciudad de David. 21Entonces todo el pueblo de Judá tomó a Ozías, de dieciséis años, proclamándolo rey y sucesor de su padre, Amasías. 22Fue él quien reconstruyó Elat y la devolvió a Judá, después de que su padre hubiese ido a reposar con sus padres. 23El año quince de Amasías, hijo de Joás, rey de Judá, inició su reinado en Samaría Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel, y reinó cuarenta y un años. 24Hizo el mal a los ojos del Señor y no se retractó de todos los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel. 25Fue él quien recuperó el territorio fronterizo de Israel, desde la entrada de Jamat hasta el mar de la Arabá, conforme a la palabra que el Señor, Dios de Israel, había transmitido por medio de su siervo, el profeta Jonás, hijo de Amitai, de Gat de Jéfer. 26El Señor vio la aflicción y la gran amargura de Israel, pues no quedaba esclavo ni hombre libre ni nadie que lo auxiliase. 27Mas no había decidido el Señor borrar bajo los cielos el nombre de Israel y lo salvó por medio de Jeroboán, hijo de Joás. 28El resto de los hechos de Jeroboán, cuanto hizo, sus éxitos militares y sus guerras, y cómo recuperó para Israel Damasco y Jamat, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 29Se durmió Jeroboán con sus padres y lo enterraron en Samaría con los reyes de Israel. Le sucedió en el trono su hijo Zacarías.

Capítulo 15

1El año veintisiete de Jeroboán, rey de Israel, comenzó a reinar Ozías, hijo de Amasías, rey de Judá. 2Tenía dieciséis años cuando inició su reinado y reinó cincuenta y dos años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jecolías y era de Jerusalén. 3Hizo lo recto a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que había hecho Amasías, su padre. 4Sin embargo, los lugares altos siguieron sin desaparecer y el pueblo continuó ofreciendo sacrificios y quemando incienso en los santuarios. 5Mientras tanto, el Señor envió una enfermedad al rey, que contrajo la lepra y vivió en una residencia apartada hasta el día de su muerte. Mientras, Jotán, hijo del rey, estuvo al frente de palacio gobernando al pueblo de la tierra. 6El resto de los hechos de Ozías, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 7Se durmió Ozías con sus padres y lo enterraron junto a sus padres en la Ciudad de David. Le sucedió en el trono su hijo Jotán. 8El año treinta y ocho de Ozías, rey de Judá, subió al trono de Israel en Samaría Zacarías, hijo de Jeroboán, y reinó seis meses. 9Hizo el mal o a los ojos del Señor, como lo hicieron sus padres, pues no se retractó de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel. 10Salún, hijo de Jabés, conspiró contra él; lo atacó en Yibleán y lo mató para reinar en su lugar. 11El resto de los hechos de Zacarías, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 12Esta fue la palabra del Señor dirigida a Jehú: «Tus hijos se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación». Y así ocurrió. 13Salún, hijo de Jabés, comenzó a reinar el año treinta y nueve de Ozías, rey de Judá, y reinó un mes en Samaría. 14Fue atacado por Menajén, hijo de Gadí, quien subió de Tirsá y entró en Samaría; Menajén lo mató y le sucedió en el trono. 15El resto de los hechos de Salún y la conspiración que tramó se hallan escritos en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 16Por entonces Menajén, partiendo de Tirsá, atacó Tapúaj, a sus habitantes y territorios y, como le abrieron las puertas de la ciudad, masacró a su población y abrió el vientre de todas las mujeres encinta. 17El año treinta y nueve de Ozías, rey de Judá, comenzó a reinar Menajén, hijo de Gadí, en Israel. Reinó diez años en Samaría. 18Hizo el mal a los ojos del Señor, no retractándose de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel. 19En aquel tiempo, Pul, rey de Asiria, invadió el país, pero Menajén entregó a Pul mil talentos de plata para que le prestase ayuda, consolidando el poder real en su mano. 20Menajén sacó el dinero mediante impuestos sobre Israel y todos los pudientes fueron obligados a entregar al rey de Asiria cincuenta siclos de plata por cabeza. Entonces el rey de Asiria regresó, no deteniéndose por más tiempo en el país. 21El resto de los hechos de Menajén, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel? 22Menajén se durmió con sus padres y le sucedió en el trono su hijo Pecajías. 23El año cincuenta de Ozías, rey de Judá, Pecajías, hijo de Menajén, subió al trono de Israel, en Samaría, y reinó dos años. 24Hizo el mal a los ojos del Señor y no se retractó de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel. 25Su ayudante Pécaj, hijo de Romelías, urdió una conspiración contra él, atacándolo en Samaría, en el torreón de su palacio real. Tenía con él cincuenta hombres de los galaaditas, mató al rey y le sucedió en el trono. 26El resto de los hechos de Pecajías, cuanto hizo, se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 27El año cincuenta y dos de Ozías, rey de Judá, comenzó a reinar sobre Israel, en Samaría, Pécaj, hijo de Romelías, y reinó veinte años. 28Hizo el mal a los ojos del Señor, al no retractarse de los pecados que Jeroboán, hijo de Nebat, hizo cometer a Israel. 29En tiempo de Pécaj, rey de Israel, llegó Teglatfalasar, rey de Asiria, y tomó Iyyón, Abel Bet Maacá, Janóaj, Cadés, Jasor, Galaad, Galilea y toda la tierra de Neftalí, deportando sus habitantes a Asiria. 30Oseas, hijo de Elá, tramó una conspiración contra Pécaj, hijo de Romelías: lo atacó, lo mató y le sucedió en el trono. 31El resto de los hechos de Pécaj, cuanto hizo, se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 32El año segundo de Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, comenzó a reinar Jotán, hijo de Ozías, rey de Judá. 33Tenía veinticinco años cuando subió al trono y reinó dieciséis años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jerusá, hija de Sadoc. 34Hizo lo recto a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que había hecho su padre Ozías. 35Sin embargo, los santuarios no desaparecieron aún y el pueblo continuó sacrificando y quemando incienso en los altos. Fue él quien mandó construir la Puerta Superior del templo del Señor. 36El resto de los hechos de Jotán, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 37En aquellos días, el Señor fue enviando contra Judá a Rasín, rey de Siria, y a Pécaj, hijo de Romelías. 38Se durmió Jotán con sus padres y lo enterraron junto a sus padres en la ciudad de David, su padre. Le sucedió en el trono su hijo Ajaz.

Capítulo 16

1El año diecisiete de Pécaj, hijo de Romelías, subió al trono Ajaz, hijo de Jotán, rey de Judá. 2Cuando subió al trono tenía Ajaz veinte años y su reinado duró dieciséis años en Jerusalén. No hizo lo recto a los ojos del Señor, su Dios, como lo había hecho David, su padre, 3sino que siguió los pasos de los reyes de Israel. Incluso arrojó a su hijo a la pira de fuego, según la abominable costumbre de las naciones que el Señor había expulsado ante los hijos de Israel. 4También ofreció sacrificios y quemó incienso en los santuarios, en las colinas y bajo todo árbol frondoso. 5Entonces Rasín, rey de Siria, y Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, avanzaron sobre Jerusalén para atacarla y pusieron cerco a Ajaz, pero no pudieron entablar combate. 6Rasín, rey de Siria, recuperó en aquel tiempo Elat para Siria y expulsó de allí a los de Judá, con lo que los edomitas entraron en Elat para permanecer en ella hasta el día de hoy. 7Ajaz envió mensajeros a Teglatfalasar, rey de Asiria, diciendo: «Soy servidor tuyo e hijo tuyo. Emprende una campaña y líbrame de las manos del rey de Siria y del rey de Israel, que se están alzando contra mí». 8Ajaz tomó la plata y el oro que se encontraba en el templo del Señor y en los tesoros del palacio real y lo envió como regalo al rey de Asiria. 9Atendiendo su demanda, el rey de Asiria marchó contra Damasco, la conquistó, deportó luego (a sus habitantes) a Quir y mató a Rasín, rey de Siria. 10Cuando el rey Ajaz fue a Damasco a recibir a Teglatfalasar, rey de Asiria, viendo el altar que había en Damasco, envío al sacerdote Urías un modelo del mismo y un proyecto para su reproducción. 11El sacerdote Urías construyó así el altar, conforme a las instrucciones enviadas por el rey Ajaz desde Damasco (de esta forma Urías construyó el altar, antes incluso de que su rey volviera de Damasco). 12A su regreso, el rey Ajaz vio el altar, se acercó y subió a él, 13quemó su holocausto, quemó su ofrenda y vertió su libación sobre el altar, haciendo aspersión con la sangre de los sacrificios de comunión. 14Luego, el altar de bronce que se hallaba ante el Señor lo trasladó de delante del templo, es decir, de entre el altar y el templo del Señor, y lo colocó al lado norte del nuevo altar. 15Después el rey Ajaz ordenó al sacerdote Urías: «Sobre este gran altar quemarás el holocausto de la mañana y la ofrenda de la tarde; el holocausto y la ofrenda del rey; el holocausto, la ofrenda y las libaciones de todo el pueblo de la tierra. Harás aspersión sobre el altar con la sangre de todos los holocaustos y la de todos los sacrificios. En cuanto al altar de bronce, yo decidiré». 16Y el sacerdote Urías hizo cuanto Ajaz le había ordenado. 17El rey Ajaz fue quien desmontó los paneles de las basas y retiró la pila que estaba encima. Bajó también el mar de bronce que estaba sobre los bueyes de bronce y lo colocó sobre un pavimento de piedra. 18En atención al rey asirio, tuvo que retirar el estrado del trono construido en el templo del Señor y la entrada exterior del rey. 19El resto de los hechos de Ajaz, lo que hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 20Ajaz se durmió con sus padres y lo enterraron junto a sus padres en la Ciudad de David. Le sucedió en el trono su hijo Ezequías.

Capítulo 17

1El año doce de Ajaz, rey de Judá, comenzó a reinar Oseas, hijo de Elá, en Samaría, sobre Israel. Reinó nueve años. 2Hizo el mal a los ojos del Señor, aunque no tanto como los reyes de Israel que le precedieron. 3Salmanasar, rey de Asiria, marchó contra Oseas; este se hizo vasallo suyo y le pagaba tributo. 4Pero el rey de Asiria descubrió a Oseas en acto de traición, pues había despachado mensajeros a So, rey de Egipto, y había dejado de pagar tributo al rey de Asiria como en años anteriores. Entonces el rey asirio arrestó a Oseas, lo metió en la cárcel y lo encadenó. 5Avanzó luego el rey de Asiria contra todo el país, comenzando por Samaría, a la que puso sitio durante tres años, 6hasta que, el año noveno de Oseas, el rey de Asiria la conquistó. Deportó a Israel a Asiria y lo estableció en Jalaj, en el Jabor, río de Gozán, así como en las ciudades de los medos. 7Esto sucedió porque los hijos de Israel habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de la tierra de Egipto, sustrayéndolos a la mano del faraón, rey de Egipto; porque dieron culto a otros dioses y 8siguieron las costumbres de aquellas naciones que el Señor había expulsado ante ellos. 9Los hijos de Israel cometieron acciones torcidas contra el Señor, su Dios, edificándose santuarios en todas sus poblaciones, desde las atalayas de vigía hasta las ciudades amuralladas. 10Se erigieron también estelas y cipos sagrados sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso. 11Allí quemaban incienso, en todo lugar de culto, al modo de los pueblos paganos, a los que el Señor había expulsado ante ellos. Obraron mal, irritando al Señor, 12dando culto a los ídolos, cuando el Señor les había dicho: «No haréis tal cosa». 13Pues el Señor había advertido a Israel y a Judá, por boca de todos los profetas y videntes: «Convertíos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y decretos, conforme a la ley que prescribí a vuestros padres y que les transmití por mano de mis siervos los profetas». 14Pero no hicieron caso, manteniendo dura la cerviz como habían hecho sus padres, que no confiaron en el Señor, su Dios. 15Despreciaron así sus leyes y la alianza que estableció con sus padres, tanto como las exigencias que les impuso. Fueron tras dioses que eran nada y se volvieron nada, al imitar a las naciones de alrededor, cuando el Señor les había prescrito no actuar como ellas. 16Abandonaron todos los mandamientos del Señor, su Dios, y se hicieron los ídolos fundidos de los dos becerros y el cipo sagrado. Se postraron también ante todo el ejército de los cielos y rindieron culto a Baal. 17Arrojaron sus hijos e hijas a la pira de fuego, consultaron los augurios y practicaron la adivinación. Por dinero se prestaron a hacer el mal a los ojos del Señor, hasta el punto de encender su ira. 18Y se encolerizó el Señor sobremanera contra Israel, apartándolos de su presencia. Solo quedó la tribu de Judá. 19Pero tampoco Judá guardó los mandamientos del Señor, su Dios, al seguir las costumbres que Israel había practicado. 20Rechazó por eso el Señor la descendencia de Israel, los humilló y entregó en manos de saqueadores, hasta arrojarlos de su presencia. 21Porque Israel se había desgajado de la casa de David haciendo rey a Jeroboán, hijo de Nebat, quien provocó que Israel se alejara del Señor y cometiese un gran pecado. 22Luego los hijos de Israel persistieron en todos los pecados en los que Jeroboán había incurrido; no se apartaron de ellos. 23Así fue como el Señor apartó a Israel de su presencia, según había advertido por medio de todos sus siervos los profetas, y deportó a Israel lejos de su tierra, a Asiria, hasta el día de hoy. 24El rey de Asiria hizo venir gentes de Babilonia, de Cutá, de Avá, de Jamat y de Sefarvaín para establecerlos en las poblaciones de Samaría, en lugar de los hijos de Israel, y ellos tomaron posesión de Samaría y habitaron sus ciudades. 25Cuando se establecieron allí, no conocían el culto del Señor y el Señor soltó leones que causaban muertos entre ellos. 26Entonces dijeron al rey de Asiria: «Las gentes paganas que has deportado y establecido en las poblaciones de Samaría no conocen las reglas del dios de la tierra y este ha soltado leones que los están matando, porque no conocen las reglas del dios de la tierra». 27Y el rey de Asiria dio orden: «Enviad a uno de los sacerdotes que habéis deportado. Que vaya a establecerse allí y les enseñe las reglas del dios de la tierra». 28De tal manera, uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue a establecerse en Betel y les instruyó sobre cómo dar culto al Señor. 29Sin embargo, cada uno de aquellos pueblos paganos continuaba fabricando sus propios dioses y los instalaban en los santuarios que habían construido los samaritanos; cada grupo los ponía en las poblaciones que habitaba. 30Así las gentes de Babilonia hacían unos Sucot Benot, las de Cutá un Nergal, las de Jamat un Asimá, 31los eveos un Nibjás y un Tartac, y los sefarvitas quemaban a sus hijos en honor de Adramélec y Anamélec, sus dioses. 32También daban culto al Señor y nombraron entre ellos sacerdotes para los santuarios que oficiaban en los lugares de culto. 33Servían a la vez al Señor y a sus dioses, según las costumbres de las naciones de las que habían sido deportados 34y, hasta el día de hoy, han seguido practicando sus ritos antiguos.No rinden culto al Señor y no siguen sus preceptos y sus ritos, la doctrina y la ley que mandó el Señor a los hijos de Jacob, al que puso el nombre de Israel. 35Pues el Señor había hecho una alianza con ellos mediante el siguiente mandato: «No daréis culto a otros dioses, no os postraréis ante ellos, no les serviréis ni ofreceréis sacrificios. 36Rendiréis culto únicamente al Señor, que os trajo de la tierra de Egipto con gran fuerza y con su brazo extendido; os postraréis ante él y a él ofreceréis sacrificios. 37Habéis de guardar los preceptos, los ritos, la doctrina y la ley que os di por escrito, cumpliéndolos todos los días, y no habéis de dar culto a otros dioses. 38No olvidéis la alianza que hice con vosotros; no deis culto a otros dioses. 39Pues solo al Señor vuestro Dios rendiréis culto y él os librará de las manos de todos vuestros enemigos». 40Mas ellos no obedecieron, sino que persistían en sus antiguos ritos. 41Así daban culto aquellas gentes al Señor, pero servían también a sus ídolos y, hasta el día de hoy sus hijos y los hijos de sus hijos han seguido actuando como lo hicieron sus padres.

Capítulo 18

1El año tercero de Oseas, hijo de Elá, rey de Israel, comenzó a reinar Ezequías, hijo de Ajaz, rey de Judá. 2Tenía veinticinco años cuando inició su reinado y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Abí, hija de Zacarías. 3Hizo lo recto a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que David, su padre. 4Él fue quien retiró los santuarios, derribó las estelas y cortó los cipos sagrados. Él fue también quien hizo pedazos la serpiente de bronce que Moisés mandó fundir, pues hasta entonces los hijos de Israel quemaban incienso en su honor, llamándola Nejustán. 5Ezequías puso su confianza en el Señor, Dios de Israel, y no hubo entre todos los reyes de Judá ninguno semejante a él, ni antes ni después de él. 6Se adhirió al Señor y no se apartó de él, guardando los mandamientos que había mandado el Señor a Moisés. 7El Señor estuvo con él y tuvo éxito en todas sus empresas; se rebeló contra el rey de Asiria, negándole vasallaje. 8Fue él también quien derrotó a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras, desde las atalayas de vigía, hasta las ciudades amuralladas. 9El año cuarto del rey Ezequías, que era el séptimo de Oseas, hijo de Elá, rey de Israel, marchó Salmanasar, rey de Asiria, contra Samaría y la cercó. 10Fue conquistada al cabo de tres años. Era el año sexto de Ezequías y el noveno de Oseas, rey de Israel, cuando se conquistó Samaría. 11El rey asirio deportó a Asiria a Israel, instalándolo en Jalaj, en el Jabor, río de Gozán, así como en las poblaciones de los medos. 12Esto sucedió porque no escucharon la voz del Señor, su Dios, y violaron su alianza. Pues no obedecieron ni pusieron en práctica lo que había ordenado Moisés, siervo del Señor. 13El año catorce del rey Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, marchó contra todas las ciudades amuralladas de Judá y se apoderó de ellas. 14Ezequías, rey de Judá, envió un mensaje a Senaquerib, que estaba en Laquis. El mensaje decía: «He faltado. Retírate y pagaré cuanto me impongas». El rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá, el tributo de trescientos talentos de plata y treinta de oro. 15Entregó Ezequías todo el dinero que se encontraba en el templo del Señor y en los tesoros del palacio real, 16y hasta desguarneció las puertas del santuario del Señor y los batientes que él mismo había revestido de oro para entregarlos al rey de Asiria. 17El rey asirio despachó al copero mayor con un fuerte destacamento de Laquis a Jerusalén, donde se hallaba el rey Ezequías. Avanzó sobre Jerusalén y, nada más llegar, tomó una posición próxima al canal de la Alberca Superior, junto al camino del Campo del Batanero. 18Llamaron al rey, y Eliaquín, hijo de Jilquías, mayordomo de palacio, Sobná, el secretario, y Joaj, hijo de Asaf, el heraldo, se dirigieron hacia el destacamento. 19El copero mayor les dijo: «Decid a Ezequías: “Así habla el gran rey, el rey de Asiria: ¿Qué seguridad es esa en la que te apoyas? 20Has pensado: ‘La palabra de los labios es consejo y valor para la guerra’. Pero, ¿en quién confías para rebelarte contra mí? 21Te has confiado en el apoyo de Egipto, esa caña rota, que penetra y traspasa la mano de quien se apoya en ella. Eso es el faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían. 22Pero, si me replicáis: ‘Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios’, ¿no es ese el dios cuyos santuarios y altares retiró Ezequías, ordenando a Judá y a Jerusalén: ‘Rendiréis culto solo ante este altar en Jerusalén’?”. 23Haced, pues, una apuesta con mi señor, el rey de Asiria: te daré dos mil caballos, si eres capaz de agenciarte jinetes para ellos. 24¿Cómo puedes rehusar nada, aunque sea uno solo de los servidores más insignificantes de mi señor? ¡Tú te fías de Egipto para disponer de carros y caballería! 25¿Crees que he avanzado hasta aquí para destruir este lugar sin contar con el Señor? Porque el Señor es quien me ha dicho: ‘Marcha contra esa tierra y destrúyela’”». 26Eliaquín, Sobná y Joaj pidieron al copero mayor: «Háblanos a nosotros, tus servidores, en arameo, por favor, que lo entendemos; no nos hables en el hebreo de Judá y a oídos del pueblo que está en la muralla». 27El copero mayor respondió: «¿Es a tu señor, o a vosotros, a quienes me envía mi señor a decir estas cosas? Es, precisamente, a los hombres que se asoman en la muralla a quienes me envía. Pues ellos habrán de comer sus excrementos y beber sus orinas con vosotros». 28Entonces el copero mayor se puso en pie y gritó con voz fuerte en el hebreo de Judá: «Escuchad la palabra del Gran Rey, rey de Asiria. 29Así habla el rey: “No os engañe Ezequías, que no podrá libraros de mi mano. 30Que Ezequías no os haga confiar en el Señor diciendo: ‘El Señor nos librará y esta ciudad no caerá jamás en manos del rey de Asiria’. 31No hagáis caso a Ezequías, porque —así habla el rey de Asiria—: Sellad la paz conmigo y salid hacia donde yo estoy. Cada uno podrá comer de su viña y de su higuera y beber del agua de su cisterna, 32hasta que yo llegue y os conduzca a una tierra como la vuestra, tierra de trigo y mosto, de pan y vino, de aceite y miel, de manera que viváis y no muráis. Pero no hagáis caso a Ezequías, que os engaña diciendo: ‘El Señor nos librará’. 33¿Es que los dioses de las otras naciones han podido librar sus territorios de la mano del rey de Asiria? 34¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad? ¿Dónde están los de Sefarvaín, de Hená y de Ivá? ¿Han podido (los dioses de Samaría) librar a Samaría de mi mano? 35¿Qué dioses de entre todos los dioses de las naciones han librado sus territorios de mi poder, como para que pueda el Señor librar a Jerusalén de mi mano?”». 36El pueblo callaba y no respondía ni una palabra, pues el rey había ordenado: «No le respondáis». 37Eliaquín, hijo de Jilquías, mayordomo de palacio, y el secretario Sobná y el heraldo Joaj, hijo de Asaf, se presentaron ante Ezequías con las vestiduras rasgadas, para comunicarle el mensaje pronunciado por el copero mayor.

Capítulo 19

1Cuando el rey Ezequías lo escuchó, rasgó sus vestiduras, se cubrió de sayal y fue al templo del Señor. 2Envió a Eliaquín, mayordomo de palacio, a Sobná, el secretario, y a los más ancianos de los sacerdotes, todos cubiertos de sayal, donde estaba el profeta Isaías, hijo de Amós, 3para decirle: «Así habla Ezequías: ¡Día de angustia, de castigo y de vergüenza es este día! Los hijos han llegado al momento del parto y la parturienta no tiene fuerzas para alumbrarlos. 4¿Tomará nota, tal vez, tu Dios de todas las palabras del copero mayor, enviado por el rey de Asiria, su señor, para insultar al Dios vivo, y castigará el Señor tu Dios las palabras que ha oído? ¡Eleva una plegaria en favor del resto que aún queda!». 5Cuando los servidores del rey Ezequías llegaron adonde estaba Isaías, 6este les comunicó: «Hablad a vuestro señor: Esto dice el Señor: “No tengas miedo por las palabras que hayas oído, con las que me insultaron los criados del rey de Asiria, 7porque le infundiré un espíritu y, cuando oiga una noticia, volverá a su tierra. Luego haré que caiga a espada en su país”». 8El copero mayor, tras conocer que el rey de Asiria se había retirado de Laquis, dio la vuelta para encontrar al rey que estaba atacando Libná. 9Pero (el rey asirio) recibió esta noticia: «Tiracá, rey de Cus, ha partido en campaña contra ti». Entonces envió de nuevo mensajeros a Ezequías a decirle: 10«Así hablaréis a Ezequías, rey de Judá: “Que tu Dios, en el que confías, no te engañe diciendo: ‘Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria’. 11Tú mismo has oído cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países entregándolos al anatema, ¿y vas a librarte tú solo? 12¿Salvaron acaso los dioses de las naciones a Gozán, a Jarán, a Résef y a los habitantes de Eden en Tel Basar, que mis padres aniquilaron? 13¿Dónde está el rey de Jamat?, ¿y el de Arpad?, ¿y los reyes de Laír, de Sefarvaín, de Hená y de Ivá?”». 14Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Subió al templo del Señor y abrió la carta ante el Señor. 15Y elevó esta plegaria ante él:«Señor, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: | Tú solo eres el Dios para todos los reinos de la tierra. | Tú formaste los cielos y la tierra. 16¡Inclina tu oído, Señor, y escucha! | ¡Abre tus ojos, Señor, y mira! | Escucha las palabras de Senaquerib enviadas | para insulto del Dios vivo. 17Es verdad, Señor, los reyes asirios han exterminado las naciones, 18han arrojado sus dioses al fuego y los han destruido. | Pero no eran dioses, sino hechura de mano humana, | de piedra, de madera. 19Pero ahora, Señor, Dios nuestro, líbranos de sus manos | y sepan todos los reinos de la tierra | que solo tú eres Señor Dios». 20Entonces Isaías, hijo de Amós, envió a Ezequías este mensaje: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria”. 21Esta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:“Te desprecia, se burla de ti la doncella, hija de Sión, | menea la cabeza a tu espalda la hija de Jerusalén. 22¿A quién has injuriado y ultrajado? | ¿Contra quién alzaste la voz lanzando miradas altivas? | Contra el Santo de Israel. 23Injuriaste a mi Señor con tus mensajeros, | pensando: ‘Con mis muchos carros | he subido hasta la cumbre de los montes, | hasta los extremos recónditos del Líbano. | He talado las cimas de los cedros, | los cipreses escogidos. | He alcanzado las alturas más lejanas, | la más densa espesura. 24Cavé pozos, bebí agua extranjera. | Bajo las plantas de mis pies se secaron | los canales de Egipto’. 25¿No lo has oído? Desde antiguo lo estoy realizando. | En tiempos remotos había planeado | —y ahora lo ejecuto— | que reduzcas a montones de escombros | las ciudades amuralladas. 26Sus habitantes, impotentes, aterrados y confusos, | son como hierba silvestre, | pasto de los prados, musgo de terrado, | campo sembrado que no produjo espigas, | abrasado por el viento del Este. 27Sé muy bien cuando te sientas, | cuando sales o cuando entras; | conozco tu estallido de rabia contra mí. 28Contra mí estalló tu rabia | y tu insolencia llegó hasta mis oídos. | Por eso te pongo ahora mi gancho en la nariz, | mi freno en el hocico, | para hacerte volver por el camino por donde has venido. 29Y esta será la señal para ti: | Comed este año el fruto del grano caído, | el segundo lo que brota por sí mismo | y, al tercer año, sembrad y segad, | plantad viñas y comed sus frutos. 30 Pues los supervivientes de la casa de Judá | que hayan quedado | echarán raíces en lo hondo | y darán fruto por arriba, 31porque ha de brotar de Jerusalén un resto, | y supervivientes del monte Sión. | El celo del Señor del universo lo realizará. 32Por eso, esto dice el Señor acerca del rey de Asiria: | ‘No entrará en esta ciudad, | no disparará contra ella ni una flecha, | no avanzará contra ella con escudos, | ni levantará una rampa contra ella. 33Regresará por el camino por donde vino | y no entrará en esta ciudad —palabra del Señor—. 34Yo haré de escudo a esta ciudad para salvarla, | por mi honor y el de David, mi siervo’”». 35Aquella misma noche el ángel del Señor avanzó y golpeó en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Todos eran cadáveres al amanecer. 36Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y regresó a Nínive, quedándose allí. 37Luego, mientras celebraba el culto en el templo de su dios Nisroc, sus hijos Adramélec y Saréser lo mataron a espada. Huyeron a la tierra de Ararat y le sucedió en el trono su hijo Asaradón.

Capítulo 20

1En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle: «Así habla el Señor: Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás». 2Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: 3«¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo recto a tu ojos». Y se deshizo el rey en lágrimas. 4Antes de que Isaías abandonase el patio central, le llegó la palabra del Señor que decía: 5«Vuelve y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: “Así habla el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y he visto tus lágrimas. Yo voy a curarte; al tercer día subirás al templo del Señor. 6Añadiré otros quince años a tu vida. Te libraré, además, a ti y a Jerusalén, de la mano del rey de Asiria y, por mi honor y el de David, mi siervo, extenderé mi protección sobre esta ciudad”». 7Entonces Isaías ordenó: «Traed una torta de higos». La trajeron, la aplicaron sobre la úlcera y quedó sano. 8El rey le preguntó: «¿Cuál será la señal de que el Señor me va a curar y de que, al tercer día, subiré al templo del Señor?». 9Isaías respondió: «Esta será la señal enviada por el Señor de que cumplirá lo prometido: ¿Avanzará o retrocederá la sombra diez grados en el cuadrante?». 10Y Ezequías contestó: «Es fácil que la sombra se alargue diez gradas en el cuadrante, pero no que retroceda diez». 11Entonces el profeta Isaías invocó al Señor y el Señor hizo que la sombra retrocediera las diez gradas que había recorrido en las escalinatas de Ajaz. 12En aquel tiempo, Merodac Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, enterado de que Ezequías había estado enfermo, le envió cartas y un presente. 13Ezequías se alegró mucho por ello y mostró a los mensajeros la cámara del tesoro con la plata, el oro, los aromas y el aceite perfumado, así como el arsenal y cuanto había en los tesoros; nada quedó en su palacio y en todos sus dominios que Ezequías no les mostrase. 14El profeta Isaías se presentó de inmediato al rey Ezequías para preguntarle: «¿Qué te han dicho estos hombres y de dónde han venido?». Ezequías respondió: «Vinieron de un país lejano, de Babilonia». 15Volvió a preguntar: «¿Qué han visto en tu palacio?». Ezequías respondió: «Han visto todo cuanto hay en mi palacio; no quedó nada en los tesoros por enseñarles». 16Entonces Isaías profetizó a Ezequías: «Escucha la palabra del Señor: 17llega el tiempo en que se llevarán a Babilonia cuanto hay en tu palacio y atesoraron tus padres hasta el día de hoy. No quedará nada, dice el Señor. 18Algunos de los hijos salidos de ti, que tú engendraste, serán deportados para convertirlos en eunucos en el palacio del rey de Babilonia». 19Y Ezequías respondió a Isaías: «Está bien la palabra del Señor que me anuncias»; el rey pensaba para sí: «¿No está diciendo que habrá paz y tranquilidad en mi vida?». 20El resto de los hechos de Ezequías, sus éxitos militares, cómo construyó la alberca y el canal para la traída de aguas a la ciudad ¿no se hallan escritos en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 21Ezequías se durmió con sus padres y le sucedió en el trono su hijo Manasés.

Capítulo 21

1Manasés tenía doce años cuando subió al trono y reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jefsí Baj. 2Hizo el mal a los ojos del Señor, según la costumbre abominable de las naciones que había expulsado el Señor ante los hijos de Israel. 3De este modo, reconstruyó los santuarios que su padre Ezequías había destruido, erigió altares dedicados a Baal y fabricó un cipo sagrado como había hecho Ajab, rey de Israel. Se postraba ante todo el ejército de los cielos, rindiéndole culto, y 4construyó altares en el templo del Señor, acerca del cual había declarado el Señor: «En Jerusalén estableceré mi Nombre». 5Construyó altares a todo el ejército de los cielos en los dos patios del templo del Señor. 6Luego arrojó a su hijo a la pira de fuego; practicó la adivinación y la magia, consultó a adivinos y a nigromantes, haciendo mucho mal a los ojos del Señor y provocando su cólera. 7La imagen esculpida de Aserá que había tallado la instaló en el templo del que el Señor había dicho a David y a Salomón, su hijo: «En este templo y en Jerusalén, que he elegido entre todas las tribus de Israel, estableceré mi Nombre para siempre. 8No volveré a hacer que Israel vague errante fuera de la tierra que di a sus padres, a condición de que se comprometan a actuar según todo lo que les he mandado y conforme a toda la doctrina que mi siervo Moisés les mandó». 9Pero ellos no obedecieron y Manasés los extravió, de modo que actuasen peor que las naciones que el Señor había eliminado ante los hijos de Israel. 10Y habló el Señor por boca de sus siervos, los profetas, diciendo: 11«Manasés, rey de Judá, ha cometido estas abominaciones, superando todo el mal que hicieron los amorreos antes de él e induciendo a Judá a pecar con sus ídolos. 12Por eso, así habla el Señor, Dios de Israel: “Voy a acarrear tal desgracia sobre Jerusalén y Judá que, a quienes lo oigan, les zumbarán los oídos. 13Pues aplicaré a Jerusalén la misma medida que a Samaría y los mismos pesos que a la casa de Ajab, y fregaré Jerusalén como se friega un plato y se le pone cara abajo. 14Arrojaré luego el resto de mi heredad y los entregaré en manos de sus enemigos. Presa y botín han de ser de todos sus enemigos, 15porque hicieron el mal a mis ojos, irritándome desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta hoy”». 16Además del pecado que Manasés hizo cometer a Judá haciendo lo que es malo a los ojos del Señor, derramó tanta sangre inocente que inundó Jerusalén de punta a punta. 17El resto de los hechos de Manasés, cuanto hizo, los pecados que cometió, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 18Manasés se durmió con sus padres y lo enterraron en el jardín de su palacio, en el jardín de Uzá. Le sucedió en el trono su hijo Amón. 19Amón tenía veintidós años cuando comenzó a reinar y reinó dos años en Jerusalén. Su madre se llamaba Mesulémet, hija de Jarús de Jotbá. 20Hizo el mal a los ojos del Señor como había hecho su padre Manasés. 21En todo siguió los caminos de su padre, dando culto a los ídolos que él había servido y postrándose ante ellos. 22Abandonó al Señor, Dios de sus padres, y no siguió el camino del Señor. 23Sus servidores conspiraron en contra de él y mataron a Amón en palacio. 24Pero el pueblo de la tierra ejecutó a todos los que habían conspirado contra el rey Amón y, en su lugar, proclamó rey a su hijo Josías. 25El resto de los hechos de Amón, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 26Lo enterraron en su sepulcro, en el jardín de Uzá, y le sucedió en el trono su hijo Josías.

Capítulo 22

1Tenía Josías ocho años cuando inició su reinado y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jedidá, hija de Adías, de Boscat. 2Hizo lo recto a los ojos del Señor y siguió en todo los caminos de David su padre, sin desviarse a derecha ni a izquierda. 3El año dieciocho del rey Josías, el rey envió al templo del Señor a Safán, el secretario, hijo de Asalías, hijo de Mesulán, y le dijo: 4«Ve al sumo sacerdote, Jilquías, y que pese el dinero que está depositado en el templo del Señor, el que ha sido recogido entre el pueblo por los guardianes de la puerta. 5Que lo entreguen a los capataces encargados del templo del Señor y que lo destinen estos al pago de los que trabajan en reparar el templo del Señor: 6carpinteros, constructores y albañiles, así como a la compra de madera y piedra de cantería para la restauración del edificio. 7Pero que no se les pida cuentas del dinero que se les entrega, porque actúan con honestidad». 8Entonces el sumo sacerdote, Jilquías, dijo al secretario Safán: «He hallado en el templo del Señor un libro de la ley». Jilquías entregó el libro a Safán, que lo leyó. 9El secretario Safán, presentándose al rey, le informó: «Tus servidores han fundido el dinero depositado en el templo y lo han entregado a los capataces encargados del templo del Señor». 10El secretario Safán añadió también: «El sumo sacerdote Jilquías me ha entregado un libro». Y Safán lo leyó ante el rey. 11Cuando el rey oyó las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestiduras. 12Y dirigiéndose al sacerdote Jilquías, a Ajicán, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías, ministro del rey, les ordenó: 13«Id a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá, a propósito de las palabras de este libro que ha sido encontrado, porque debe de ser grande la ira del Señor encendida contra nosotros, ya que nuestros padres no obedecieron las palabras de este libro haciendo lo que está escrito para nosotros». 14Entonces el sacerdote Jilquías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron adonde estaba la profetisa Juldá, mujer de Salún, hijo de Tiqvá, hijo de Jarjás, encargado del vestuario. Vivía ella en Jerusalén, en el Barrio Nuevo. Le hablaron 15y ella respondió: «Así habla el Señor, Dios de Israel. Decid al hombre que os ha enviado a mí: 16“Así habla el Señor: Voy a traer el desastre sobre este lugar y sus habitantes, pues todo lo dicho en el libro que ha leído el rey de Judá va a cumplirse. 17Porque ellos me han abandonado y han quemado incienso a otros dioses, irritándome con todos los ídolos que se han hecho. Arde mi ira contra este lugar y ya no se apagará”. 18Y añadidle al rey de Judá que os mandó consultar al Señor: “Así dice el Señor, Dios de Israel: Ya que al escuchar mis palabras 19contra este lugar y sus habitantes, que han de volverse maldición y espanto, tu corazón se ha conmovido y te has humillado ante el Señor y has rasgado tus vestiduras y llorado ante mí, y yo lo he escuchado todo —oráculo del Señor—: 20Por eso, te reuniré con tus padres, serás enterrado en paz en tu sepulcro y tus ojos no verán todo el desastre que acarrearé sobre este lugar”». Y llevaron ellos la respuesta al rey.

Capítulo 23

1El rey convocó a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén y se reunieron ante él. 2Subió el rey al templo del Señor con todos los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén; los sacerdotes, profetas y todo el pueblo, desde el menor al mayor, y leyó a sus oídos todas las palabras del libro de la Alianza hallado en el templo del Señor. 3Se situó el rey de pie junto a la columna y, en presencia del Señor, estableció la alianza, con el compromiso de caminar tras el Señor y guardar sus mandamientos, testimonios y preceptos, con todo el corazón y con toda el alma, y poner en vigor las palabras de la alianza escritas en el libro. Todo el pueblo confirmó la alianza. 4El rey ordenó a Jilquías, al segundo de los sacerdotes y a los guardias del umbral que sacaran del santuario del Señor todos los objetos fabricados para Baal, Aserá y todo el ejército de los cielos. Luego los quemó fuera de Jerusalén, en los yermos del Cedrón, y llevó sus cenizas a Betel. 5Suprimió los sacerdotes paganos designados por los reyes de Judá, los cuales quemaban incienso en los altozanos, en las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén. Eliminó igualmente a los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a los astros celestes y a todo el ejército de los cielos. 6Sacó la Aserá del templo del Señor fuera de Jerusalén, al torrente Cedrón, y la quemó allí, en el torrente Cedrón, reduciéndola a unas cenizas que esparció sobre las tumbas de los hijos del pueblo. 7Derribó igualmente las dependencias de los consagrados a la prostitución, que estaban en el templo del Señor, donde las mujeres tejían velos para Aserá. 8E hizo venir a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá y profanó los altozanos donde quemaban incienso, desde Gabá hasta Berseba. Derribó también los templetes de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, a la izquierda según se pasa la puerta de la ciudad. 9Con todo, los sacerdotes de los altozanos no podían acercarse al altar del Señor en Jerusalén, aunque sí comían los panes ácimos en medio de sus hermanos. 10Profanó el Tofet del valle de Ben Hinnón, para que nadie hiciera pasar por el fuego a su hijo o a su hija, en honor de Mólec. 11Suprimió los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al Sol, a la entrada del templo del Señor, cerca de la cámara del eunuco Netán Mélec que estaba en las dependencias, y quemó el carro del Sol. 12El rey derribó los altares que construyeron los reyes de Judá sobre el terrado de la cámara superior de Ajaz y los altares de Manasés que se hallaban en los dos patios del templo del Señor, los destruyó allí mismo y arrojó sus cenizas al torrente Cedrón. 13El rey profanó también los altozanos que estaban frente a Jerusalén, al sur del monte de los Olivos, los que Salomón, rey de Israel, había erigido a Astarté, monstruo abominable de los sidonios; profanó igualmente a Camós, monstruo abominable de Moab, y a Milcón, abominación de los amonitas. 14Luego rompió las estelas, cortó los cipos sagrados y llenó sus emplazamientos de huesos humanos. 15Además derribó el altar que había en Betel y el altozano que hizo Jeroboán, hijo de Nebat, el que hizo pecar a Israel. Quemó el altozano, rompió luego las piedras, las redujo a polvo y quemó el cipo sagrado. 16Al volver la cabeza Josías, vio los sepulcros que había en la montaña. Mandó recoger los huesos de las tumbas y los quemó sobre el altar, profanándolo. Así se cumplió la palabra del Señor que había comunicado el hombre de Dios, mientras Jeroboán estaba en pie junto al altar durante la fiesta. Se volvió Josías y, al ver la tumba del hombre de Dios que había predicho estas cosas, 17preguntó: «¿Qué monumento es ese que veo?». Los hombres de la ciudad le respondieron: «Es la tumba del hombre de Dios que vino de Judá y anunció estas cosas que has hecho contra el altar de Betel». 18Y dijo el rey: «Dejadlo en paz. Que nadie toque sus huesos». Y preservaron así sus huesos, junto con los huesos del profeta que vino de Samaría. 19Josías hizo desaparecer después todos los santuarios de los altozanos que habían construido los reyes de Israel en las ciudades de Samaría, irritando al Señor, e hizo con ellos exactamente lo mismo que había hecho en Betel: 20inmoló sobre los altares a todos los sacerdotes de los altozanos que allí se encontraban y quemó sobre ellos huesos humanos. Luego regresó a Jerusalén. 21El rey dio esta orden a todo el pueblo: «Celebrad la Pascua en honor del Señor, vuestro Dios, según está escrito en este libro de la Alianza». 22No se había celebrado una Pascua como aquella desde los días de los Jueces que juzgaron a Israel, ni en los días de los reyes de Israel y de los reyes de Judá. 23Tan solo el año dieciocho del rey Josías se celebró una Pascua así, en honor del Señor, en Jerusalén. 24Asimismo, los adivinos y los nigromantes, los terafim y los ídolos, y todos los monstruos abominables que se veían en la tierra de Judá y en Jerusalén fueron eliminados por Josías, para poner en vigor las palabras de la ley escritas en el libro que halló el sacerdote Jilquías en el templo del Señor. 25Antes que él no había surgido ningún rey que se volviese al Señor como él, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, según la doctrina de Moisés. Ni después de él se ha levantado nadie como él. 26Sin embargo, el Señor no se apartó del ardor de su gran cólera, la que se le había encendido contra Judá, por la irritación que le produjeron todas las acciones de Manasés. 27Pues el Señor había dicho: «También apartaré a Judá de mi presencia, como he apartado a Israel, rechazando Jerusalén, esta ciudad que había elegido y el templo del que dije: “Mi Nombre estará en él”». 28El resto de los hechos de Josías, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 29En sus días subió el faraón Necó, rey de Egipto, contra el rey de Asiria, que se hallaba junto al río Éufrates. El rey Josías fue a su encuentro, pero Necó lo mató en Meguido nada más verlo. 30Sus servidores trasladaron el cadáver de Josías en carro desde Meguido, lo condujeron a Jerusalén y le dieron sepultura en su sepulcro. El pueblo de la tierra tomó a Joacaz, hijo de Josías, y lo ungió, proclamándolo rey en lugar de su padre. 31Tenía Joacaz veintitrés años cuando comenzó a reinar y lo hizo por tres meses en Jerusalén; el nombre de su madre era Jamital, hija de Jeremías, de Libná. 32Hizo el mal a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que lo habían hecho sus padres. 33Y el faraón Necó lo hizo prisionero en Riblá, en la tierra de Jamat, para que no reinara más en Jerusalén, e impuso al país un impuesto de cien talentos de plata y diez de oro. 34El faraón Necó, además, puso por rey a Eliaquín, hijo de Josías, en lugar de su padre, y le cambió el nombre en Joaquim. En cuanto a Joacaz, lo tomó y lo llevó a Egipto, donde murió. 35Joaquim hizo entrega de la plata y el oro al faraón pero, para pagar el dinero según la orden del faraón, impuso un gravamen sobre el país, a cada cual según sus bienes, apremiando al pueblo de la tierra por el dinero que había de entregar al faraón Necó. 36Veinticinco años tenía Joaquim cuando inició su reinado y reinó once años en Jerusalén. El nombre de su madre era Zebidá, hija de Pedaías, de Rumá. 37E hizo el mal a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que hicieron sus padres.

Capítulo 24

1En tiempos de Joaquim, Nabucodonosor, rey de Babilonia, emprendió una expedición militar. Joaquim le quedó sometido durante tres años, pero luego se rebeló. 2El Señor lanzó entonces contra él bandas de caldeos, bandas de arameos, bandas de moabitas y bandas de amonitas. Las envió contra Judá para aniquilarla, según la palabra que el Señor había pronunciado por boca de sus siervos los profetas. 3Solo por orden del Señor ocurrió esto en Judá: para arrojarla de su presencia por los pecados de Manasés, por todo lo que había hecho; 4también por la sangre inocente que derramó inundando Jerusalén de sangre inocente. No quiso perdonar el Señor. 5El resto de los hechos de Joaquim, cuanto hizo, ¿no se halla escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá? 6Se durmió Joaquim con sus padres y le sucedió en el trono su hijo Joaquín. 7El rey de Egipto no volvió a salir de su tierra, porque el rey de Babilonia había conquistado cuanto era del rey de Egipto, desde el torrente de Egipto hasta el río Éufrates. 8Dieciocho años tenía Joaquín cuando inició su reinado y reinó tres meses en Jerusalén. El nombre de su madre era Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. 9Hizo el mal a los ojos del Señor exactamente lo mismo que había hecho su padre. 10En aquel tiempo las gentes de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén y la ciudad fue asediada. 11Vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a la ciudad, mientras sus servidores la estaban asediando. 12Entonces Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia, que hizo prisioneros a él, a su madre, a sus servidores, a sus jefes y eunucos. Era el año octavo de su reinado. 13Luego se llevó de allí todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real y deshizo todos los objetos de oro que había fabricado Salomón, rey de Israel, para el santuario del Señor, según la palabra del Señor. 14Deportó a todo Jerusalén, todos los jefes y notables —diez mil deportados—; a todos los herreros y cerrajeros, no dejando más que a la gente pobre del país. 15Deportó a Babilonia a Joaquín, a la madre del rey y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los notables del país; los hizo partir al destierro, de Jerusalén a Babilonia. 16También llevó deportados a Babilonia a todos los hombres pudientes en número de siete mil; los herreros y cerrajeros, un millar; así como a todos los aptos para la guerra. 17Y, en lugar de Joaquín, puso por rey a su tío Matanías, cambiando su nombre por el de Sedecías. 18Sedecías tenía veintiún años cuando inició su reinado y reinó once años en Jerusalén. El nombre de su madre era Jamital, hija de Jeremías, de Libná. 19Hizo el mal a los ojos del Señor, exactamente lo mismo que había hecho Joaquim. 20Esto sucedió a causa de la cólera del Señor contra Jerusalén y Judá, hasta que fueron arrojados de su presencia.Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia.

Capítulo 25

1El año noveno de su reinado, el mes décimo, el diez del mes, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército contra Jerusalén. Acampó contra ella y la cercaron con una empalizada. 2Y la ciudad estuvo sitiada hasta el año once de Sedecías. 3El mes cuarto, el día noveno del mes, cuando arreció el hambre dentro de la ciudad y no había pan para la gente del pueblo, 4abrieron una brecha en la ciudad; todos los hombres de guerra huyeron durante la noche por el camino de la puerta, entre los dos muros que están sobre el parque del rey, mientras los caldeos estaban apostados alrededor de la ciudad; y se fueron por el camino de la Arabá. 5Las tropas caldeas persiguieron al rey, dándole alcance en los llanos de Jericó. Entonces todo el ejército se dispersó, abandonándolo. 6Capturaron al rey Sedecías y lo subieron a Riblá, adonde estaba el rey de Babilonia, que lo sometió a juicio. 7Sus hijos fueron degollados a su vista, y a Sedecías le sacó los ojos. Luego lo encadenaron con doble cadena de bronce y lo condujeron a Babilonia. 8En el mes quinto, el día séptimo del mes, el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Nabuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia, vino a Jerusalén. 9E incendió el templo del Señor y el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén. 10Todas las tropas caldeas que estaban con el jefe de la guardia demolieron las murallas que rodeaban Jerusalén. 11En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y el resto de la gente, los deportó Nabuzardán, jefe de la guardia. 12El jefe de la guardia dejó algunos de los pobres del país para viñadores y labradores. 13Los caldeos rompieron las columnas de bronce que había en el templo del Señor, las basas y el mar de bronce del templo del Señor, y se llevaron el bronce a Babilonia. 14Tomaron también los ceniceros, las paletas, los cuchillos, las cucharas y todos los utensilios de bronce para uso del culto. 15El jefe de la guardia tomó los incensarios y los aspersorios, cuanto había de oro y plata. 16Y no se pudo calcular el peso del bronce de las dos columnas, del mar y de las basas que Salomón había fabricado para el templo del Señor. 17La altura de una columna era de dieciocho codos, y encima tenía un capitel de bronce fundido; la altura del capitel era de cinco codos, con un trenzado y granadas en torno, todo labrado en bronce. Lo mismo para la segunda columna. 18El jefe de la guardia tomó preso a Seraías, primer sacerdote, y a Sefanías, segundo sacerdote, y a los tres guardias del umbral. 19Luego apresó a un eunuco de la ciudad que era inspector de los hombres de guerra, a cinco de los cortesanos del rey que se encontraban en la ciudad, al secretario del jefe del ejército encargado de hacer la leva entre el pueblo de la tierra, y a sesenta hombres del pueblo de la tierra que se hallaban en la ciudad. 20Nabuzardán, jefe de la guardia, los apresó y trasladó a Riblá, adonde estaba el rey de Babilonia. 21Y el rey de Babilonia los golpeó hasta matarlos en Riblá, en la tierra de Jamat. Y de este modo fue deportado Judá lejos de su tierra. 22Nabucodonosor, rey de Babilonia, nombró a Godolías, hijo de Ajicán, hijo de Safán, gobernador del pueblo que había quedado en la tierra de Judá, el que dejó el rey de Babilonia. 23Todos los jefes de tropas y sus hombres oyeron que el rey de Babilonia había puesto por gobernador a Godolías y fueron adonde estaba Godolías a Mispá: Ismael, hijo de Natanías, Juan, hijo de Caréaj, Seraías, hijo de Tanjumet el netufí, Jazanías de Maacá, ellos y sus hombres. 24Godolías les tomó juramento, a ellos y a sus hombres, y les dijo: «Nada temáis de los servidores de los caldeos. Quedaos en el país, servid al rey de Babilonia y os irá bien». 25Pero en el mes séptimo, Ismael, hijo de Natanías, hijo de Elisamá, que era de linaje real, vino con diez hombres e hirieron de muerte a Godolías, así como a los judíos y caldeos que estaban con él en Mispá. 26Entonces todo el pueblo, desde el más pequeño al mayor, y los jefes de tropas se pusieron en marcha y fueron a Egipto, porque tuvieron miedo de los caldeos. 27El año treinta y siete de la deportación de Joaquín, rey de Judá, el mes doce, el veintisiete del mes, Evil Merodac, rey de Babilonia, el año en que comenzó a reinar, hizo gracia a Jeconías, rey de Judá, y lo liberó de la prisión. 28Le habló con benevolencia, concediéndole un asiento superior al de los reyes que estaban con él en Babilonia. 29Se desprendió así Jeconías de sus ropas de prisión y comió siempre a la mesa en su presencia, por el resto de sus días. 30Y de parte del rey se le consignó un sustento permanente, día tras día, durante todos los días de su vida.