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Capítulo 1

1Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá. 2Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí. 3El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». 4¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza malvada, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al santo de Israel, le han vuelto la espalda. 5¿Dónde podré golpearos todavía, si os seguís rebelando? La cabeza está herida, el corazón extenuado, 6de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: heridas y contusiones, llagas abiertas, no limpiadas ni vendadas ni aliviadas con aceite. 7Vuestro país está devastado, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos los devoran extranjeros, ante vuestros ojos. ¡Hay desolación como en una catástrofe causada por enemigos! 8Sión ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. 9Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra. 10Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. 11«¿Qué me importa la abundancia de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, de corderos y chivos no me agrada. 12Cuando venís a visitarme, ¿quién pide algo de vuestras manos para que vengáis a pisar mis atrios? 13No me traigáis más inútiles ofrendas, son para mí como incienso execrable. Novilunios, sábados y reuniones sagradas: no soporto iniquidad y solemne asamblea. 14Vuestros novilunios y solemnidades los detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. 15Cuando extendéis las manos me cubro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. 16Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, 17aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. 18Venid entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana. 19Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de la tierra; 20si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—». 21¡Cómo se ha prostituido la villa fiel: estaba llena de rectitud; la justicia moraba en ella, y ahora moran los asesinos! 22Tu plata se ha vuelto escoria, está aguado tu vino; 23tus gobernantes son bandidos, cómplices de ladrones: amigos de sobornos, en busca de regalos. No protegen el derecho del huérfano, ni atienden la causa de la viuda. 24«Por eso —oráculo del Señor, Dios del universo, del Fuerte de Israel—: tomaré satisfacción de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. 25Volveré mi mano contra ti: purificaré tu escoria en el crisol, separaré de ti toda la ganga, 26te daré jueces como los de antaño, consejeros como los del tiempo antiguo: entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel. 27Sión será rescatada por el juicio, sus habitantes por la justicia». 28Vendrá la ruina sobre rebeldes y pecadores, los que abandonan al Señor perecerán. 29Os avergonzaréis de las encinas en las que os habéis deleitado, os sonrojaréis de los jardines que elegíais. 30Seréis como una encina con las hojas marchitas, como un jardín donde no corre el agua. 31Vuestra fortaleza será la estopa, su obra la chispa, arderán los dos juntos y no habrá quien lo apague.

Capítulo 2

1Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. 2En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, 3caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén». 4Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. 5Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor. 6Has rechazado a tu pueblo, a la casa de Jacob. Porque están llenos de adivinos de Oriente y de agoreros, como los filisteos, y pactan con extranjeros. 7Llena está su tierra de plata y oro, no hay límite para sus tesoros; su país está lleno de caballos, no hay límite para sus carros; 8su país está lleno de ídolos, y se postran ante las obras de sus manos, que fabricaron sus dedos. 9Pues será doblegado el mortal, será humillado el hombre. ¡No los perdones! 10Métete en las peñas, ocúltate en el polvo, ante el terror del Señor y ante la gloria de su majestad. 11Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; solo el Señor será exaltado en aquel día, 12el Día del Señor del universo, contra cuanto es orgulloso y arrogante, contra cuanto es altanero —que será abajado—, 13contra todos los cedros del Líbano, arrogantes y altaneros, contra todas las encinas de Basán, 14contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, 15contra toda alta torre, contra toda muralla inexpugnable, 16contra todas las naves de Tarsis, contra todos los navíos opulentos. 17Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia humana; solo el Señor será exaltado en aquel día, 18y los ídolos desaparecerán. 19Se meterán en las cuevas de las rocas, en las grietas de la tierra, ante el terror del Señor y la gloria de su majestad, cuando se levante, aterrando al país. 20Aquel día cada cual arrojará a los topos y a los murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que se había fabricado para postrarse ante ellos, 21y se meterá en las grutas de las rocas y en las hendiduras de las peñas, ante el terror del Señor, y la gloria de su majestad, cuando se levante, aterrando el país. 22Manteneos distantes de los hombres, en cuya nariz no hay más que un soplo: ¿en cuánto pueden ser estimados?

Capítulo 3

1Mirad que el Señor, Dios del universo aparta de Jerusalén y de Judá apoyo y sustento: todo sustento de pan, todo sustento de agua, 2el héroe y el guerrero, el juez y el profeta, el adivino y el anciano, 3el capitán y el notable, el consejero, el experto en magia, y quien sabe de encantamientos. 4Les daré adolescentes por príncipes, serán gobernados por muchachos. 5Hay opresión entre la gente: cada uno subyuga a su vecino, con arrogancia trata el joven al anciano, y el villano al hombre respetable. 6Uno aferra a su hermano en la casa paterna: «Tienes un manto, sé nuestro jefe, toma el mando de esta ruina». 7Ese día el otro protestará: «No soy vuestro médico, en mi casa no hay pan ni tengo manto; no me pongáis como jefe del pueblo». 8Tropieza Jerusalén, se derrumba Judá porque sus palabras y sus obras están contra el Señor, se rebelan delante de su gloria. 9Su parcialidad testimonia contra ellos; como Sodoma, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, pues se acarrean su desgracia! 10Decid al justo que le irá bien, comerá el fruto de sus acciones. 11¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras! 12Pueblo mío, sus opresores son niños, mujeres lo gobiernan pueblo mío, tus guías te extravían, confunden tus senderos. 13El Señor toma su sitio para el proceso, se pone en pie para juzgar los pueblos. 14El Señor se querella contra los ancianos y gobernantes de su pueblo: «Vosotros habéis devastado la viña, los despojos de los pobres están en vuestras casas. 15¿No os importa oprimir a mi pueblo, hacer añicos a los pobres? —Oráculo del Señor, Dios del universo—». 16Lo ha dicho el Señor: «Porque las hijas de Sión son altaneras, andan con el cuello estirado, echando miradas seductoras, caminan con pasos menudos y hacen sonar las ajorcas de sus pies, 17por eso cubrirá el Señor de costras sus cabezas, dejará el Señor sus sienes a la vista. 18En aquel día les quitará el Señor sus adornos: ajorcas, bandas y lunetas, 19pendientes, brazaletes y velos, 20diademas, cadenillas, cinturones, frascos de perfumes y amuletos, 21anillos y argollas, 22trajes de fiesta, mantos, chales y bolsos, 23espejos, túnicas, turbantes y mantillas. 24En lugar de perfume habrá olor de podredumbre, en lugar de cinturón, cuerda, en lugar de rizos, calvicie, en lugar de amplio manto, un saco estrecho, y en lugar de belleza, una marca de fuego. 25Tus hombres caerán a espada, tus guerreros en la lucha, 26gemirán y harán luto tus puertas, desolada te sentarás en el suelo.

Capítulo 4

1Aquel día siete mujeres se disputarán al mismo hombre diciendo: “Comeremos de nuestro pan, nos vestiremos con nuestra ropa; danos solo tu nombre, quita nuestra afrenta”». 2Aquel día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel. 3A los que queden en Sión y al resto en Jerusalén los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida. 4Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sión y purificado la sangre derramada en Jerusalén, con viento justiciero, con un soplo ardiente, 5creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sión y sobre su asamblea una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante de noche. Y por encima, la gloria será un baldaquino 6y una tienda, sombra en la canícula, refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia.

Capítulo 5

1Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña. Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. 2La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones. 3Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. 4¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? ¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones? 5Pues os hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada. 6La convertiré en un erial: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. 7La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos. 8¡Ay de los que añaden casa a casa, y juntan campos con campos hasta no dejar sitio y poder habitar solo ellos el país! 9Lo ha jurado a mis oídos el Señor del universo: «Sus muchas casas, amplias y hermosas, serán arrasadas, quedarán deshabitadas. 10Diez yugadas de viña darán un cántaro de vino, diez medidas de simiente producirán una sola». 11¡Ay de los que madrugan, en busca de licores, y alargan el crepúsculo, encendidos por el vino, 12con cítaras y arpas, panderetas y flautas, y vino en sus festines, pero no consideran la acción del Señor, ni tienen en cuenta la obra de sus manos! 13Por eso mi pueblo es deportado, porque no comprende, los notables mueren de hambre, la muchedumbre se abrasa de sed. 14Por eso ensancha sus fauces el abismo, dilata su boca sin medida, allá bajan notables y plebeyos, su bullicio y sus festejos. 15Será doblegado el mortal, humillado el hombre, abajada su mirada altiva. 16Mostrará el Señor del universo grandeza en sus sentencias, y el Dios santo será santificado. 17Corderos pastarán como en sus pastizales y engordarán entre las ruinas los cabritos. 18¡Ay de los que arrastran su culpa con lazos de engaño, su pecado como con cuerdas de carro, 19de los que dicen: «Que se dé prisa, que apresure su obra para que la veamos, que se aproxime y se cumpla el plan del Santo de Israel para que lo sepamos!». 20¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! 21¡Ay de quienes son sabios a sus propios ojos y se creen inteligentes! 22¡Ay de los fuertes para beber vino, de los valientes para mezclar licores, 23de los que por soborno absuelven al culpable y niegan justicia al inocente! 24Como la lengua de fuego devora la paja, y el heno se consume en la llama así se pudrirá su raíz y sus brotes volarán como polvo, porque rechazaron la ley del Señor del universo y despreciaron la palabra del Santo de Israel. 25Por eso se encendió la ira del Señor contra su pueblo, extendió su mano contra él y lo golpeó, se conmovieron las montañas, y quedaron los cadáveres como carroña en medio de las calles. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida. 26Izará una enseña para un pueblo remoto, lo llamará con un silbido desde el confín de la tierra. He aquí que llega, raudo y veloz. 27Nadie se cansa, nadie tropieza, nadie se adormece, ninguno duerme. Ninguno afloja el cinturón de su cintura ni desata la correa de las sandalias. 28Están aguzadas sus saetas, tensos los arcos, son como pedernal los cascos de sus caballos, y como torbellinos las ruedas de los carros, 29su rugido, como de león, ruge como los cachorros: brama y atrapa la presa, la pone a seguro y nadie se la arranca. 30Aquel día bramará contra él como brama el mar. Se mire por donde se mire: oscuridad y angustia en la tierra, y la luz oscurecida por la bruma.

Capítulo 6

1El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. 2Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, 3y se gritaban uno a otro diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!». 4Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. 5Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo». 6Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; 7la aplicó a mi boca y me dijo: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». 8 Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame». 9Él me dijo: «Ve y di a esta gente: “Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis, no comprenderéis”. 10Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane». 11Pregunté: «¿Hasta cuándo, Señor?». Me respondió: «Hasta que las ciudades queden devastadas y despobladas, las casas sin gente, los campos yermos. 12Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país. 13Y si aún quedara una décima parte, también sería exterminada. Como una encina o un roble que, al talarlos, solo dejan un tocón. Ese tocón será semilla santa».

Capítulo 7

1Cuando reinaba en Judá Ajaz, hijo de Jotán, hijo de Ozías, subieron a atacar Jerusalén Rasín, rey de Siria, y Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, pero no lograron conquistarla. 2Se lo comunicaron a la casa de David: «Los arameos han acampado en Efraín», y se agitó su corazón y el corazón del pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento. 3Entonces el Señor dijo a Isaías: «Ve al encuentro de Ajaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la alberca de arriba, junto a la calzada del campo del batanero 4y dile: “Conserva la calma, no temas y que tu corazón no desfallezca ante esos dos restos de tizones humeantes: la ira ardiente de Rasín y Siria, y del hijo de Romelías. 5Porque, aunque Siria y Efraín y el hijo de Romelías tramen tu ruina, diciendo: 6‘Marchemos contra Judá, aterroricémosla, entremos en ella y pongamos como rey al hijo de Tabeel’, 7así ha dicho el Señor: ‘Ni ocurrirá ni se cumplirá: 8Damasco es capital de Siria, y a la cabeza de Damasco está Rasín. (Dentro de sesenta y cinco años, Efraín, destruido, dejará de ser un pueblo). 9Samaría es capital de Efraín, y a la cabeza de Samaría está el hijo de Romelías. Si no creéis no subsistiréis’”». 10El Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo: 11«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo». 12Respondió Ajaz: «No lo pido, no quiero tentar al Señor». 13Entonces dijo Isaías: «Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? 14Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel. 15Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. 16Antes de que el niño sepa rechazar el mal y escoger el bien, quedará abandonado el país cuyos dos reyes te infunden miedo. 17El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre tu dinastía, días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá: vendrá el rey de Asiria». 18Aquel día silbará el Señor a los tábanos del confín del delta de Egipto y a las abejas de Asiria, 19vendrán a posarse en masa en los cauces de las quebradas y en las hendiduras de las rocas, en todos los matorrales espinosos y en todas las aguadas. 20Aquel día afeitará el Señor los pelos desde la cabeza hasta los pies con una navaja alquilada al otro lado del río, por medio del rey de Asiria; y también quitará la barba. 21Aquel día cada uno mantendrá una ternera y dos ovejas, 22y como abundará la leche comerán requesón; todo el que quede en el país comerá cuajada y miel. 23Aquel día, cualquier terreno de mil cepas, que vale una pieza de plata cada una, se convertirá en zarzal y cardizales. 24Con flechas y arcos se entrará en él, porque todo el país se habrá vuelto zarzal y cardizales, 25y en todos los montes, que eran desbrozados con la azada, no podrás entrar, por temor del zarzal y de los cardizales. Serán lugar de pastoreo de los bueyes, hollado por ovejas.

Capítulo 8

1El Señor me dijo: «Coge una tablilla grande y escribe con caracteres ordinarios: Pronto al saqueo – presto al botín». 2Yo me busqué dos testigos fidedignos: Urías, el sacerdote, y Zacarías, hijo de Baraquías. 3Después me uní a la profetisa, y ella concibió y dio a luz un hijo. El Señor me dijo: «Ponle por nombre “Pronto al saqueo – presto al botín”, 4porque antes de que el niño sepa decir “papá” y “mamá”, las riquezas de Damasco y el botín de Samaría serán llevados ante el rey de Asiria». 5El Señor me habló otra vez y me dijo: 6«Este pueblo desprecia las aguas de Siloé que corren mansas, y desfallece ante Rasín y el hijo de Romelías. 7Por eso, el Señor hará subir contra ellos las aguas del Éufrates, impetuosas y abundantes: al rey de Asiria con todo su poder. Se saldrá de cauce, desbordará sus riberas, 8irrumpirá en Judá, desbordará, crecerá hasta alcanzar al cuello, y sus alas desplegadas cubrirán toda la anchura de tu tierra, ¡oh Enmanuel!». 9¡Quedad destruidos y horrorizados, pueblos! ¡Escuchad, regiones lejanas de la tierra! ¡Preparaos a la guerra y quedad horrorizados! ¡Preparaos a la guerra y quedad horrorizados! 10Trazad planes, que fracasarán, haced promesas, que no se mantendrán, porque con nosotros está Dios. 11Así me dijo el Señor, cuando me tomó de la mano y me advirtió que no siguiera el camino de este pueblo: 12«No llaméis conjura a lo que este pueblo llama conjura, no temáis lo que él teme, ni os asustéis. 13Al Señor del universo llamaréis santo. Sea él el objeto de vuestro temor y de vuestro terror. 14Porque él será un santuario, pero también peña de tropiezo y piedra de escándalo para las dos casas de Israel, trampa y lazo para los habitantes de Jerusalén. 15Muchos de ellos tropezarán, caerán, se harán pedazos, quedarán enredados, serán capturados». 16«Guarda este testimonio, sella esta enseñanza para mis discípulos». 17Yo confío en el Señor, que oculta su rostro de la casa de Jacob, en él he puesto mi esperanza. 18Yo y los hijos que el Señor me ha dado somos signos y presagios en Israel, signos del Señor del universo, que habita en la montaña de Sión. 19Os dirán, sin duda: «Consultad los espíritus y adivinos, que susurran y murmuran; no debe un pueblo consultar a sus dioses, a los muertos en beneficio de los vivos». 20Atended a la instrucción y al testimonio. Si no hablan a tenor de estas palabras, ya no lucirá para ellos la luz de la aurora. 21Vagará oprimido y hambriento, exasperado por el hambre maldecirá a su rey y a su Dios. Se dirija a lo alto 22 o mire hacia la tierra, solo encontrará angustia y oscuridad, la opresión de las tinieblas, la oscuridad a la cual es empujado. 23¡No habrá ya oscuridad para la tierra que está angustiada! En otro tiempo humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles.

Capítulo 9

1El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. 2Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. 3Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. 4Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto del fuego. 5Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz». 6Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor del universo lo realizará. 7El Señor ha lanzado una amenaza contra Jacob, que caerá sobre Israel. 8La entenderá el pueblo entero, Efraín y los habitantes de Samaría, que andan diciendo con soberbia y presunción: 9«Si se han caído los ladrillos, construiremos con sillares; si han cortado los sicómoros, los sustituiremos por cedros». 10El Señor levantará a sus enemigos contra él, e incitará a sus adversarios: 11al Oriente Siria, los filisteos a Occidente: devorarán a Israel de un bocado. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida. 12Porque el pueblo no se ha vuelto a quien lo castigaba, ni ha buscado al Señor del universo, 13el Señor cortará de Israel cabeza y cola, palmera y junco en un solo día. 14El anciano y el noble son la cabeza, y el profeta, maestro de mentiras, es la cola. 15Los que guían a este pueblo lo extravían, y los guiados perecen. 16Por eso, el Señor no se apiada de los jóvenes, no tiene compasión de huérfanos y viudas; porque todos son impíos y perversos, y toda boca profiere necedades. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida. 17Se propaga la maldad como un incendio que consume zarzas y cardos: arde en la espesura del bosque y se enrosca en columnas de humo. 18Por la ira del Señor del universo arde el país, y el pueblo es pasto del fuego: ninguno se apiada de su hermano; 19destroza a la derecha, y sigue hambriento, devora a la izquierda, y no se sacia. Cada uno devora la carne de su prójimo: 20Manasés a Efraín, Efraín a Manasés, juntos, los dos contra Judá. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida.

Capítulo 10

1¡Ay de los que establecen decretos inicuos, y publican prescripciones vejatorias, 2para oprimir a los pobres en el juicio y privar de su derecho a los humildes de mi pueblo, haciendo de la viuda su botín y despojando a los huérfanos! 3¿Qué haréis cuando tengáis que rendir cuentas, cuando la devastación llegue de lejos? ¿A quién acudiréis buscando auxilio, y dónde dejaréis vuestra fortuna? 4No les quedará más que encorvarse con los prisioneros y caer entre los muertos. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida. 5¡Ay de Asiria, vara de mi ira! ¡Mi furor es bastón entre sus manos! 6Lo envío contra una nación impía, lo mando contra el pueblo que provoca mi cólera, para saquearlo y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. 7Pero él no lo entiende así, no es eso lo que piensa en su corazón, sino exterminar, aniquilar naciones numerosas. 8Se decía: «¿No son reyes mis ministros? 9¿No le pasó a Calnó como a Carquemis? ¿No es Jamat como Arpad y Samaría como Damasco? 10Así como mi mano alcanzó a aquellos reinos con más ídolos e imágenes que Jerusalén y Samaría, 11lo mismo que hice con Samaría y sus ídolos, ¿no lo haré con Jerusalén y sus imágenes?». 12Cuando el Señor haya concluido su tarea en la montaña de Sión y en Jerusalén, pedirá cuentas de la soberbia de corazón del rey de Asiria y de la arrogancia de su mirada altanera. 13Porque se decía: «Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de las naciones, he saqueado sus tesoros y, como un héroe, he destronado a sus señores. 14Mi mano ha alcanzado a las riquezas de los pueblos, como si fueran un nido; como quien recoge huevos abandonados, recogí toda su tierra. Ninguno batió el ala, ninguno abrió el pico para piar». 15¿Se enorgullece el hacha contra quien corta con ella? ¿Se gloría la sierra contra quien la mueve? ¡Como si el bastón moviera a quien lo sostiene, o la vara sostuviera a quien no es de madera! 16Por eso, el Señor, Dios del universo, debilitará a los hombres vigorosos y bajo su esplendor encenderá un fuego abrasador. 17La luz de Israel se convertirá en fuego, el Dios santo en llamas, arderá y devorará en un día sus espinos y zarzas. 18Consumirá el esplendor de su bosque y de su huerto, de la médula a la corteza. Será como un enfermo que se extingue. 19Árboles contados quedarán de su bosque, un niño podría contarlos. 20Aquel día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el Santo de Israel. 21 Un resto volverá, un resto de Jacob al Dios fuerte. 22Porque aunque fuera tu pueblo, Israel, como la arena del mar, volverá solo un resto. La destrucción decretada rebosa justicia. 23El Señor, Dios del universo, llevará a cabo en todo el país el exterminio decretado. 24Por ello así dice Dios, el Señor del universo: «Pueblo mío que habitas en Sión, no temas a Asiria, que te golpea con la vara, y alza su bastón contra ti, al modo de Egipto. 25Dentro de muy poco mi indignación se habrá completado y mi furor llevará a su destrucción. 26El Señor del universo agita su látigo contra él, como cuando castigó a Madián en la roca del Horeb y alzó su bastón sobre el mar en el camino de Egipto. 27Aquel día, su carga caerá de tus hombros y su yugo de tu cuello». El devastador sube de Rimón 28ha llegado hasta Ayat, atraviesa Migrón pasa revista a las armas en Micmás. 29Han cruzado el desfiladero, hacen noche en Gueba, Ramá se sobresalta, Guibeá de Saúl emprende la huida. 30¡Lanza gritos, Bat-Galín; escucha, Lais; respóndele, Anatot! 31Madmená se dispersa, los habitantes de Guebín buscan refugio, 32se detienen un día en Nob, y ya agita su mano hacia la montaña de Sión, hacia la colina de Jerusalén. 33Mirad: el Señor, Dios del universo, desgaja con violencia las copas de los árboles: los altos troncos ya están cortados, las ramas altas serán podadas. 34Cae bajo el hierro la espesura del bosque, se desploma el Líbano con todo su esplendor.

Capítulo 11

1Pero brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. 2Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. 3Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; 4juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. 5La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas. 6Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. 7La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. 8El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. 9Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. 10Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada. 11Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su pueblo: los que queden en Asiria y en Egipto, en Patros, Cus y Elán, en Sinar, Jamat y en las islas del mar. 12Izará una enseña hacia las naciones, para reunir a los desterrados de Israel, y congregar a los dispersos de Judá, desde los cuatro extremos de la tierra. 13Cesará la envidia de Efraín, se acabará la hostilidad de Judá: Efraín no envidiará a Judá, ni Judá será hostil a Efraín. 14Caerán contra el flanco de los filisteos a Occidente, juntos despojarán a los hijos del Oriente: Edón y Moab son su propiedad, los amonitas son sometidos. 15El Señor secará la lengua del mar de Egipto, agitará su mano contra el Nilo, con su soplo ardiente lo dividirá en siete brazos, lo cruzarán en sandalias, 16y habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la calzada de Israel cuando subió de Egipto.

Capítulo 12

1Ese día dirás: «Te doy gracias, Señor, porque estabas airado contra mí, pero ha cesado tu ira y me has consolado. 2Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación». 3Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. 4Aquel día diréis: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso». 5Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; 6gritad jubilosos, habitantes de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.

Capítulo 13

1Oráculo contra Babilonia, que recibió Isaías, hijo de Amós, en una visión. 2Sobre un monte pelado izad una enseña, alzad la voz hacia ellos, agitad la mano para que entren por la puerta de los nobles. 3Yo he dado órdenes a mis consagrados he convocado a los guerreros de mi ira, que exultan por mi grandeza. 4Escuchad el tumulto en las montañas, como de gran multitud. ¡Escuchad! Un tumulto de reinos, de naciones conjuradas. El Señor del universo pasa revista a sus tropas de combate. 5Vienen desde una tierra lejana, desde el confín del cielo, el Señor y los instrumentos de su ira, para devastar toda la tierra. 6Dad alaridos: el Día del Señor está cerca, llega como la devastación del Todopoderoso. 7Por eso los brazos desfallecen, desmayan los corazones de la gente, 8son presas del terror; espasmos y convulsiones los dominan, se retuercen como parturienta, estupefactos se miran uno al otro, los rostros encendidos. 9El Día del Señor llega, implacable, la cólera y el ardor de su ira, para convertir el país en un desierto, y extirpar a los pecadores. 10Las estrellas del cielo y las constelaciones no irradian su luz. El sol desde la aurora se oscurece, la luna no ilumina. 11Pediré cuentas al mundo de su maldad, y a los malvados de su culpa; acabaré con la insolencia de los soberbios y humillaré la arrogancia de los tiranos. 12Haré a los hombres más escasos que el oro fino, a los humanos más raros que el oro de Ofir. 13Haré temblar los cielos y moverse la tierra de su sitio, por el furor del Señor del universo, el día del incendio de su ira. 14Como gacela acosada, como rebaño que nadie reúne, cada uno se vuelve a su pueblo, cada cual huye a su tierra. 15Al que encuentren lo atravesarán, quien sea capturado caerá por la espada. 16Estrellarán a los niños ante sus ojos, saquearán sus casas, violarán a sus mujeres. 17Pues yo suscito contra ellos a los medos, que no busquen plata ni aprecien el oro: 18sus arcos masacran a los jóvenes, no tienen compasión del fruto del vientre; ni de los niños tendrán piedad sus ojos. 19Babilonia, esplendor de los reinos, joya y orgullo de los caldeos, quedará como Sodoma y Gomorra cuando Dios las arrasó. 20Nunca más será habitada, nadie se establecerá en ella de generación en generación. El beduino no plantará allí su tienda, ni los pastores apacentarán sus rebaños. 21Las bestias del desierto se aposentarán allí, sus casas estarán llenas de búhos, habitarán allí los avestruces, y brincarán los chivos. 22Aullarán las hienas en sus torres, en sus lujosas moradas los chacales. Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán.

Capítulo 14

1El Señor se apiadará de Jacob, volverá a escoger a Israel y los restablecerá en su tierra. Los extranjeros se unirán a ellos, y se incorporarán a la casa de Jacob. 2Las naciones los acogerán para conducirlos a su patria. La casa de Israel los poseerá como siervos y siervas en la tierra del Señor. Harán cautivos a quienes los deportaron, dominarán a sus opresores. 3Cuando el Señor te conceda descansar de tus sufrimientos e inquietudes y de la dura servidumbre a la que fuiste sometido, 4recitarás esta sátira contra el rey de Babilonia: ¡Cómo ha terminado el opresor, cómo ha concluido su tormento! 5El Señor ha quebrado el bastón de los malvados, el cetro de los dominadores, 6que golpeaba a los pueblos con furor, con golpes incesantes, y dominaba con ira a las naciones, con opresión implacable. 7La tierra toda descansa sosegada, lanzan gritos de júbilo. 8También los cipreses se alegran por tu desgracia, y los cedros del Líbano, diciendo: «Desde que sucumbiste, no sube el leñador para talarnos». 9El abismo se estremece en lo profundo cuando sale a tu encuentro, despierta a las sombras en tu honor, a todos los grandes de la tierra, se alzan de sus tronos todos los reyes de las naciones. 10Te responden y dicen: «También tú, como nosotros, has perdido tu fuerza, eres como nosotros: 11al abismo fue arrojado tu esplendor, el son de tus arpas; debajo de ti, un lecho de gusanos; tu cobertor, lombrices. 12¡Cómo has caído del cielo, astro matutino, hijo de la aurora! ¡Has sido derribado por tierra, opresor de naciones! 13Tú decías en tu corazón: “Escalaré los cielos; elevaré mi trono por encima de las estrellas de Dios; me sentaré en el monte de la divina asamblea, en el confín del septentrión 14escalaré las cimas de las nubes, semejante al Altísimo”. 15¡En cambio, has sido arrojado al abismo, a las profundidades de la fosa!». 16Los que te ven, miran estupefactos y reflexionan: «¿Era este el hombre que hacía temblar la tierra y estremecerse los reinos, 17que convertía el mundo en un desierto, destruía sus ciudades y no liberaba a sus prisioneros? 18Todos los reyes de las naciones reposan con honor, cada cual en su morada. 19A ti en cambio te han arrojado de tu tumba como a un vástago despreciable, cubierto de muertos traspasados por la espada, y arrojados sobre las losas del sepulcro, como un cadáver pisoteado. 20No te reunirás con ellos en la tumba: porque has destruido tu país y asesinado a tu gente. Nunca más se hablará de la descendencia de los malvados». 21Preparad a sus hijos para la matanza por la culpa de sus padres, no sea que resurjan y se adueñen del país, y cubran el mundo con sus ciudades. 22Me alzaré contra ellos —oráculo del Señor del universo— y extirparé de Babilonia el nombre y la descendencia, posteridad y progenie —oráculo del Señor—. 23Haré de ella propiedad de erizos y la convertiré en un lugar cenagoso, la barreré con la escoba de la destrucción —oráculo del Señor del universo—. 24Lo ha jurado el Señor del universo: como lo había proyectado ha ocurrido, y lo que había decidido se cumplirá: 25quebrantar a Asiria en mi propia tierra, pisotearla en mis montañas. Se apartará de ellos su yugo y su carga de sus hombros. 26Este es el proyecto decidido sobre todo el país, esta es la mano extendida sobre todas las naciones. 27El Señor del universo lo ha decidido. ¿Quién podría frustrarlo? Su mano está extendida. ¿Quién podría apartarla? 28El año de la muerte del rey Ajaz se proclamó este oráculo: 29No te alegres, nación filistea, porque se ha quebrado la vara que te golpeaba. Porque de la raíz de la serpiente saldrá una víbora, y su fruto será un áspid volador. 30Los más pobres serán alimentados, y los indigentes reposarán seguros. Pero haré morir de hambre la raíz y lo que de ti quede será eliminado. 31Gima el pórtico, grite la ciudad, tiemble toda Filistea, porque se eleva desde el norte una columna de humo. De su compacta formación nadie se aparta. 32¿Qué responder a los mensajeros de esa nación? Que el Señor ha fundado Sión y en ella se refugian los desvalidos de su pueblo.

Capítulo 15

1Oráculo sobre Moab: Porque de noche ha sido devastada Ar Moab, ha callado, porque de noche Quir Moab ha perecido, ha callado. 2La gente de Dibón sube a las alturas a llorar, por el Nebo y por Mádaba gime Moab. Han rapado sus cabezas y rasurado sus barbas. 3Por las calles se ciñen de sayal, gimen en las terrazas y en las plazas, todos se lamentan se deshacen en lágrimas. 4Claman Jesbón y Elale, hasta Yahás se escucha su clamor. Por eso gritan los guerreros de Moab, su ánimo decae. 5Mi corazón se lamenta por Moab, sus fugitivos llegan a Zoar y hasta Eglat-Selisia, la cuesta de Lujit suben llorando; un grito desgarrador despierta el camino de Joronaín. 6Se han secado las aguas de Nimrín, se ha marchitado la hierba, están agostadas las praderas, todo verdor ha desaparecido. 7Por eso llevan las riquezas acumuladas y sus provisiones más allá del torrente de los Sauces. 8Un clamor recorre las fronteras de Moab, los gemidos se escuchan en Eglaín, los gemidos se escuchan en Berelín, 9porque las aguas de Dibón están llenas de sangre. Añadiré nuevos males a Dibón: el león contra los supervivientes de Moab, y contra los que queden en el campo.

Capítulo 16

1«Enviad un cordero al soberano del país, desde la Peña del desierto al Monte Sión». 2Como pájaro espantado, nidada dispersa, así van las hijas de Moab por los vados del Arnón. 3Dadnos consejo, haced de árbitro; sea tu sombra como la noche en pleno mediodía. Esconde a los fugitivos, no descubras al prófugo. 4Da asilo a los fugitivos de Moab, sé tú su refugio ante el devastador. Cuando cese la opresión, termine la devastación y desaparezca el que pisoteaba el país, 5entonces el trono se fundará en la clemencia: desde él regirá con lealtad, en la tienda de David, un juez celoso del derecho, dispuesto a la justicia. 6Hemos conocido la soberbia desmedida de Moab, su altanería y su soberbia, su arrogancia, sus vanas pretensiones. 7Por eso gimen los moabitas, todos gimen por Moab. Por las tortas de pasas de Quir-Jareset se lamentan consternados. 8Languidecen los campos de Jesbón, la viña de Sibmá, con cuyas uvas escogidas se embriagaban los señores de las naciones; llegaban hasta Yazer, serpenteaban por el desierto, y sus vástagos se extendían allende el mar. 9Por eso lloraré como llora Yazer la viña de Sibmá, os regaré con mis lágrimas, Jesbón y Elalé. Porque han callado los gritos de la siega y la vendimia, 10huyeron de los huertos el gozo y la alegría, ni cantan ni dan gritos de alborozo en las viñas; el viñador no pisa el vino en el lagar, ha cesado el clamor de alegría. 11Por eso, como un arpa, se estremecen mis entrañas por Moab; mi corazón, por Quir-Jareset. 12Y ocurrirá que, aunque Moab se presente y se fatigue en sus altos, y entre en su santuario para orar, de nada le valdrá. 13Esta es la palabra que pronunció el Señor contra Moab hace tiempo. 14 Ahora el Señor dice: «Dentro de tres años, años de jornalero, será humillada la nobleza de Moab con sus numerosos habitantes, y quedará un pequeño resto desvalido».

Capítulo 17

1Oráculo contra Damasco. Damasco dejará de ser una ciudad, será un montón de ruinas. 2Han quedado abandonadas las ciudades de Aroer, son pastos de rebaños, que sestearán allí sin que nadie los espante. 3No habrá más fortalezas en Efraín, ni reino en Damasco, y al resto de Siria le ocurrirá como al poder de los hijos de Israel —oráculo del Señor del universo—. 4Aquel día se empobrecerá la riqueza de Jacob, quedará enjuta la robustez de su cuerpo: 5como cuando el segador recoge el grano y su brazo siega las espigas; como cuando se recogen las espigas en el valle de Refaín 6y queda solo un rebusco; como al varear el olivo quedan dos o tres aceitunas en lo alto de la copa, y cuatro o cinco en las ramas fecundas —oráculo del Señor, Dios de Israel—. 7Aquel día el hombre mirará a su Hacedor, sus ojos contemplarán al Santo de Israel; 8dejará de mirar a los altares, hechura de sus manos y obra de sus dedos; no mirará ni los palos sagrados ni los altares de incienso. 9Aquel día tus ciudades de refugio serán abandonadas, como fueron abandonados los bosques y las cumbres de los montes ante los hijos de Israel; y quedarán desiertas. 10Porque has olvidado a Dios, tu salvador, y no te has acordado de tu roca de refugio; por eso plantas jardines placenteros, y siembras esquejes extranjeros. 11El día que fueron sembrados los viste germinar, por la mañana viste florecer tu simiente, pero la cosecha se te escapa el día de la enfermedad y del dolor incurable. 12¡Ay! Retumbar de pueblos numerosos, como rugido de aguas que retumban; bramar de naciones, como bramar de aguas que braman caudalosas. 13Las naciones braman con el bramar de aguas caudalosas. Pero él las amenaza y huyen lejos, perseguidos, como el tamo de los montes por el viento, como un torbellino de polvo por el huracán. 14Por la tarde, ¡ahí está el terror! Antes de que amanezca ya no existen. He ahí el destino de los que nos saquean, la suerte de los que nos despojan.

Capítulo 18

1¡Ay del país del zumbido de alas, más allá de los ríos de Etiopía, 2que envía por el mar embajadores, en canoas de junco sobre el agua! Regresad, ágiles mensajeros, al pueblo esbelto de la piel luciente, nación temible más allá de sus fronteras, pueblo potente y dominador; regresad a la tierra surcada por ríos. 3¡Habitantes del mundo, pobladores del país!: cuando se eleve el estandarte en las montañas, ¡mirad! Cuando suene la trompeta, ¡escuchad! 4Porque así me ha dicho el Señor: «Yo permaneceré impasible contemplando desde mi sitio como el calor ardiente a mediodía, como nube de rocío en el calor de la siega». 5Porque antes de la siega, cuando la floración sea completa, y el fruto en ciernes comience a madurar y se convierta en uva, cortará los sarmientos con la podadera, arrancará y arrojará los pámpanos; 6juntos serán abandonados a las aves rapaces del monte y a las bestias del campo. Sobre ellos se posarán las aves rapaces en verano y las bestias del campo pasarán el invierno sobre ellos. 7Será entonces cuando ese pueblo esbelto de la piel luciente, nación temible más allá de sus fronteras, pueblo potente y dominador, cuya tierra es surcada por ríos, llevará ofrendas al Señor del universo, al lugar donde reside su nombre, a la montaña de Sión.

Capítulo 19

1Oráculo contra Egipto. El Señor cabalga sobre una nube ligera, entra en Egipto. Vacilan ante él los ídolos de Egipto, y la audacia de Egipto se disuelve en su pecho. 2Incitaré a egipcios contra egipcios, lucharán unos contra otros, hermanos contra hermanos, ciudad contra ciudad, reino contra reino. 3El valor de Egipto se desvanecerá, haré vanos su planes; consultarán a ídolos y hechiceros, a nigromantes y adivinos. 4Entregaré Egipto al poder de duros señores, un rey poderoso gobernará sobre ellos —oráculo del Señor, Dios del universo—. 5Se secarán las aguas del mar el río quedará seco y árido: 6apestan los canales se empobrecen y secan los brazos del Nilo, se marchitan las cañas y los juncos. 7Los juncales junto al Nilo y en el delta, los sembrados a la orilla, se secan, se dispersan y perecen. 8Gimen los pescadores se duelen los que echan el anzuelo en el Nilo y los que extienden las redes en el agua desfallecen. 9Quedarán defraudados los que trabajan el lino, palidecerán las cardadoras y tejedores, 10quedarán consternadas las hilanderas, y entristecidos los que trabajan por salario. 11Son insensatos los señores de Soán, necio el consejo de los más sabios consejeros del faraón. ¿Cómo podéis decir al faraón: «Soy hijo de sabios, hijo de antiguos reyes»? 12¿Dónde están tus sabios? Que te anuncien, si lo saben, lo que ha decidido el Señor del universo contra Egipto. 13Los señores de Soán son necios, se engañan los señores de Menfis, extravían a Egipto los notables de sus tribus. 14El Señor infundió en ellos un espíritu de vértigo, y extravían a Egipto en todas sus empresas, como se extravía un borracho vomitando. 15Ninguna empresa le saldrá bien a Egipto, la emprenda la cabeza o la cola, la palmera o el junco. 16Aquel día los egipcios serán como mujeres, se asustarán y temblarán ante un gesto de la mano del Señor del universo, que él agita contra ellos. 17La tierra de Judá será el terror de Egipto: siempre que sea mencionada, lo aterrorizará, por el plan que el Señor del universo planea contra él. 18Aquel día habrá en Egipto cinco ciudades que hablarán la lengua de Canaán y que jurarán por el Señor del universo; una de ellas se llamará «ciudad del sol». 19Aquel día habrá un altar del Señor en medio de Egipto y una estela junto a su frontera dedicada al Señor. 20Será signo y testimonio del Señor del universo en tierra egipcia. Si claman al Señor contra el opresor, él les enviará un salvador y defensor que los libere. 21El Señor se manifestará a Egipto, y Egipto reconocerá al Señor aquel día. Le ofrecerán sacrificios y ofrendas, harán votos al Señor y los cumplirán. 22El Señor herirá a Egipto con una plaga, pero lo curará; retornarán al Señor, él escuchará su súplica y los curará. 23Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria: Asiria vendrá a Egipto y Egipto irá a Asiria; y los egipcios darán culto junto con los asirios. 24Aquel día Israel, con Egipto y Asiria, será bendición en medio de la tierra; 25el Señor del universo los bendice diciendo: «Bendito mi pueblo, Egipto, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad».

Capítulo 20

1El año en que Sargón, rey de Asiria, ordenó a su general de campo que marchara contra Asdod, la asediara y la conquistara, 2el Señor dijo por medio de Isaías hijo de Amós: «Ve, desátate el sayal de la cintura y quítate las sandalias de los pies». Así lo hizo, y anduvo desnudo y descalzo. 3Y el Señor dijo: «Lo mismo que mi siervo Isaías anduvo desnudo y descalzo durante tres años, como signo y presagio para Egipto y Etiopía, 4así también el rey de Asiria conducirá a los desterrados de Egipto y a los deportados de Etiopía: jóvenes y viejos, desnudos y descalzos, las nalgas descubiertas: ¡infamia para Egipto! 5Estarán aterrados y confusos por Etiopía, su esperanza, y por Egipto, su orgullo. 6Y los habitantes de esta región marítima dirán aquel día: «Mirad, cómo ha quedado nuestra esperanza. ¿Adónde huimos pidiendo ayuda, para que nos liberara del rey de Asiria? ¿Cómo vamos a escapar nosotros?».

Capítulo 21

1Oráculo sobre el desierto del mar. Como los huracanes que atraviesan el Negueb, vienen del desierto, de una tierra temible. 2Me fue comunicada una visión siniestra: el traidor, traiciona, el devastador devasta. «¡Adelante, elamitas; al asedio, medos! Hago cesar todos los gemidos». 3Por eso mis entrañas se estremecen, angustias de parto se apoderan de mí, me retuerzo por lo que escucho, me horrorizo por lo que veo. 4Mi corazón vacila, me domina el terror, el deseado atardecer se me ha convertido en sobresalto. 5¡Preparad la mesa, extended los tapices: a comer y beber! En pie, capitanes, engrasad el escudo. 6Así me ha dicho el Señor: «Ve, pon un centinela que anuncie lo que vea. 7Si ve gente montada, un par de jinetes, gente montada en jumentos o camellos, que preste atención, mucha atención». 8El centinela gritó: «En la atalaya, señor mío, paso yo todo el día, y en mi puesto de guardia estoy en pie todas las noches. 9Ahora llegan, gente montada, un par de jinetes, y anuncian: “Ha caído, ha caído Babilonia; y todas las estatuas de sus dioses yacen por tierra destrozadas”». 10Pueblo mío, trillado en la era, lo que he escuchado del Señor del universo, Dios de Israel, yo te lo anuncio. 11Oráculo contra Duma. Me gritan desde Seír: «Vigía, ¿qué queda de la noche? Vigía, ¿qué queda de la noche?». 12Responde el vigía: «Vendrá la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, volved otra vez y preguntad». 13Oráculo contra Arabia. Pasaréis la noche en la maleza de la estepa, caravanas de Dedán. 14Id al encuentro del sediento, llevadle agua; habitantes de Temá, acercaos con pan al fugitivo. 15Porque vienen huyendo de la espada, de la espada desnuda, del arco tenso, del peso del combate. 16Esto me ha dicho el Señor: dentro de un año, como año de un jornalero, desaparecerá la gloria de Cadar 17y de los arqueros de Cadar quedará bien poca cosa. Lo ha dicho el Señor, Dios de Israel.

Capítulo 22

1Oráculo sobre el valle de la Visión. ¿Qué te ocurre, que te subes en masa a las terrazas, 2ciudad ruidosa y turbulenta, villa alegre? Tus muertos no fueron traspasados por la espada, no cayeron en combate. 3Tus jefes desertaron en bloque, sin disparar el arco cayeron prisioneros. A cuantos encontraron, a todos juntos, los hicieron prisioneros, aunque hubieran huido lejos. 4Por eso digo: «Apartaos de mí, lloraré amargamente; no pretendáis consolarme por la devastación de mi pueblo». 5Porque es un día de turbación, abatimiento y desconcierto, que envía el Señor, Dios del universo. En el valle de la Visión socavan las murallas, y el griterío se eleva hacia los montes. 6Elán lleva la aljaba, Siria los carros con los caballeros, Quir desnuda el escudo. 7Tus valles escogidos están cubiertos de carros, los caballeros toman posiciones delante de tus puertas. 8Judá ha quedado al descubierto. Aquel día, visteis las armas de la Casa del Bosque; 9se habían multiplicado las brechas de la ciudad de David; reunisteis el agua en el depósito de abajo 10y, después de contar las casas de Jerusalén, demolisteis algunas para reforzar la muralla. 11Hicisteis entre los dos muros un depósito para el agua de la antigua alberca, pero no os fijabais en quien todo lo hace, ni mirabais al que lo ha planeado hace tiempo. 12El Señor, Dios del universo os convocaba aquel día a llorar y a lamentaros, a raparos y a ceñir el sayal; 13en cambio, todo es fiesta y alegría, matar vacas y degollar corderos, comer carne y beber vino: «Comamos y bebamos que mañana moriremos». 14Me lo ha revelado al oído el Señor del universo: «No se expiará este pecado hasta que muráis» —lo ha dicho el Señor del universo—. 15Así dice el Señor, Dios del universo: «Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobná: 16“¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te labras aquí un sepulcro? Te estás labrando un sepulcro en lo alto, excavando en la roca un lugar de reposo. 17Mira: el Señor te arrojará con fuerza, 18te hará dar vueltas y vueltas como un aro, hacia un extenso país. Allí morirás, allí terminarán tus carrozas de gala, baldón de la corte de tu señor. 19Te echaré de tu puesto, te destituirán de tu cargo. 20Aquel día llamaré a mi siervo, a Eliaquín, hijo de Esquías, 21le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá. 22Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá. 23Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la estirpe de su padre. 24Pero cuando de él dependa toda la riqueza de la casa de su padre, de sus descendientes y de sus familiares, hasta los objetos más pequeños, las copas y las jarras, 25ese día —oráculo del Señor del universo— se debilitará la estaca clavada en lugar seguro, se partirá y la carga que soportaba caerá y se destruirá”». Porque el Señor lo ha dicho.

Capítulo 23

1Oráculo contra Tiro. ¡Gemid, navíos de Tarsis, porque ha sido destruido vuestro puerto! Al partir de la tierra de Quitín les dieron la noticia. 2Callad, habitantes de la costa, mercaderes de Sidón, cuyos mensajeros atraviesan 3el amplio mar. El grano de Sijor y la cosecha del Nilo eran su ganancia, y se convirtió en el mercado de los pueblos. 4Avergüénzate Sidón, refugio frente al mar, porque así dice el mar: «No me he retorcido en dolores de parto ni he parido, no he criado jóvenes ni educado doncellas». 5Cuando lo sepa Egipto se dolerán por las noticias de Tiro. 6Volved a Tarsis, gemid habitantes de la costa. 7¿Es este vuestro emporio arrogante, cuyos pies lo llevaron a regiones lejanas para instalarse allí? 8¿Quién proyectó esto contra Tiro, que distribuía coronas, cuyos comerciantes eran príncipes y cuyos mercaderes eran honrados en el país? 9 El Señor del universo lo ha proyectado para profanar el orgullo de su esplendor para humillar a los grandes de la tierra. 10Recorred vuestra tierra como el Nilo, gente de Tarsis. Ya no hay puerto. 11El Señor extendió su mano sobre el mar, hizo temblar los reinos, ha ordenado destruir las fortalezas de Canaán. 12Dijo: «No volverás a alegrarte, Sidón, doncella oprimida. Álzate y vete a Quitín: tampoco allí encontrarás reposo. 13Mira, la tierra de los caldeos, ese pueblo no existió. Asiria lo fundó para las fieras. Levantaron torres de asedio, socavaron las casas, lo convirtieron en un montón de ruinas. 14¡Gemid, navíos de Tarsis: vuestra fortaleza está destruida!». 15A partir de aquel día, Tiro quedará olvidada por setenta años, la vida de un rey, y al cabo de setenta años le pasará a Tiro lo que a la prostituta de la canción: 16«Toma la cítara, recorre la ciudad, prostituta olvidada, acompáñate con habilidad, multiplica tus canciones para que te recuerden». 17Al cabo de los setenta años se ocupará el Señor de Tiro, que volverá a sus negocios y se prostituirá con todos los reinos de la tierra. 18Pero las ganancias de su prostitución serán consagradas al Señor. No serán acumuladas ni atesoradas, sino que sus ganancias serán destinadas a quienes habitan en presencia del Señor, para que coman hasta saciarse y para vestiduras sagradas.

Capítulo 24

1El Señor hiende la tierra y la deja devastada, cambia su aspecto y dispersa a sus habitantes. 2Le ocurrirá a la gente lo que al sacerdote, al siervo lo que a su señor, a la sierva como a su dueña, al comprador como al vendedor, al prestatario como al prestamista, al acreedor como al deudor. 3La tierra quedará devastada por completo, saqueada del todo, porque el Señor ha pronunciado esta palabra. 4La tierra está de luto y se marchita, languidece y se marchita el orbe, languidecen los cielos y la tierra. 5La tierra ha sido profanada por sus habitantes, que han transgredido la ley, han quebrantado los preceptos, han violado el pacto eterno. 6Por eso, la maldición devora la tierra, sus habitantes se han hecho culpables; por eso se consumen los habitantes de la tierra y quedan hombres contados. 7Está de luto el mosto, languidece la vid, suspiran los de corazón alegre. 8Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el alborozo de las cítaras. 9Ya no beben el vino entre canciones, el licor sabe amargo a quien lo bebe. 10La ciudad desolada yace en ruinas: las casas están cerradas, nadie tiene acceso. 11Griterío en las calles por la falta de vino, ha desaparecido la alegría, han desterrado el alborozo del país. 12Solo queda desolación en la ciudad, y la puerta, destrozada y en ruinas. 13Sucederá en medio del país y entre los pueblos como en el vareo de los olivos o en la rebusca después de la vendimia. 14Ellos levantan la voz, con cantos de alegría, proclaman la majestad del Señor desde Occidente, 15glorifican al Señor desde el Oriente, en las islas del mar, el nombre del Señor, Dios de Israel. 16Desde el confín de la tierra oímos cánticos: «Gloria al justo». Pero yo digo: «¡Estoy perdido, estoy perdido, ay de mí! Los traidores traicionan, los traidores traman traiciones. 17Terror, foso y trampa contra ti, habitante del país: 18el que huya del grito de terror caerá en el foso; el que trepe desde el fondo del foso quedará atrapado en la trampa. Se abren las compuertas del cielo y vacilan los cimientos de la tierra». 19Se tambalea la tierra con violencia tiembla la tierra con estruendo, se agita la tierra con estrépito. 20Se tambalea la tierra como un ebrio, se agita como una choza. Pesa sobre ella su pecado, se desplomará y no se alzará más. 21Aquel día, pedirá cuentas el Señor a los ejércitos del cielo en el cielo, y a los reyes de la tierra en la tierra. 22Serán reunidos como prisioneros en la mazmorra, encerrados en la prisión. Pasados muchos días, serán llevados a juicio. 23Se sonrojará la luna, se avergonzará el sol, cuando reine el Señor del universo en la montaña de Sión y en Jerusalén, y esté la gloria en presencia de sus ancianos.

Capítulo 25

1Señor, tú eres mi Dios; te ensalzaré y alabaré tu nombre, porque realizaste magníficos designios, constantes y seguros desde antiguo. 2Redujiste a escombros la ciudad, la plaza fuerte a ruinas, el alcázar de los soberbios no es ya una ciudad, jamás será reconstruida. 3Por eso te glorifica un pueblo fuerte, te temen las ciudades de pueblos poderosos, 4porque fuiste fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor. Porque el ánimo de los tiranos es temporal de invierno; 5como el calor sobre una tierra desértica, el tumulto del extranjero; sometes el calor con la sombra de una nube, y humillas el canto de los tiranos. 6Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. 7Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones. 8Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor—. 9Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, 10porque reposará sobre este monte la mano del Señor, pero Moab será pisoteado en su propia tierra, como se pisa la paja en el muladar. 11Allí extenderá sus manos, como las extiende el nadador para nadar; pero el Señor humillará su orgullo y los esfuerzos de sus manos. 12Doblegó el bastión inaccesible de tus murallas, lo abatió hasta tocar el suelo, hasta el polvo».

Capítulo 26

1Aquel día, se cantará este canto en la tierra de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes. 2Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; 3su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. 4Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua. 5Doblegó a los habitantes de la altura, a la ciudad elevada; la abatirá, la abatirá hasta el suelo, hasta tocar el polvo. 6La pisarán los pies, los pies del oprimido, los pasos de los pobres». 7La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; 8en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos ansiando tu nombre y tu recuerdo. 9Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden la justicia los habitantes del orbe. 10Aunque se muestre clemencia al malvado, no aprende la justicia; en una tierra de gente honrada, sigue siendo perverso, y no ve la grandeza del Señor. 11Señor, levantaste tu mano, pero no se dan cuenta. Verán avergonzados el celo por tu pueblo, los devorará el fuego reservado a tus enemigos. 12Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. 13Señor, nuestro Dios, nos dominaron señores distintos de ti; pero nosotros solo a ti, solo tu nombre invocamos. 14No vivirán los muertos, no resurgirán las sombras; los castigaste, los has destruido, borraste totalmente su recuerdo. 15Multiplicaste el pueblo, Señor; multiplicaste el pueblo, has sido glorificado, ensanchaste los confines del país. 16Señor, en la angustia acudieron a ti, susurraban plegarias cuando los castigaste. 17Como la embarazada cuando le llega el parto se retuerce y grita de dolor, así estábamos en tu presencia, Señor: 18concebimos, nos retorcimos, dimos a luz… viento; nada hicimos por salvar el país, ni nacieron habitantes en el mundo. 19¡Revivirán tus muertos, resurgirán nuestros cadáveres, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Pues rocío de luz es tu rocío, que harás caer sobre la tierra de las sombras. 20Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra la puerta detrás de ti; escóndete un breve instante mientras pasa la ira. 21Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: pondrá la tierra al descubierto la sangre que ha bebido y no ocultará más a sus muertos.

Capítulo 27

1Aquel día castigará el Señor con su espada templada, grande y fuerte, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino. 2Aquel día cantaréis a la viña deliciosa: 3Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego. Para que nadie la dañe, la vigilo noche y día. 4Ya no estoy enfadado. Si me diera zarzas y cardos, combatiría contra ellos, los quemaría todos juntos. 5Pero no se acoge a mi cuidado. ¡Que haga la paz conmigo! ¡Que conmigo haga la paz! 6Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos llenarán el mundo. 7¿Lo ha herido como hirió a quienes lo herían? ¿Lo ha matado como mató a quienes lo mataban? 8Lo has castigado expulsándolo, enviándolo lejos, lo dispersaste como un viento impetuoso del desierto. 9Así quedará reparada la culpa de Jacob. Y este será el fruto de que le hayan quitado su pecado: que convierta las piedras de los altares en polvo de piedra caliza y que no erija más palos sagrados en honor de Aserá, ni altares de incienso en honor del sol. 10La plaza fuerte ha quedado solitaria, un extenso pastizal desolado como un desierto. Allí pastará el novillo, se echará y devorará los arbustos. 11Cuando se secan las ramas, las parten, y las mujeres con ellas hacen fuego. Pues no es un pueblo sensato; por eso su Hacedor no se apiada, aquel que lo ha formado no se apiada. 12Aquel día, trillará el Señor las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; y a vosotros, hijos de Israel, os recogerá uno a uno. 13Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y volverán los que estaban perdidos en Asiria y los dispersados en Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.

Capítulo 28

1¡Ay de la pretenciosa corona de los ebrios de Efraín, y de la flor caduca, joya de su diadema, allá en la cabecera del valle fértil de los tumbados por el vino! 2Viene uno, fuerte y potente de parte del Señor, como una granizada, como tormenta asoladora, como aguas caudalosas, desbordantes. Echa todo por tierra con violencia; 3con los pies pisotea la pretenciosa corona de los ebrios de Efraín. 4La flor caduca, joya de su diadema, allá en la cabecera del valle fértil, será como breva temprana: el primero que la ve la arranca y se la come. 5Aquel día el Señor del universo será la corona enjoyada, la espléndida diadema para el resto de su pueblo, 6espíritu de justicia para quien debe juzgar, valentía para quien defiende las puertas de la ciudad. 7También estos se tambalean por el vino, se tambalean por el licor. Sacerdotes y profetas vacilan por el licor, desatinan por el vino, se tambalean por el licor, vacilan al mirar, titubean cuando pronuncian sentencia. 8Están las mesas cubiertas de vómito, no queda un puesto limpio. 9«¿A quién pretende instruir, a quién explicar su mensaje? ¿A recién destetados, que apenas han dejado el pecho? 10¡Norma sobre norma, regla sobre regla! ¡Un poco de esto y un poco de aquello!». 11Pues ahora hablará a este pueblo con un hablar burlesco, hablará con una lengua extraña 12quien les había dicho: «Esto es el reposo: haced reposar al cansado; en esto está el descanso» —pero no quisieron escuchar—. 13Para ellos la palabra del Señor será: «¡Norma sobre norma, regla sobre regla! ¡Un poco de esto y un poco de aquello!». Para que vayan y tropiecen, y queden destrozados, enredados, atrapados. 14Escuchad, pues, la palabra del Señor, cínicos jefes de este pueblo, que estáis en Jerusalén, 15que decís: «Hemos hecho un pacto con la muerte una alianza con el Abismo. Cuando pase el azote desbordante no nos alcanzará, porque de la mentira hicimos nuestro refugio y nos refugiamos en la falsedad». 16Por eso así dice el Señor, Dios: «He puesto en Sión como fundamento una piedra, una piedra probada, una piedra angular preciosa, un fundamento sólido. Quien se apoya en ella no vacila. 17Puse el derecho como plomada, la justicia como nivel. Pero el granizo arrasará el refugio de mentiras, las aguas inundarán vuestro escondrijo. 18Será anulado vuestro pacto con la muerte vuestra alianza con el Abismo no resistirá. Cuando pase el azote desbordante, quedaréis convertidos en tierra de nadie. 19Cada vez que pase, tomará posesión de vosotros, día tras día, de día o de noche. Será un horror aprender la lección. 20La cama será corta para estirarse en ella, la manta estrecha para arroparse. 21El Señor se pone en pie como en el monte Perazín, se agita como en el valle de Gabaón para ejecutar su obra, obra extraña, y cumplir su tarea, insólita tarea. 22Por eso, no os burléis, no sea que se aprieten vuestras ataduras. Porque lo sé: la destrucción de todo el país ha sido decretada por el Señor, Dios del universo. 23Prestad oídos a mi voz, escuchad, prestad atención y escuchad mi discurso. 24El labrador, cuando siembra, ¿se pasa los días arando, abriendo surcos y rastrillando el campo? 25¿Acaso no allana primero la superficie y luego siembra hinojos, esparce el comino, echa trigo en los surcos, cebada en el lugar apropiado, y el mijo en los linderos? 26Su Dios le enseña las reglas y lo instruye. 27Porque no se trilla el hinojo con el trillo, ni se pasan las ruedas del carro sobre el comino; el hinojo se varea con el bastón, y el comino con la vara. 28Se trilla el grano, pero no hasta lo último. Se trilla y hace pasar por encima la rueda del carro y los caballos, pero sin triturarlo. 29Todo esto procede del Señor del universo. Admirable es su consejo, grande su habilidad.

Capítulo 29

1¡Ay Ariel, Ariel, ciudad que sitió David! Añadid un año a otro, gire el ciclo de las fiestas, 2y yo reduciré Ariel a la angustia, habrá lamentos y gemidos y será para mí como altar de sacrificio. 3Pondré mi campamento en torno a ti, te cercaré con empalizadas, levantaré baluartes contra ti. 4Humillada, hablarás desde el suelo, tu palabra se alzará sumisa desde el suelo, como voz de fantasma desde el suelo, tu palabra susurrará desde el polvo. 5Será como polvareda el tropel de tus enemigos, como nube de tamo el tropel de tus agresores. Pero de improviso, de repente, 6te auxiliará el Señor del universo, con trueno y terremoto y gran estruendo, con huracán y tempestad y llamas que devoran. 7Con el tropel de los pueblos que combaten contra Ariel, con sus empalizadas, sus baluartes y sus sitiadores sucederá lo que ocurre con un sueño, con una visión nocturna: 8como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta, cansado, con la garganta reseca; así será el tropel de los pueblos que combaten contra el monte Sión. 9Mirad con atención, hasta quedar atónitos, o entornad vuestros ojos, hasta quedaros ciegos: embriagaos, y no de vino, tambaleaos, pero no por el licor, 10porque el Señor derramó sobre vosotros un espíritu de sopor que cierra vuestros ojos, y cubre con un velo vuestras cabezas. 11Cualquier visión será para vosotros como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto», y él responde: «No puedo, está sellado». 12Se lo dan a otro que no sabe leer, diciéndole: «Por favor lee esto». Y él responde: «No sé leer». 13Dice el Señor: «Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde se ha vuelto precepto aprendido de otros hombres; 14por eso yo seguiré asombrando a este pueblo con prodigios maravillosos: perecerá la sabiduría de sus sabios, y desaparecerá la discreción de sus hombres prudentes». 15¡Ay de los que, en lo profundo, ocultan sus planes al Señor para poder actuar en la oscuridad y decir: «¿Quién nos ve? ¿Quién se entera?». 16¡Cuánta perversión! ¿Es acaso el alfarero igual que el barro, para que la obra diga a su artífice: «No me ha hecho», y la vasija diga al alfarero: «Este no entiende nada?». 17Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, y el vergel parecerá un bosque. 18Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. 19Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor, y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel; 20porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico; y serán aniquilados los que traman para hacer el mal: 21los que condenan a un hombre con su palabra, ponen trampas al juez en el tribunal y por una nadería violan el derecho del inocente. 22Por eso, el Señor, que rescató a Abrahán, dice a la casa de Jacob: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no palidecerá su rostro, 23pues, cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos, santificarán mi nombre, santificarán al Santo de Jacob y temerán al Dios de Israel». 24Los insensatos encontrarán la inteligencia y los que murmuraban aprenderán la enseñanza.

Capítulo 30

1¡Ay de los hijos rebeldes! —oráculo del Señor—, que hacen planes sin contar conmigo, que sellan alianzas contrarias a mi espíritu añadiendo así pecado a pecado, 2que bajan a Egipto sin consultar mi parecer, para buscar la protección del faraón y refugiarse a la sombra de Egipto. 3Pues bien, la protección del faraón será su deshonra, y refugiarse a la sombra de Egipto, su oprobio. 4Cuando estén sus funcionarios en Soán y lleguen a Janés sus mensajeros, 5todos quedarán desilusionados de un pueblo inútil, incapaz de auxiliar, que no sirve sino de deshonra y afrenta. 6Oráculo contra los animales del Negueb: Por una tierra de angustia y opresión, tierra de leonas y leones, de víboras y áspides voladores, llevan sus riquezas a lomo de asno y sus tesoros sobre la giba de los camellos, a un pueblo sin provecho, 7a Egipto, cuyo auxilio es viento y vacío. Por eso lo llamo así: «Rahab inmóvil». 8Ahora ve y escríbelo en una tablilla en su presencia, inscríbelo en un libro: quede para la posteridad como testimonio perpetuo. 9Es un pueblo rebelde, son hijos renegados, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor; 10que dicen a los videntes: «No veáis»; y a los que tienen visiones: «Evitad visiones verdaderas, decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones; 11apartaos del camino, desviaos de la senda, quitad de vuestra vista al Santo de Israel». 12Por eso, así dice el Santo de Israel: «Vosotros rechazáis esta palabra, confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas; 13por eso será para vosotros esta culpa como una grieta que baja y se profundiza en una alta muralla, hasta que de repente, de un golpe, se desmorona; 14y se rompe como una vasija de alfarero, hecha añicos sin piedad. Entre sus fragmentos no se encuentra un pedazo con que sacar brasas del brasero o agua de la cisterna». 15Porque así os decía el Señor, Dios, el Santo de Israel: «Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma, vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos»; pero no quisisteis 16y dijisteis: «No. Huiremos a caballo». Está bien, tendréis que huir. «Correremos a galope». Más correrán los que os persiguen. 17Huirán mil ante la amenaza de uno y huiréis ante el reto de cinco; hasta que quedéis como mástil en la cumbre de un monte, como enseña sobre una colina. 18Pero el Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: dichosos los que esperan en él. 19Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá. 20Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. 21Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: «Este es el camino, camina por él». 22Tendrás por impuros tus ídolos revestidos en plata y tus estatuas fundidas en oro; los arrojarás como inmundicia, los llamarás basura. 23Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento; aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; 24los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con pala y con rastrillo. 25En toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres. 26La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes. 27He aquí que el Nombre del Señor viene de lejos, arde su ira como incendio imponente, están llenos sus labios de furor, su lengua es un fuego que devora. 28Su aliento es un torrente desbordado que alcanza hasta el cuello, para cribar a los pueblos con criba de exterminio, para poner en la quijada de las naciones un freno que los pierda. 29Entonaréis un cántico como cuando se celebra una fiesta por la noche, se alegrará el corazón al compás de la flauta, mientras vais al monte del Señor, a la roca de Israel. 30El Señor hará resonar la majestad de su voz, mostrará su brazo que descarga el ataque de su ira, fuego devorador, tempestad, aguacero y granizo. 31A la voz del Señor temblará Asiria, golpeada con la vara. 32Cada golpe de vara del castigo que el Señor descargue sobre ella será entre panderos, cítaras y danzas. El Señor combate a mano alzada. 33Hace tiempo que está preparada la hoguera, ancha y profunda, también para el rey; una pira con fuego y leña abundante: y el soplo del Señor, como torrente de azufre, le prenderá fuego.

Capítulo 31

1¡Ay de los que bajan a Egipto por auxilio y buscan apoyo en su caballería! Confían en los carros, porque son numerosos, y en los jinetes, porque son fuertes, sin mirar al Santo de Israel ni consultar al Señor. 2Pues él también es sabio: trajo la desdicha y no ha revocado su palabra. Se alzará contra la estirpe de los malvados, contra el auxilio de los malhechores. 3Los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son carne y no espíritu. El Señor extenderá su mano: tropezará el protector y caerá el protegido, los dos juntos perecerán. 4Esto me ha dicho el Señor: «Como gruñe el león y sus cachorros con su presa y, aunque un tropel de pastores se reúna contra ellos, no se asustan de sus gritos ni se intimidan por su tumulto, así descenderá el Señor del universo a combatir sobre el monte Sión, sobre su cumbre. 5Como aves que despliegan sus alas, así protegerá a Jerusalén el Señor del universo: la protegerá y la liberará, la rescatará y la hará escapar. 6Volverán los hijos de Israel a aquel de quien profundamente se habían alejado; 7aquel día rechazarán los ídolos de plata y los ídolos de oro que habían fabricado vuestras manos pecadoras. 8Asiria caerá por una espada que no es de hombre, una espada, no humana, la devorará; huirá de la espada, y sus jóvenes irán a trabajos forzados. 9Su roca huirá despavorida, y sus príncipes quedarán aterrados del estandarte». Oráculo del Señor, que tiene una hoguera en Sión, un horno en Jerusalén.

Capítulo 32

1He aquí que reinará un rey con justicia y sus oficiales gobernarán según derecho. 2Serán abrigo contra el viento, reparo en la tormenta, cauces de agua en sequedal, sombra de roca maciza en tierra reseca. 3Los ojos de los videntes ya no estarán cerrados, prestarán atención los oídos de los que oyen; 4los corazones agitados aprenderán discreción, la lengua tartamuda hablará con soltura y claridad. 5Ya no llamarán noble al necio, ni tratarán de honorable al sinvergüenza, 6pues el necio dice necedades y su corazón planea maldades, actúa perversamente y dice injurias del Señor, deja vacío el vientre del hambriento y priva de agua al sediento. 7El sinvergüenza usa malas artes; planea sus intrigas para atrapar a los débiles con discursos mentirosos y al indigente que defiende su derecho. 8El noble, en cambio, tiene planes nobles y está firme en sus nobles intenciones. 9¡En pie, mujeres indolentes, escuchad mi voz, atended a mis palabras, mujeres negligentes! 10Dentro de un año y pocos días temblaréis, negligentes: la vendimia habrá acabado, y no habrá cosecha. 11Estremeceos vosotros, indolentes, temblad, negligentes, despojaos, desnudaos, ceñíos la cintura con sayal. 12Golpeaos el pecho por los campos amenos, por los campos deleitosos, por las fértiles viñas; 13por las tierras de mi pueblo crecerán las zarzas y los cardos, e incluso por las casas jubilosas, por la ciudad en fiesta. 14Porque el palacio ha sido abandonado, la ciudad bulliciosa está desierta, la ciudadela y la torre del vigía se han convertido en cuevas para siempre, alegría de los asnos salvajes, campo de pastoreo de rebaños. 15Hasta que se derrame sobre nosotros un espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en un vergel, y el vergel parezca un bosque. 16Habitará el derecho en el desierto, y habitará la justicia en el vergel. 17La obra de la justicia será la paz, su fruto, reposo y confianza para siempre. 18Mi pueblo habitará en moradas apacibles, en tiendas seguras, en tranquilos lugares de reposo; 19aunque sea abatido el bosque, aunque sea humillada la ciudad. 20Dichosos vosotros cuando sembréis junto a todos los cauces de agua y dejéis sueltos el toro y el asno.

Capítulo 33

1¡Ay de ti, destructor que aún no has sido destruido, traidor no traicionado! Cuando hayas terminado de destruir serás destruido, cuando hayas completado tu traición, te traicionarán. 2Piedad, Señor, en ti esperamos; sé nuestra fuerza cada mañana y nuestra salvación en tiempo de angustia. 3Al oír el estruendo huyen los pueblos cuando tú te levantas, se dispersan las naciones. 4Se recoge el botín como arrasa la oruga; se abalanzan sobre él igual que las langostas. 5El Señor es excelso, porque habita en la altura; colma a Sión con derecho y con justicia. 6Tus días serán seguros. La sabiduría y el saber son su riqueza salvadora, el temor del Señor es su tesoro. 7Mirad: los valientes gritan en la calle, los mensajeros de paz lloran amargamente; 8están destruidos los caminos y ya nadie transita los senderos. Ha roto la alianza, despreciado a los testigos, no respeta a la gente. 9El país está de duelo y languidece, se avergüenza el Líbano y queda mustio, el Sarón se ha vuelto una estepa, han perdido el follaje el Basán y el Carmelo. 10«Ahora me levanto —dice el Señor—, ahora me pongo en pie, ahora me alzo. 11Concebiréis paja, daréis a luz rastrojos, os consumirá mi aliento como fuego; 12los pueblos quedarán calcinados, arderán como cardos segados. 13Los lejanos, escuchad lo que he hecho; los cercanos, reconoced mi fuerza, 14Temen en Sión los pecadores, y un temblor agarra a los perversos; “¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador, quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?”. 15El que procede con justicia y habla con rectitud, y rehúsa el lucro de la opresión, el que sacude la mano rechazando el soborno y tapa su oído a propuestas sanguinarias, el que cierra los ojos para no ver la maldad: 16ese habitará en lo alto, tendrá su alcázar en un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua». 17Contemplarán tus ojos a un rey en su esplendor y verán un país dilatado, 18y pensarás sobrecogido: «¿Dónde está el que pedía cuentas, dónde el que pesaba los tributos, dónde el que contaba las torres?». 19Ya no verás más al pueblo arrogante, ese pueblo de lenguaje oscuro e incomprensible, de lengua bárbara que no entiendes. 20Contempla a Sión, ciudad de nuestras fiestas: tus ojos verán a Jerusalén, morada segura, tienda estable, cuyas estacas no se arrancan, cuyas cuerdas no se rompen. 21Allí el Señor se muestra majestuoso: en un lugar de ríos y espaciosos canales; no los surcarán barcas de remo ni los cruzarán naves majestuosas, 22porque el Señor nos gobierna, el Señor nos da leyes, el Señor es nuestro rey, él es nuestra salvación. 23«Se aflojan tus cuerdas, no sujetan el mástil ni tensan las velas». Entonces se repartirán los despojos de un botín abundante, y hasta los cojos se darán al saqueo. 24Y ningún habitante dirá: «Estoy enfermo». Al pueblo que allí habita le ha sido perdonada su culpa.

Capítulo 34

1¡Acercaos, pueblos, y escuchad! ¡Prestad atención, naciones! Escuche la tierra y cuanto contiene, el orbe y cuanto en él brota. 2Está airado el Señor contra las naciones, enfurecido contra todo su ejército. Las ha consagrado al exterminio, destinado a la masacre. 3Arrojan a sus muertos y despiden hedor sus cadáveres, se disuelven las montañas en su sangre. 4Se descompone el ejército del cielo, son enrollados los cielos como un pliego y caen las estrellas, como se marchita el follaje de la vid, como se marchitan las hojas de la higuera. 5Se ha embriagado su espada en los cielos, ahora desciende sobre Edón, contra un pueblo condenado al exterminio. 6La espada del Señor se ha cubierto de sangre, se ha impregnado de grasa, de sangre de corderos y de machos cabríos, de la grasa de entrañas de carneros: sacrificio en Bosra para el Señor, masacre en la tierra de Edón. 7Caen con ellos búfalos, novillos y toros. Se sacia su tierra con la sangre, el polvo se impregna de grasa. 8Es día de venganza para el Señor, año de desquite por la causa de Sión. 9Se convertirán en brea sus torrentes y su suelo en azufre; su tierra se convierte en brea ardiente 10que no se extingue ni de día ni de noche, y su humareda sube sin cesar. Quedará desolada por generaciones, jamás pasará nadie por allí. 11La heredarán el pelícano y el erizo, la habitarán el cuervo y la lechuza. La medirá el Señor con la cuerda de la desolación, la aplanará con el nivel del caos. 12No quedarán nobles en ella, ni proclamarán un reino; todos sus príncipes serán nada. 13Espinos crecerán en sus palacios, ortigas y cardos en sus torreones, será una morada de chacales, guarida de crías de avestruz. 14Los gatos monteses encuentran hienas, los chivos se llaman uno al otro, allí reposa Lilit y establece su morada. 15Allí la serpiente hará su nido, pondrá sus huevos y los incubará, recogerá las crías bajo su protección; también allí se reunirán los buitres, uno junto al otro. 16Buscad en el Libro del Señor y leed: ninguna de esas bestias faltará, ninguna debe buscar su pareja, porque la boca del Señor lo ha ordenado y su espíritu las reúne. 17Él ha echado las suertes para ellas, su mano establece con la cuerda los lotes, que heredarán para siempre; habitarán en ellos por generaciones.

Capítulo 35

1El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, 2germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios. 3Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; 4decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará». 5Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; 6entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa. 7El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial. En el lugar donde se echan los chacales habrá hierbas, cañas y juncos. 8Habrá un camino recto. Lo llamarán «Vía sacra». Los impuros no pasarán por él. Él mismo abre el camino para que no se extravíen los inexpertos. 9No hay por allí leones, ni se acercan las bestias feroces. Los liberados caminan por ella 10y por ella retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción.

Capítulo 36

1El año decimocuarto del rey Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, marchó contra todas las ciudades fortificadas de Judá y se apoderó de ellas. 2El rey de Asiria envió desde Laquis al copero mayor con un fuerte destacamento a Jerusalén, donde se hallaba el rey Ezequías. El copero mayor se detuvo junto al canal de la Alberca Superior, en el camino del Campo del Batanero. 3Salieron a recibirlo Eliaquín, hijo de Jilquías, mayordomo de palacio, el secretario Sobná y el canciller Joaj, hijo de Asaf. 4El copero mayor les dijo: «Decid a Ezequías: Así habla el Gran Rey, el rey de Asiria: ¿En qué fundas tu confianza? 5Has pensado que la estrategia y valentía militares son cuestión de palabras. Pero, ¿en quién confías para haberte rebelado contra mí? 6Has confiado en el apoyo de Egipto, esa caña quebrada, que penetra y traspasa la mano de quien se apoya en ella. Eso es faraón, rey de Egipto, para todos los que en él confían. 7Y si me replicas: “Nosotros confiamos en el Señor, nuestro Dios”, ¿no es ese el dios cuyos santuarios y altares retiró Ezequías, el cual dio a Judá y a Jerusalén esta orden: “Rendiréis culto solo ante este altar”? 8Haz, pues, una apuesta con mi señor, el rey de Asiria: te daré dos mil caballos, si eres capaz de agenciarte jinetes para ellos. 9¿Cómo podrías rechazar ni siquiera a un solo oficial de los siervos de mi señor, aunque fuera el más insignificante? ¡Tú confías en Egipto para disponer de carros y caballería! 10¿Crees que he marchado contra este país para destruirlo sin contar con el Señor? Es el Señor quien me ha dicho: “Marcha contra esta tierra y destrúyela”». 11Eliaquín, Sobná y Joaj dijeron al copero mayor: «Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos; no nos hables en hebreo en presencia de la gente que está en la muralla». 12El copero mayor respondió: «¿Es a tu señor y a vosotros a quienes me envía mi señor para que os diga estas cosas? No; a quienes me envía es precisamente a los hombres que se asoman en la muralla. Son ellos quienes habrán de comer sus excrementos y beber su orina con vosotros». 13Entonces el copero mayor se puso en pie y gritó a toda voz en hebreo: «Escuchad la palabra del Gran Rey, rey de Asiria. 14Esto dice el rey: No os engañe Ezequías, que no podrá libraros de mi mano. 15Que Ezequías no os haga confiar en el Señor diciendo: “El Señor nos librará y esta ciudad no caerá jamás en manos del rey de Asiria”. 16No hagáis caso a Ezequías, porque así habla el rey de Asiria: “Rendíos y haced la paz conmigo. Cada uno podrá comer de su viña y de su higuera, y beber agua de su cisterna, 17 hasta que yo llegue y os conduzca a una tierra como la vuestra, tierra de trigo y vino, de pan y de viñas. 18Que no os engañe Ezequías cuando dice: ‘El Señor nos librará’. ¿Es que los dioses de las otras naciones han podido librar sus territorios de la mano del rey de Asiria? 19¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaín? ¿Han librado a Samaría de mi mano? 20¿Quién, de entre todos los dioses de esas naciones, ha librado su territorio de mi poder, como para que pueda el Señor librar a Jerusalén de mi mano?”». 21Ellos callaban y no le respondieron ni una palabra, pues el rey había ordenado: «No le respondáis». 22Eliaquín, hijo de Jilquías, mayordomo de palacio, el secretario Sobná y Joaj, hijo de Asaf, se presentaron ante Ezequías con las vestiduras rasgadas, para comunicarle el mensaje pronunciado por el copero mayor.

Capítulo 37

1Cuando lo escuchó, el rey Ezequías rasgó sus vestiduras, se cubrió de sayal y fue al templo del Señor. 2Envió a Eliaquín, mayordomo de palacio, a Sobná, el secretario, y a los más ancianos de los sacerdotes; a todos, cubiertos de sayal, los envió al profeta Isaías, hijo de Amós, 3para decirle: «Esto dice Ezequías: “¡Día de angustia, de castigo y de vergüenza es este día! Los niños llegan al cuello del útero, pero no hay fuerzas para darlos a luz. 4Ojalá oiga el Señor, tu Dios, todas las palabras del copero mayor, enviado por el rey de Asiria, su señor, para ultrajar al Dios vivo, y castigue el Señor, tu Dios, las palabras que ha oído. ¡Eleva una plegaria en favor del resto que aún queda!”». 5Cuando los siervos del rey Ezequías llegaron adonde estaba Isaías, 6este les comunicó: «Así diréis a vuestro señor: Esto dice el Señor: “No tengas miedo por las palabras que has oído, con las que blasfemaron contra mí los criados del rey de Asiria. 7Yo le infundiré una inquietud, y cuando oiga ciertos rumores se volverá a su tierra, y en su país haré que caiga a espada”». 8El copero mayor regresó y encontró al rey de Asiria, que estaba combatiendo contra Libna. El copero había oído que el rey se había retirado de Laquis 9al saber que Tirjacá, rey de Etiopía, se dirigía contra él. Envió entonces de nuevo mensajeros a Ezequías a decirle: 10«Así diréis a Ezequías, rey de Judá: “Que tu Dios, en el que confías, no te engañe diciendo: ‘Jerusalén no será entregada en manos del rey de Asiria’. 11Tú mismo has oído cómo trataron los reyes de Asiria a todos los países entregándolos al anatema, ¿y tú te vas a salvar? 12¿Salvaron acaso los dioses de las naciones a Gosén, a Jarán, a Résef y a los habitantes de Edén en Telasar, que mis padres aniquilaron? 13¿Dónde está el rey de Jamat?, ¿y el de Arpad?, ¿y los reyes de las ciudades de Sefarvaín, de Hená y de Ivá?”». 14Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Subió al templo del Señor y la desplegó ante el Señor. 15Y elevó esta plegaria ante él: 16«Señor, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines, tú solo eres el Dios para todos los reinos de la tierra. Tú formaste los cielos y la tierra. 17¡Presta oídos, Señor, y escucha! ¡Abre tus ojos, Señor, y mira! Escucha las palabras que mandó decir Senaquerib para ultrajar al Dios vivo. 18Es verdad, Señor: los reyes asirios han asolado las naciones, 19han arrojado sus dioses al fuego y los han destruido. Pero no eran dioses, sino hechura de manos humanas, de piedra y de madera. 20Pero ahora, Señor, Dios nuestro, sálvanos de sus manos y sepan todos los reinos de la tierra que solo tú eres el Señor, Dios». 21Entonces Isaías, hijo de Amós, envió a Ezequías este mensaje: «Esto dice el Señor, Dios de Israel: “He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria. 22Esta es la palabra que el Señor pronuncia contra él: Te desprecia, se burla de ti la doncella de Sión, menea la cabeza a tu espalda la hija de Jerusalén. 23¿A quién has injuriado y ultrajado? ¿Contra quién alzaste la voz lanzando miradas altivas? Contra el Santo de Israel. 24Injuriaste a mi Señor con tus servidores, pensando: ‘Con mis muchos carros he subido hasta la cumbre de los montes, hasta las cimas del Líbano. He talado las cimas de los cedros, los cipreses escogidos. He alcanzado las alturas más lejanas, la más densa espesura. 25Excavé y bebí agua extranjera. Bajo las plantas de mis pies se secaron los canales de Egipto’. 26¿No lo has oído? Desde antiguo lo estoy realizando. En tiempos remotos había planeado —y ahora lo ejecuto— que reduzcas a montones de escombros las ciudades amuralladas. 27Sus habitantes, sin poder hacer nada, aterrados y confusos, son como hierba silvestre, pasto de los prados, musgo de tejado, campo secado antes de sazón por el viento solano. 28Sé muy bien cuando te sientas, cuando sales o cuando entras; conozco tu estallido de rabia contra mí. 29Contra mí estalló tu rabia y tu insolencia llegó hasta mis oídos. Por eso te pongo ahora mi gancho en la nariz, mi freno en el hocico, para hacerte volver por el camino que has venido. 30Y esta será la señal para ti: Comed este año el fruto del grano caído, el segundo lo que brota por sí mismo, y, al tercer año, sembrad y segad, plantad viñas y comed sus frutos. 31Pues los supervivientes de la casa de Judá que hayan quedado echarán raíces en lo hondo y darán fruto por arriba, 32porque ha de brotar de Jerusalén un resto, y supervivientes del monte Sión. El celo del Señor del universo lo realizará. 33Por eso, esto dice el Señor acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella ni una flecha, no avanzará contra ella con escudos, ni levantará una rampa contra ella. 34Regresará por el camino por donde vino y no entrará en esta ciudad —dice el Señor—. 35Yo haré de escudo a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo”». 36Aquella misma noche el ángel del Señor avanzó y golpeó en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Todos eran cadáveres al amanecer. 37Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y regresó a Nínive, y se quedó allí. 38Un día, mientras estaba postrado en el templo de su dios Nisroc, sus hijos Adramélec y Saréser lo mataron a espada y huyeron a la tierra de Ararat. Su hijo Asaradón reinó en su lugar.

Capítulo 38

1En aquellos días Ezequías enfermó mortalmente. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle: «Esto dice el Señor: “Pon orden en tu casa, porque vas a morir y no vivirás”». 2Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: 3«¡Ah, Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que he hecho lo que era recto a tus ojos». Y el rey se deshizo en lágrimas. 4Le llegó a Isaías una palabra del Señor en estos términos: 5«Ve y di a Ezequías: “Esto dice el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y visto tus lágrimas. Añadiré otros quince años a tu vida 6y te libraré, a ti y a esta ciudad, de la mano del rey de Asiria y extenderé mi protección sobre esta ciudad”». 21Isaías dijo: «Que traigan un emplasto de higos y lo apliquen a la llaga para que se cure». 22Ezequías dijo: «¿Cuál es la prueba de que podré subir a la casa del Señor?». 7Respondió Isaías: «La señal que el Señor te envía de que cumplirá lo prometido será esta: 8Haré retroceder diez gradas la sombra en la escalera de Ajaz, que se había alargado por efecto del sol». Y el sol retrocedió las diez gradas que había avanzado sobre la escalera. 9Poema de Ezequías, rey de Judá, con ocasión de su enfermedad y restablecimiento: 10Yo pensé: «En medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo; me privan del resto de mis años». 11Yo pensé: «Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos, ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo. 12Levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores. Como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la trama». Día y noche me estás acabando, 13sollozo hasta el amanecer. Me quiebras los huesos como un león, día y noche me estás acabando. 14Estoy piando como una golondrina, gimo como una paloma. Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, me oprimen, sal fiador por mí! 15¿Qué le diré para que me responda, cuando es él quien lo hace? Caminaré todos mis años con la amargura en mi alma. 16El Señor está cerca de los suyos: ¡Señor, en ti espera mi corazón!, que se reanime mi espíritu. Me has curado, me has hecho revivir, 17la amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados. 18El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa. 19Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora. El padre enseña a sus hijos tu fidelidad. 20Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor.

Capítulo 39

1En aquel tiempo, Merodac Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, enterado de que Ezequías había estado enfermo y se había restablecido, le envió cartas y un presente. 2Ezequías se alegró mucho por ello y mostró a los mensajeros la cámara del tesoro, con la plata y el oro, las especias y el aceite finísimo, así como el arsenal y cuanto había en los tesoros; nada quedó en su palacio ni en todos sus dominios que Ezequías no les mostrase. 3El profeta Isaías se presentó de inmediato al rey Ezequías para preguntarle: «¿Qué te han dicho estos hombres y de dónde han venido?». Respondió Ezequías: «Vinieron de un país lejano, de Babilonia». 4Volvió a preguntar: «¿Qué han visto en tu palacio?». Respondió Ezequías: «Han visto todo cuanto hay en mi palacio; no quedó nada en los tesoros por enseñarles». 5Entonces dijo Isaías a Ezequías: «Escucha la palabra del Señor del universo:  “ 6Llegará el tiempo en que se llevarán a Babilonia cuanto hay en tu palacio y cuanto atesoraron tus antepasados hasta el día de hoy. No quedará nada —dice el Señor—. 7Algunos de los hijos salidos de ti, que tú engendraste, serán deportados para convertirlos en eunucos en el palacio del rey de Babilonia”». 8Ezequías respondió a Isaías: «Está bien la palabra del Señor que me anuncias». Pues pensaba: «Al menos habrá paz y tranquilidad mientras yo viva».

Capítulo 40

1«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; 2hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados». 3Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; 4que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. 5Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor—». 6Dice una voz: «Grita». Respondo: «¿Qué debo gritar?». «Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: 7se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; 8se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre». 9Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. 10Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. 11Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían». 12¿Quién ha medido el mar con el cuenco de sus manos y mensurado a palmos el cielo, o con una medida el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la báscula los montes y en la balanza las colinas? 13¿Quién ha medido el espíritu del Señor? ¿Qué consejero lo ha instruido? 14¿Con quién se aconsejó para comprender, para que lo instruyera en el camino del derecho, le enseñara el saber y le diera a conocer la prudencia? 15Mirad, las naciones son gotas en un cubo; pesan lo que el polvo en la balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano. 16El Líbano no basta para leña, ni sus fieras para el holocausto. 17Las naciones son como nada en su presencia. Ante él son valoradas como nada y confusión. 18¿Con quién podréis comparar a Dios y qué imagen pondréis en su lugar? 19¿Un ídolo? Un artesano lo funde, el orfebre lo recubre de oro y un platero le suelda cadenas de plata. 20Alguno escoge una madera fina que no se desgaste, se busca un hábil artesano para hacerse una imagen resistente. 21¿No lo sabéis? ¿No lo habéis oído? ¿No os lo anunciaron desde el principio? ¿No habéis percibido quién fundó la tierra? 22Es él, que tiene su trono sobre el círculo de la tierra, cuyos habitantes son como saltamontes. Es él, que extiende el cielo como un toldo, como tienda habitable lo despliega. 23Es él, que reduce a nada a los que mandan, y declara inhábiles a los jueces del país. 24Apenas plantados, apenas sembrados, apenas arraigan sus brotes en tierra, sopla sobre ellos y se agostan, el vendaval se los lleva como paja. 25«¿Con quién podréis compararme, quién es semejante a mí?», dice el Santo. 26Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó todo esto? Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre. Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada. 27¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: «Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»? 28¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. 29Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto. 30Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; 31pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.

Capítulo 41

1Callad ante mí, islas; cobren fuerza las naciones, que se acerquen a hablar, comparezcamos juntos a juicio. 2¿Quién lo ha suscitado desde Oriente? ¿Quién convoca la victoria a su paso, le entrega los pueblos, le somete los reyes? Su espada los reduce a polvo, su arco los dispersa como paja, 3los persigue y avanza seguro, sus pasos no tocan el camino. 4¿Quién ha actuado, quién lo ha hecho? Aquel que convoca las generaciones desde el comienzo, yo, Señor desde el principio, y siempre el mismo, hasta con los últimos. 5Las islas lo han visto y temen, se estremecen los confines de la tierra, se acercan y se presentan las islas y naciones. 6Se ayudan uno a otro; uno dice a su compañero: «¡Ánimo!». 7Anima el artesano al orfebre, el que forja con el martillo, al que golpea el yunque, diciendo: «¡Buena soldadura!»; y lo sujetan con clavos para que no se mueva. 8Y tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi amigo, 9a quien escogí de los extremos de la tierra, a quien llamé desde sus confines, diciendo: «Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado», 10no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa. 11Se avergonzarán humillados los que se enfurecían contra ti; serán aniquilados y perecerán los que pleiteaban contra ti. 12Buscarás a tus adversarios, y no podrás encontrarlos: serán aniquilados, como nada, los que te combaten. 13Porque yo, el Señor, tu Dios, te tomo por tu diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio». 14No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio —oráculo del Señor—, tu libertador es el Santo de Israel. 15Mira, te convierto en trillo nuevo, aguzado, de doble filo: trillarás los montes hasta molerlos; reducirás a paja las colinas; 16los aventarás y el viento se los llevará, el vendaval los dispersará. Pero tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás en el Santo de Israel. 17Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. 18Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua. 19Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivares; plantaré en la estepa cipreses, junto con olmos y alerces, 20para que vean y sepan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado. 21Presentad vuestro pleito, dice el Señor; aducid vuestras pruebas, dice el rey de Jacob. 22Que se acerquen y nos anuncien lo que va a suceder. Decidnos cuáles fueron las cosas primeras y prestaremos atención. O bien, anunciadnos lo que va a suceder y sabremos el desenlace. 23Manifestad lo que vendrá después, y sabremos que sois dioses. Haced al menos algo, bueno o malo, para que nos sorprendamos y lo veamos juntos. 24En fin, vosotros sois nada, y nada son vuestras obras. Elegiros es abominable. 25Yo lo he suscitado desde el norte, y él viene, desde Oriente, y él me invoca por mi nombre, pisotea a los gobernantes como barro, como apisona la arcilla el alfarero. 26¿Quién lo anunció desde el comienzo para que lo supiéramos, y de antemano, para que dijéramos: «Es así»? Pero no: ninguno anuncia, ninguno proclama y ninguno escucha vuestras palabras. 27Yo fui el primero en anunciarlo en Sión: «Mirad, helo aquí», y envié un heraldo a Jerusalén. 28Miré en torno, pero no había nadie, nadie a quien pedir consejo y que pudiera responder. 29Todos ellos no son nada, vacías son sus obras, viento y caos sus estatuas.

Capítulo 42

1Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. 2No gritará, no clamará, no voceará por las calles. 3La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. 4No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. 5Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: 6«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, 7para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas. 8Yo soy el Señor, este es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. 9Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír». 10Cantad al Señor un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra; muja el mar y lo que contiene, las costas y sus habitantes; 11alégrese el desierto con sus tiendas, los cercados que habita Cadar; exulten los habitantes de Petra, clamen desde la cumbre de las montañas; 12den gloria al Señor, anuncien su alabanza en las costas. 13El Señor sale como un héroe, excita su ardor como un guerrero, lanza el alarido, mostrándose valiente frente al enemigo. 14«Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; como parturienta, grito, jadeo y resuello. 15Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques; 16conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Esto es lo que haré y no los abandonaré. 17Retrocederán cubiertos de vergüenza los que confían en un ídolo, los que dicen a sus obras: “Vosotros sois nuestros dioses”». 18«¡Sordos, escuchad; ciegos, mirad y ved! 19¿Quién está ciego, sino mi siervo, quién es sordo como el mensajero que envío?». ¿Quién es tan ciego como aquel que ha sido castigado, tan ciego como el siervo del Señor? 20Has visto mucho y no has observado nada, has abierto los oídos, pero no has escuchado. 21El Señor se ha complacido en aquel que era humillado: ha hecho grande su salvación, magnífico su designio. 22Él era un pueblo saqueado y despojado, atrapado en cuevas, encerrado en mazmorras. Condenados al saqueo, nadie los liberaba, al despojo, y nadie protestaba. 23¿Quién de vosotros prestará oído a todo esto, y escuchará con atención en el futuro? 24¿Quién ha entregado al despojo y al saqueo a Israel? ¿Acaso no los entregó el mismo Señor contra quien hemos pecado, cuando no quisimos caminar en sus caminos y no obedecimos sus preceptos? 25Por eso derramó sobre él el ardor de su ira y el furor de la guerra, que lo envolvía con sus llamas, pero él no comprendía; lo consumía, aunque él no comprendía.

Capítulo 43

1Y ahora esto dice el Señor, que te creó, Jacob, que te ha formado, Israel: «No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. 2Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará. 3Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador. Entregué Egipto como rescate, Etiopía y Saba a cambio de ti, 4porque eres precioso ante mí, de gran precio, y yo te amo. Por eso entrego regiones a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida. 5No temas, porque yo estoy contigo. Desde Oriente traeré a tu estirpe, te reuniré desde Occidente. 6Diré al Norte: devuélvelo, y al Sur: no lo retengas. Haz venir a mis hijos desde lejos, y a mis hijas del extremo de la tierra, 7a todos los que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que he hecho y he formado. 8Saca afuera a un pueblo que tiene ojos, pero está ciego, que tiene oídos, pero está sordo. 9Que todas las naciones se congreguen y todos los pueblos se reúnan. ¿Quién de entre ellos podría anunciar esto, o proclamar los hechos antiguos? Que presenten sus testigos para justificarse, que los oigan y digan: es verdad. 10Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—, y también mi siervo, al que yo escogí, para que sepáis y creáis y comprendáis que yo soy Dios. Antes de mí no había sido formado ningún dios, ni lo habrá después. 11Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay salvador. 12Yo lo anuncié y os salvé; lo anuncié y no hubo entre vosotros dios extranjero. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—: yo soy Dios. 13Lo soy desde siempre, y nadie se puede liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo? 14Esto dice el Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel: por vosotros he enviado una expedición a Babilonia, he traído a todos los fugitivos y a los caldeos que se glorían en sus naves. 15Yo soy el Señor, vuestro Santo, el creador de Israel, vuestro rey. 16Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; 17que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. 18«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? 19Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo. 20Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, 21a este pueblo que me he formado para que proclame mi alabanza. 22Pero tú no me invocabas, Jacob, porque te cansaste de mí, Israel. 23No me ofreciste tus ovejas en holocausto ni me honraste con tus sacrificios. Yo no te agobié exigiéndote ofrendas ni te cansé pidiéndote incienso. 24Pero tú no me compraste caña aromática, ni me has satisfecho con la grasa de tus sacrificios. Al contrario, me has agobiado con tus pecados, me has cansado con tus culpas. 25Yo, soy yo quien por mi cuenta cancelo tus crímenes y olvido tus pecados. 26Hazme recordar y discutiremos, cuenta tu versión para justificarte. 27Pecó tu primer padre, tus jefes se rebelaron contra mí. 28Por eso traté como impíos a los jerarcas del santuario, entregué a Jacob al exterminio y a Israel a los ultrajes».

Capítulo 44

1«Ahora escucha, Jacob, siervo mío, Israel, mi elegido. 2Esto dice el Señor que te hizo, que te formó en el vientre y te auxilia: No temas, siervo mío, Jacob, a quien corrijo, mi elegido; 3derramaré agua sobre el suelo sediento, arroyos en el páramo; derramaré mi espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos. 4Brotarán como en un prado, como sauces a la orilla de los ríos. 5Uno dirá: “Soy del Señor”; otro se pondrá por nombre “Jacob”; uno escribirá sobre su mano: “Del Señor”, lo llamarán con respeto “Israel”». 6Esto dice el Señor, rey de Israel, su libertador, el Señor todopoderoso: «Yo soy el primero y yo soy el último, fuera de mí no hay dios. 7¿Quién es como yo? Que lo proclame, lo declare y lo demuestre. ¿Quién anunció desde antiguo lo que acontecería? Que anuncien lo que aún debe venir. 8No tembléis, no tengáis miedo. ¿No lo había anunciado yo? ¿No lo había proclamado desde antiguo? Vosotros sois mis testigos: ¿Hay un dios fuera de mí? ¡No hay otra Roca! No la conozco». 9Cuantos modelan ídolos no son nada, sus imágenes predilectas no sirven a nadie. Sus testigos no ven ni comprenden, por eso quedarán en ridículo. 10¿Quién modela un dios o funde una imagen si no va a ganar nada? 11Todos sus secuaces quedarán en ridículo, porque sus artífices no son sino hombres. Que se reúnan todos para comparecer: temblarán y quedarán avergonzados. 12El herrero cincela el hierro y lo trabaja en las brasas, lo forja a golpes de martillo, lo modela con su brazo vigoroso, aunque esté hambriento y sin fuerzas, no pueda beber agua y desfallezca. 13El tallista lo mide con la cuerda, lo diseña con un marcador, lo trabaja con la hachuela, lo delinea con el compás: le da figura de hombre, belleza humana, para que habite en una casa. 14Para ello corta cedros, o escoge un ciprés o una encina que se ha vuelto fuerte entre los árboles del bosque; o planta un cedro que la lluvia hace crecer. 15La gente lo quema y con ello se calienta, o hace fuego para cocer el pan, o se fabrica un dios y lo adora, lo convierte en una imagen y se postra ante ella. 16Una mitad la quema para brasas, sobre las brasas asa la carne, se la come y se sacia, se calienta y dice: «¡Ah, qué bien! Siento el calor, veo el rescoldo». 17Con lo que queda se hace un dios, una imagen, se postra ante él, lo adora y reza: «Sálvame, porque tú eres mi dios». 18No entienden ni disciernen, porque sus ojos están pegados, incapaces de ver, sus mentes, incapaces de comprender. 19No reconsidera ni tiene inteligencia ni buen sentido como para decir: «Una mitad la he quemado para brasas, he cocido el pan sobre las ascuas, he asado la carne y la he comido. ¿Y voy a convertir el resto en una abominación, me postraré ante un trozo de leño?». 20El corazón engañado extravía a quien se satisface con cenizas. No se salvará, no llegará a decir: «¿No es un engaño lo que tengo en mano?». 21Acuérdate de todo esto, Jacob, porque tú eres mi siervo, Israel. Te he formado como siervo mío; Israel, no me defraudes. 22He disipado como una nube tus rebeliones, como niebla tus pecados. Vuelve a mí, yo te he rescatado. 23Exultad, cielos, porque el Señor ha actuado, aclamad, profundidades de la tierra, romped en gritos de júbilo, montañas, el bosque con todos sus árboles, porque el Señor ha rescatado a Jacob, ha manifestado su gloria en Israel. 24Esto dice el Señor, tu libertador, que te ha formado desde el seno materno: «Yo soy el Señor, que hace todas las cosas. Despliego los cielos por mí mismo, pongo los fundamentos de la tierra, ¿y quién me ayuda? 25Yo hago fracasar los presagios de los adivinos y pongo en ridículo a los agoreros; hago volver a los sabios sobre sus pasos y convierto su ciencia en necedad. 26Confirmo la palabra de mi siervo y realizo el plan de mis mensajeros. Digo de Jerusalén: “Será habitada”, de las ciudades de Judá: “Serán reconstruidas”. Yo mismo levantaré sus ruinas. 27Digo al océano: “Vuélvete árido”, yo secaré tus corrientes. 28Digo a Ciro: “Tú eres mi pastor”, y él cumplirá todo mi designio. Digo de Jerusalén: “Será reconstruida”, y del templo: “Pondrán sus fundamentos”».

Capítulo 45

1Esto dice el Señor a su Ungido, a Ciro: «Yo lo he tomado de la mano, para doblegar ante él las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él las puertas, para que los portales no se cierren. 2Yo iré delante de ti, allanando señoríos; destruiré las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro; 3te daré los tesoros ocultos, las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre. 4Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías. 5Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo el cinturón, aunque no me conoces, 6para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro, 7el que forma la luz y crea las tinieblas; yo construyo la paz y creo la desgracia. Yo, el Señor, realizo todo esto. 8Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Yo, el Señor, lo he creado. 9¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija entre otras tantas! ¿Acaso le dice la arcilla al alfarero: “Qué estás haciendo. Tu obra no vale nada”? 10¡Ay del que le dice al padre: “¿Qué has engendrado?”, o a la mujer: “¿Qué has dado a luz?”! 11Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que le ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos? 12Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre, mis propias manos desplegaron el cielo, y doy órdenes a todo su ejército. 13Yo lo he suscitado en justicia y allano todos sus caminos: él reconstruirá mi ciudad y hará volver a mis cautivos sin precio ni rescate” —dice el Señor todopoderoso—». 14Esto dice el Señor: «Los trabajadores de Egipto, los mercaderes de Etiopía, los esbeltos sabeos, pasarán a tu poder y te pertenecerán; marcharán detrás de ti, caminarán encadenados, se postrarán y te suplicarán: “Es verdad, Dios está entre vosotros y no hay otro, no hay más dioses. 15Es verdad: tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador”». 16Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual, se van avergonzados los fabricantes de ídolos; 17mientras el Señor salva a Israel con una salvación perpetua, para que no se avergüencen ni se sonrojen nunca jamás. 18Así dice el Señor, creador del cielo —él es Dios—, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó, no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro». 19No te hablé a escondidas, en un país tenebroso, no dije a la estirpe de Jacob: «Buscadme en el vacío». Yo soy el Señor que pronuncia sentencia y declara lo que es justo. 20Reuníos, venid, acercaos juntos, supervivientes de las naciones. No discurren los que llevan su ídolo de madera y rezan a un dios que no puede salvar. 21Declarad, aducid pruebas, que deliberen juntos: ¿Quién anunció esto desde antiguo, quién lo predijo desde entonces? ¿No fui yo, el Señor? —No hay otro Dios fuera de mí—. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. 22Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. 23Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: «Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua»; dirán: 24«Solo el Señor tiene la justicia y el poder». A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; 25Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.

Capítulo 46

1Se desploma Bel, se encorva Nebo, sus imágenes van cargadas sobre bestias. Los objetos que transportáis son una carga abrumadora para los animales agotados: 2se encorvan y desploman, no pueden liberarse de su carga, ellos mismos marchan al destierro. 3Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quienes cargué desde el seno materno, a quienes llevé desde las entrañas. 4Hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta que tengáis canas os sostendré; así he actuado, así seguiré actuando, yo os sostendré y os libraré. 5¿A quién me podéis comparar o igualar? ¿A quién parangonarme, de modo que seamos semejantes? 6Hay quienes dilapidan el oro de su bolsa y pesan plata en la balanza; pagan a un orfebre para que les haga un dios, se postran y lo adoran. 7Se lo cargan a hombros, lo transportan; donde lo ponen, allí se queda; no se mueve de su sitio. Por mucho que le griten, no responde, ni los salva del peligro. 8Recordadlo y meditadlo, reflexionad, rebeldes, 9recordad el pasado. Desde siempre yo soy Dios; no hay otro dios, ni hay nadie como yo. 10Desde el comienzo yo anuncio el futuro; de antemano, lo que aún no ha sucedido. Digo: «Mi designio se cumplirá, realizo lo que quiero». 11Del Oriente llamo a un ave de rapiña, de tierra lejana, al hombre que realice mi designio. Lo he dicho, haré que ocurra, lo he dispuesto y lo realizaré. 12Escuchadme, corazones obstinados, que estáis lejos de la liberación. 13Yo aproximo mi justicia, no está lejos, mi salvación no se pospone, concedo a Sión la salvación y mi honor a Israel.

Capítulo 47

1Cae abatida sobre el polvo, virgen hija de Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, hija de los caldeos: ya no te volverán a llamar tierna y delicada. 2Toma el molino y muele la harina, quítate el velo, recoge tu vestido, descubre las piernas para atravesar los ríos. 3Que se descubra tu desnudez, que vean tus vergüenzas. Tomaré venganza y nadie intercederá. 4Nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, es el Santo de Israel. 5Siéntate y calla, entre las tinieblas, hija de los caldeos: ya no te volverán a llamar señora de reinos. 6Me había enfurecido contra mi pueblo, había profanado mi heredad y la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos. 7Abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: «Seré señora por siempre jamás», sin considerar todo esto, sin imaginar su desenlace. 8Pues ahora escúchalo, lasciva, que reinabas confiada, y te decías: «Yo y nadie más. No me quedaré viuda, no me quitarán a mis hijos». 9Las dos cosas te sucederán de repente, el mismo día: la privación de tus hijos y la viudez te llegarán juntas a pesar de tus muchas brujerías y del poder de tus conjuros. 10Te sentías segura en tu maldad, te decías: «Nadie me ve»; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: «Yo y nadie más». 11Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar; caerá sobre ti un desastre que no podrás aplacar. Vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no sospechabas. 12Insiste en tus conjuros, en tus muchas brujerías, por las cuales te esforzaste desde joven; quizá podrás aprovecharlas, quizá te espantarás. 13Te agotaste con tantos consejeros: que se presenten y te salven los que conjuran el cielo y contemplan las estrellas, los que presagian cada mes lo que te va a suceder. 14Mira, son como paja que consume el fuego, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse, ni lumbre para sentarse enfrente. 15En eso acabó la gente con que tratabas, por quienes te afanaste desde joven: cada uno errante por su lado, y no hay quien te salve.

Capítulo 48

1Escuchad esto, casa de Jacob, que lleváis el nombre de Israel, que nacisteis de las fuentes de Judá, que juráis por el nombre del Señor e invocáis al Dios de Israel, pero sin verdad ni rectitud 2—toman el nombre de la ciudad santa y pretenden apoyarse en el Dios de Israel, cuyo nombre es «Señor todopoderoso»—. 3Desde antiguo anuncié los hechos primeros: salieron de mi boca, los proclamé, en un instante actué y se cumplieron. 4Porque sé que eres obstinado, que tu cerviz es un tendón de hierro y tu frente de bronce, 5por eso te lo anuncié desde antiguo, lo proclamé antes de que ocurriera, para que no dijeras: «Mi ídolo los ha hecho, mi imagen tallada y mi estatua fundida lo han ordenado». 6Has escuchado todo esto, ¿no lo anunciarás? Te hago oír desde ahora cosas nuevas, secretos que no conocías. 7Solo ahora son creadas, no desde antiguo, ni antes de hoy; no las habías oído y no puedes decir: «Ya lo sabía». 8Ni lo habías oído ni lo sabías. Desde antiguo te habías hecho el sordo. Yo sé lo traidor que eres y que te llaman «rebelde de nacimiento». 9Por mi nombre contengo mi cólera, por mi honor la reprimo para no aniquilarte. 10Te he purificado, pero no como la plata; te puse a prueba en el crisol de la desgracia. 11Por mí, por mí lo hago: ¿por qué habría de ser profanado mi nombre? Y mi gloria no la cedo a nadie. 12Escúchame, Jacob; Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último. 13Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los llamo se presentan juntos. 14Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos ha anunciado estas cosas? El Señor lo ama: él cumplirá su designio sobre Babilonia y la estirpe de los caldeos. 15Yo mismo le he hablado y yo lo he llamado, lo he traído y su empresa tendrá éxito. 16Acercaos a mí y escuchad esto: «Desde el comienzo no he hablado en el secreto y desde que todo esto sucede, allí estoy yo». Y ahora el Señor Dios me envía con su fuerza. 17Esto dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: «Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir. 18Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, 19tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia». 20¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob. 21Los llevó por la estepa y no pasaron sed: hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y brotó agua. 22«No hay paz para los malvados» —dice el Señor—.

Capítulo 49

1Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. 2Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba 3y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré». 4Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. 5Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: 6«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». 7Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido». 8Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, 9para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”. Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; 10no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. 11Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. 12Miradlos venir de lejos; miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros de la tierra de Sin. 13Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados». 14Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». 15¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. 16Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí. 17Se apresuran los que te reconstruyen; tus destructores, los que te arrasaban, se alejan de ti. 18Alza tus ojos en torno y mira: todos se reúnen, vienen hacia ti. Por mi vida —oráculo del Señor—, a todos los llevarás como vestido precioso, te los ceñirás como una novia. 19Porque tus ruinas, tus lugares desolados, tu país destruido resultarán estrechos para tus habitantes, mientras se alejarán los que te devoraban. 20Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: «Este lugar es estrecho para mí, hazme sitio para establecerme». 21Y tú pensarás para tus adentros: «¿Quién me engendró a estos? Si yo no tengo hijos y soy estéril; si he estado desterrada y repudiada, ¿quién me los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde salen estos?». 22Esto dice el Señor: «Mira, alzo mi mano hacia las naciones, levanto mi estandarte hacia los pueblos: traerán a tus hijos en brazos, tus hijas serán llevadas a hombros. 23Sus reyes serán tus ayos; sus princesas, tus nodrizas; se postrarán ante ti, rostro en tierra, lamerán el polvo de tus pies y sabrás que yo soy el Señor, que no defraudo a quien confía en mí. 24¿Se le puede quitar la presa a un soldado, se le escapa su prisionero al vencedor? 25Pues esto dice el Señor: Aunque quiten el prisionero a un soldado y se escape la presa al vencedor, yo mismo defenderé tu causa, yo mismo salvaré a tus hijos. 26Tus opresores comerán su propia carne, se embriagarán de su sangre como de vino; y todos sabrán que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu libertador es el Fuerte de Jacob».

Capítulo 50

1Esto dice el Señor: «¿Dónde está el acta de repudio con que despedí a vuestra madre? ¿O a cuál de mis acreedores os he vendido? Mirad, por vuestras culpas fuisteis vendidos, por vuestros crímenes fue repudiada vuestra madre. 2¿Por qué, cuando yo vine, no había nadie, y nadie respondió cuando llamé? ¿Tan corto es mi brazo que no puede liberaros? ¿No tengo yo poder para salvaros? Pues con una amenaza seco el mar y convierto los ríos en desierto. Los peces apestan por falta de agua y mueren de sed. 3Yo visto de luto el cielo, lo cubro de sayal». 4El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. 5El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. 6Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. 7El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. 8Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. 9Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se consumen como un vestido, los roe la polilla. 10Quien de vosotros teme al Señor y escucha la voz de su siervo, aunque camine en tinieblas, sin ninguna claridad, que confíe en el nombre del Señor, que se apoye en su Dios. 11Todos vosotros que atizáis el fuego y os ceñís con flechas incendiarias, caed en la hoguera de vuestro fuego, entre las flechas que habéis encendido. Esto recibiréis de mi mano: yacer en el tormento.

Capítulo 51

1Escuchadme, los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: Mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron. 2Mirad a Abrahán, vuestro padre; a Sara, que os dio a luz: cuando os llamé, era uno, pero lo bendije y lo multipliqué. 3El Señor consuela a Sión, consuela todas sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, su yermo en jardín del Señor; allí habrá gozo y alegría, acción de gracias al son de instrumentos. 4Escuchadme, naciones; pueblos, prestadme oído, pues de mí saldrá la ley y estableceré mi derecho para luz de los pueblos. 5Mi triunfo está cercano, llega mi salvación, mi brazo regirá a los pueblos: las islas lejanas esperan en mí, ponen su esperanza en mi poder. 6Levantad vuestros ojos al cielo, mirad abajo, hacia la tierra: el cielo se desvanece como el humo, la tierra se consume como un vestido, sus habitantes mueren como langostas, pero mi salvación dura por siempre, mi justicia no tendrá fin. 7Escuchadme, los que conocéis lo que es recto, el pueblo que conserva mi ley en su corazón: no temáis la afrenta de los hombres, no desmayéis por sus ultrajes: 8pues la polilla los roerá como un vestido, como los gusanos roen la lana; pero mi justicia dura por siempre, mi salvación de edad en edad. 9¡Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor, despierta como antaño, en las antiguas edades! ¿No eres tú quien destrozó el monstruo y traspasó al dragón? 10¿No eres tú quien secó el mar, las aguas del gran océano, el que hizo un camino en la profundidad del mar para que pasaran los redimidos? 11Volverán los rescatados del Señor, entrarán en Sión con cánticos de júbilo, alegría perpetua a la cabeza, siguiéndolos, gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán. 12Yo, yo soy quien os consuela. ¿Por qué temes a un mortal que perece, a un hombre que pasa como la hierba, 13te olvidas del Señor que te ha hecho, que despliega los cielos y pone el fundamento de la tierra? ¿Por qué tiemblas sin tregua cada día ante el furor del opresor dispuesto a destruirte? ¿Qué se hizo del furor del opresor? 14Se apresuran a liberar al cautivo: no morirá en la fosa, no le faltará el pan. 15Yo soy el Señor, tu Dios, que agita el mar y braman sus olas. Mi nombre es Señor todopoderoso. 16Yo he puesto mis palabras en tu boca, te cubrí con la sombra de mi mano: extiendo los cielos, pongo el fundamento de la tierra y digo a Sión: tú eres mi pueblo. 17¡Despierta, despierta, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, apuraste hasta las heces el cáliz de vértigo. 18No hay nadie que la sustente entre los hijos que dio a luz, nadie que la lleve de la mano entre los hijos que crió. 19Te han sucedido estos dos males, ¿quién te compadece? Saqueo y ruina, hambre y espada, ¿quién te consuela? 20Desfallecen y yacen tus hijos en los rincones de todas las calles, como antílope en la red, llenos de la ira del Señor, de la amenaza de tu Dios. 21Por eso, escucha, desdichada; borracha, y no de vino. 22Esto dice el Señor, tu Dios, que defiende la causa de su pueblo: «Yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber el cáliz de mi ira. 23Lo pondré en la mano de tus verdugos, de los que te decían: “Dóblate, que pasemos por encima”; y tú presentaste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes».

Capítulo 52

1¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión; vístete el traje de gala, Jerusalén, ciudad santa!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. 2Sacúdete el polvo, ponte en pie, Jerusalén cautiva; desata las cuerdas de tu cuello, Sión cautiva. 3Porque esto dice el Señor: «Por nada fuisteis vendidos, sin precio seréis rescatados». 4Porque esto dice el Señor, Dios: «Al principio mi pueblo emigró a Egipto para habitar allí como extranjero. Sin motivo lo oprimió Asiria. 5Pero ahora, ¿qué hago yo aquí? —oráculo del Señor—. Se han llevado a mi pueblo por nada, sus opresores dan gritos de triunfo —oráculo del Señor— y ultrajan mi nombre sin cesar. 6Por eso, mi pueblo reconocerá mi nombre. Un día sabrá que era yo quien decía “Estoy aquí”». 7Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». 8Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. 9Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. 10Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios. 11¡Partid, partid, salid de allí! ¡No toquéis nada impuro! ¡Salid de ella, purificaos los que lleváis los vasos del culto! 12No saldréis deprisa, ni vuestra marcha será una fuga, porque delante de vosotros marcha el Señor, el Dios de Israel en la retaguardia. 13Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. 14Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, 15así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.

Capítulo 53

1¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor? 2Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, 3despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. 4Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; 5pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. 6Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. 7Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. 8Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. 9Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. 10El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. 11Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. 12Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Capítulo 54

1Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—. 2Ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas, 3porque te extenderás de derecha a izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. 4No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sientas ultrajada, porque no deberás sonrojarte. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, no recordarás la afrenta de tu viudez. 5Quien te desposa es tu Hacedor: su nombre es Señor todopoderoso. Tu libertador es el Santo de Israel: se llama «Dios de toda la tierra». 6Como a mujer abandonada y abatida te llama el Señor; como a esposa de juventud, repudiada —dice tu Dios—. 7Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. 8En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero —dice el Señor, tu libertador—. 9Me sucede como en los días de Noé: juré que las aguas de Noé no volverían a cubrir la tierra; así juro no irritarme contra ti ni amenazarte. 10Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz —dice el Señor que te quiere—. 11¡Ciudad afligida, azotada por el viento, a quien nadie consuela! Mira, yo mismo asiento tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; 12haré tus almenas de rubí, tus puertas de esmeralda, y de piedras preciosas tus bastiones. 13Tus hijos serán discípulos del Señor, gozarán de gran prosperidad tus constructores. 14Tendrás tu fundamento en la justicia: lejos de la opresión, no tendrás que temer; lejos del terror, que no se acercará. 15Si alguno te ataca, no viene de mi parte; quien lucha contra ti, frente a ti caerá. 16Yo he creado al herrero, que sopla los carbones y aviva el fuego, y forja las armas adecuadas. También he creado al destructor que aniquila. 17Ningún arma forjada contra ti podrá dañarte, rebatirás toda lengua que te acuse en juicio. Esta es la herencia de los siervos del Señor y la justicia que les hago —oráculo del Señor—.

Capítulo 55

1Oíd, sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero: comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche. 2¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. 3Inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, las misericordias firmes hechas a David: 4lo hice mi testigo para los pueblos, guía y soberano de naciones. 5Tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; porque el Señor tu Dios, el Santo de Israel te glorifica. 6Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca. 7Que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. 8Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos —oráculo del Señor—. 9Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes. 10Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, 11así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo. 12Saldréis con alegría, os llevarán seguros; montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, aplaudirán los árboles del campo. 13En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán; serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero.

Capítulo 56

1Esto dice el Señor: «Observad el derecho, practicad la justicia, porque mi salvación está por llegar, y mi justicia se va a manifestar. 2Dichoso el hombre que obra así, el mortal que persevera en esto, que observa el sábado sin profanarlo y preserva su mano de obrar el mal. 3El extranjero que se ha unido al Señor no diga: “El Señor me excluirá ciertamente de su pueblo”. No diga el eunuco: “Yo soy un árbol seco”. 4Porque esto dice el Señor: A los eunucos que observan mis sábados, que eligen cumplir mi voluntad y mantienen mi alianza, 5les daré en mi casa y dentro de mis murallas un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas, un nombre eterno que no será extirpado. 6A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observan el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza, 7los traeré a mi monte santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre mi altar; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos». 8Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel: «Todavía congregaré a otros, además de los ya reunidos». 9Bestias del campo, venid a comer, bestias todas de la selva. 10Los guardianes están ciegos, no se dan cuenta de nada: perros mudos, incapaces de ladrar, vigías perezosos con ganas de dormir, 11perros voraces que no se sacian. ¡Y ellos son los pastores, que no comprenden nada! Cada cual va por su camino, cada uno a su ganancia. 12«Venid, yo traigo vino, nos embriagaremos con licores. Mañana será como hoy. Hay provisión abundante».

Capítulo 57

1Perece el inocente sin que nadie haga caso. Desaparecen los hombres fieles y nadie advierte que la maldad acaba con el justo; 2pero él alcanzará la paz. Reposan en sus lechos quienes proceden rectamente. 3Acercaos, vosotros, hijos de hechiceras, estirpe del adúltero y de la prostituta. 4¿De quién os burláis? ¿A quién hacéis muecas y sacáis la lengua? ¿No sois vosotros hijos ilegítimos, prole bastarda, 5que os dais a la lujuria entre los robles, bajo cualquier árbol frondoso, que sacrificáis a vuestros hijos en las torrenteras y entre las grietas de las rocas? 6Entre las piedras lisas del torrente está tu herencia, ellas, ellas son tu destino, pues sobre ellas derramaste libaciones y presentaste ofrendas. ¿Puedo tener compasión de tales cosas? 7En los altos de un monte elevado colocabas tu lecho; hasta allí subías a ofrecer sacrificios. 8Detrás de la puerta y de las jambas escondiste el recuerdo de tu historia. Prescindiendo de mí te desnudabas, subías hasta tu lecho y lo hacías más amplio; te ponías de acuerdo con ellos, amabas su lecho, admirabas su fuerza, prodigando tus perfumes 9peregrinaste hasta Moloc. Despachaste tus mensajeros a distancia, los hiciste bajar hasta el abismo. 10Te agotabas con tantos desvaríos, pero no dijiste: «No hay esperanza». Encontrabas nuevo vigor y no desfalleciste. 11¿Por qué estabas ansiosa, a quién temías para renegar de mí, para no acordarte de mí ni tenerme en cuenta? ¿Acaso porque he callado largo tiempo ya no me temes? 12Pero yo denunciaré cuál es tu justicia y cuáles son tus obras. De nada te servirá tu colección de ídolos. 13¡Que vengan a salvarte cuando grites! A todos se los llevará el viento, un soplo los arrebatará. Mas para quien se refugia en mí, el país será su patrimonio, mi santa montaña, su heredad. 14Allanad, allanad, despejad el camino, quitad todo tropiezo del camino de mi pueblo. 15Porque esto dice el Alto y Excelso, que vive para siempre y cuyo nombre es «Santo»: Habito en un lugar alto y sagrado, pero estoy con los de ánimo humilde y quebrantado, para reanimar a los humildes, para reanimar el corazón quebrantado. 16No estaré en pleito perpetuo, ni me irritaré por siempre, porque ante mí sucumbirían el espíritu y el aliento que he creado. 17Por su pecado de codicia me irrité y lo castigué; me oculté, me indigné. Pero él se rebeló y siguió sus caminos preferidos. 18Yo he visto sus caminos, pero lo voy a curar: lo consolaré, lo resarciré con consuelo, a él y a los que hacen duelo. 19Creo la paz como fruto de los labios: «Paz al que está lejos y al que está cerca» —dice el Señor—, y lo curaré. 20Los malvados son como el mar borrascoso, que no puede calmarse: sus aguas remueven cieno y lodo. 21«No hay paz para los malvados» —dice mi Dios—.

Capítulo 58

1Grita a pleno pulmón, no te contengas; alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. 2Consultan mi oráculo a diario, desean conocer mi voluntad. Como si fuera un pueblo que practica la justicia y no descuida el mandato de su Dios, me piden sentencias justas, quieren acercarse a Dios. 3«¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?» En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; 4ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo. 5¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? 6Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, 7partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. 8Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. 9Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: «Aquí estoy». Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, 10cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. 11El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos. Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan. 12Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros tiempos; te llamarán «reparador de brechas», «restaurador de senderos», para hacer habitable el país. 13Si detienes tus pasos el sábado, para no hacer negocios en mi día santo, y llamas al sábado «mi delicia» y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras, evitando viajes, dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos, 14entonces encontrarás tu delicia en el Señor. Te conduciré sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre. Ha hablado la boca del Señor.

Capítulo 59

1La mano del Señor no es tan débil que no pueda salvar, ni su oído tan duro que no pueda oír. 2No, son vuestras culpas las que os han separado de vuestro Dios; vuestros pecados ocultan su rostro, para que no os oiga. 3Vuestras manos están manchadas de sangre, vuestros dedos de crímenes; vuestros labios profieren mentiras, vuestra lengua susurra maldad. 4Nadie promueve una causa con justicia, nadie es juzgado con honestidad. Ponen su confianza en la anarquía y hablan sin argumentos. 5Cascan huevos de serpiente y tejen telarañas; quien come de esos huevos, muere, cuando los aprietan, de ellos salen víboras. 6Sus telas no son para vestidos, sus tejidos no pueden cubrir. Sus obras son obras criminales, violencia es el producto de sus manos. 7Sus pies corren hacia el mal, tienen prisa por derramar sangre inocente; sus proyectos son proyectos criminales, desolación y ruina acompañan sus caminos. 8No conocen el camino de la paz, el derecho está ausente de sus sendas, hacen tortuosos sus senderos, quien por ellos camina no conoce la paz. 9Por eso está lejos de nosotros el derecho y la justicia no nos alcanza; esperamos la luz, llega la oscuridad; esperamos claridad y marchamos en tinieblas. 10Tentamos el muro como ciegos, como gente sin vista, tropezamos en pleno día como al anochecer, en medio de los sanos estamos como muertos. 11Gruñimos como osos, gemimos como palomas; esperamos en la justicia, ¡pero nada!, en la salvación, y está lejos de nosotros. 12Porque son muchas nuestras transgresiones contra ti, nuestros pecados testimonian contra nosotros, nos acompañan nuestros delitos, y reconocemos nuestras culpas: 13fuimos rebeldes e infieles al Señor, hemos vuelto la espalda a nuestro Dios y hemos proyectado opresión y revuelta, concebimos y meditamos engaños en nuestro corazón. 14Se ha tergiversado el derecho, lejana queda la justicia. La honestidad tropieza en la plaza, la rectitud no tiene acceso. 15Falta la honestidad: quien se aparta del mal queda arruinado. Todo esto ha visto el Señor y no soporta que ya no haya justicia. 16El Señor ha visto consternado que nadie interviene. Su poder lo socorre, su justicia lo apoya. 17Se pone la justicia como armadura, la salvación como yelmo, se viste la túnica de la venganza, y se cubre con el manto de la indignación. 18A cada uno pagará su merecido: furor para sus adversarios, represalia para sus enemigos. A las islas dará su merecido. 19Temerán los de Occidente el nombre del Señor, los de Oriente su gloria, porque viene como un torrente el enemigo, empujado por el soplo del Señor. 20Pero el Señor llega como libertador para Sión y para quienes abandonan su rebelión en Jacob —oráculo del Señor—. 21Este es mi pacto con ellos —dice el Señor—: Mi espíritu, que está sobre ti, mis palabras que puse en tu boca, no se apartarán de tu boca, de la boca de tu descendencia, ni de la boca de la progenie de tu descendencia —dice el Señor—, desde ahora y para siempre.

Capítulo 60

1¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! 2Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti. 3Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. 4Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. 5Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. 6Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor. 7Reunirán para ti los rebaños de Cadar; los carneros de Nebayot te servirán para el sacrificio; subirán a mi altar como ofrenda agradable, y llenaré de esplendor la casa de mi gloria. 8¿Quiénes son esos que vuelan como nubes y como palomas a sus palomares? 9Son navíos de las costas que esperan, en cabeza las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, con su plata y su oro, en homenaje al Señor, tu Dios, al Santo de Israel, que te colma de esplendor. 10Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te castigué en mi cólera, en mi benevolencia tengo compasión de ti. 11Tendrán tus puertas siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán, para que traigan a ti la riqueza de los pueblos, guiados por sus reyes. 12La nación y el reino que no te sirvan perecerán, esos pueblos serán devastados. 13Vendrá a ti el orgullo del Líbano, el ciprés, el olmo y el abeto, para embellecer mi santuario y ennoblecer mi estrado. 14Los hijos de tus opresores vendrán a ti humillados, se postrarán a tus pies los que te despreciaban, y te llamarán «Ciudad del Señor», «Sión del Santo de Israel». 15Aunque abandonada, aborrecida y solitaria, haré de ti el orgullo de los siglos, la delicia de las generaciones. 16Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo soy el Señor, tu salvador, que tu libertador es el Fuerte de Jacob. 17En lugar de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, plata; en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré la paz por magistrado y como gobernante la justicia. 18No se oirá hablar de violencias en tu tierra, de ruina o destrucción en tus fronteras; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas, «Alabanza». 19Ya no será el sol tu luz de día, ni te alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua y tu Dios tu esplendor. 20Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua: se cumplirán los días de tu luto. 21En tu pueblo todos serán justos, por siempre poseerán la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para mi gloria. 22El más pequeño crecerá hasta un millar, y el más modesto se hará un pueblo poderoso. Yo soy el Señor: a su debido tiempo apresuro los plazos.

Capítulo 61

1El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; 2para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, 3para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido. Los llamarán «robles de justicia», «plantación del Señor, para mostrar su gloria». 4Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones. 5Extranjeros serán pastores de vuestros rebaños, forasteros, vuestros labradores y viñadores. 6Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios». Comeréis la opulencia de los pueblos, y tomaréis posesión de sus riquezas. 7A cambio de vuestra vergüenza, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua. 8Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen; les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. 9Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor. 10Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. 11Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Capítulo 62

1Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. 2Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. 3Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. 4Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. 5Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. 6Sobre tus murallas, Jerusalén, he puesto centinelas: no callarán ni de día ni de noche. Los que se lo recordáis al Señor no os concedáis descanso, 7no le concedáis descanso hasta que establezca Jerusalén y hasta que haga de ella la admiración de la tierra. 8El Señor lo ha jurado por su diestra, y por su brazo poderoso: no volveré a entregar tu trigo para que se lo coma tu enemigo, ni beberán los extranjeros tu vino, por el cual te esforzaste. 9Los que cosechan lo comerán y alabarán al Señor, los que vendimian lo beberán en mis atrios sagrados. 10Pasad, pasad por los portales, despejad el camino del pueblo, allanad, allanad la calzada, limpiadla de piedras. 11El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu salvador, que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede». 12Los llamarán «Pueblo santo», «Redimidos del Señor», y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».

Capítulo 63

1¿Quién es ese que viene de Edón, de Bosra, con las ropas enrojecidas? ¿Quién es ese, vestido de gala, que avanza lleno de fuerza? Yo, que sentencio con justicia y soy poderoso para salvar. 2¿Por qué están rojos tus vestidos, y la túnica como quien pisa en el lagar? 3Yo solo he pisado el lagar, y de los otros pueblos nadie me ayudaba. Los pisé con mi cólera, los estrujé con mi furor; su sangre salpicó mis vestidos y me manché toda la ropa. 4Porque es el día en que pienso vengarme; el año del rescate ha llegado. 5Miraba sin encontrar un ayudante, espantado al no haber quien me apoyara; pero mi brazo me dio la victoria, mi furor fue mi apoyo. 6He pisoteado los pueblos en mi cólera, los he embriagado con mi furor, hice correr por tierra su sangre. 7Quiero recordar la misericordia del Señor, las alabanzas del Señor: todo lo que hizo por nosotros el Señor, sus muchos beneficios a la casa de Israel, que llevó a cabo con compasión, y su gran misericordia. 8Él dijo: «Son mi pueblo, hijos que no engañarán», y fue su salvador 9en todas sus angustias. No fue un ángel ni un mensajero, fue él mismo en persona quien los salvó, los rescató con su amor y su clemencia, los levantó y soportó, todos los días del pasado. 10Pero ellos se rebelaron contra él, contristaron su santo espíritu. Él se convirtió en su enemigo y luchó contra ellos. 11Entonces el pueblo se acordó de los días de antaño, de Moisés: «¿Dónde está el que los hizo pasar por el mar, el pastor de su rebaño, el que infundió en su interior su santo espíritu, 12el que hizo caminar a la derecha de Moisés su brazo glorioso, el que dividió las aguas ante ellos, ganándose un renombre perpetuo, 13el que los hizo pasar por el fondo del mar, como caballos por la estepa, sin tropezar?». 14Como a ganado que baja al valle el espíritu del Señor los condujo a su reposo. Así condujiste a tu pueblo, ganándote un nombre glorioso. 15Contempla desde los cielos y mira desde tu morada santa y gloriosa. ¿Dónde están tu celo y fortaleza? ¿Es que han sido reprimidas tu entrañable ternura y compasión hacia nosotros? 16¡Tú eres nuestro padre! Abrahán nos desconoce, Israel nos ignora. Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador». 17¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. 18Por poco tiempo tu pueblo santo había poseído su heredad, cuando nuestros enemigos pisotearon tu santuario. 19Somos desde hace tiempo aquellos sobre los que tú ya no gobiernas, los que no llevamos ya tu nombre. ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas,

Capítulo 64

1lo mismo que el fuego abrasa los arbustos, y como el fuego hace hervir el agua; así harías conocer tu nombre a tus adversarios. Ante ti temblarían las naciones 2cuando ejecutaras portentos inesperados: «Descendiste, y las montañas se estremecieron». 3Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. 4Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos de antiguo seremos salvados. 5Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado; todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. 6Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. 7Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano. 8No te irrites, Señor, en demasía, no recuerdes por siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. 9Tus santas ciudades se han vuelto un desierto. Sión es un desierto, Jerusalén un yermo. 10Nuestro templo, santo y magnífico, donde te alabaron nuestros padres, ha sido devorado por el fuego, y todo cuanto amamos se ha convertido en ruinas. 11Ante todo esto, Señor, ¿puedes contenerte, callarte y afligirnos sin medida?

Capítulo 65

1Me he dejado consultar por los que no preguntaban, me han encontrado los que no me buscaban; he dicho: «Heme aquí, heme aquí» a un pueblo que no invocaba mi nombre. 2Tenía mis manos extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde, que va por mal camino, detrás de sus proyectos, 3un pueblo que me irrita sin cesar, sacrifica en los jardines y ofrece incienso sobre ladrillos, 4que encuentra su morada en los sepulcros, y que duerme en cavernas, come carne de cerdo y en sus tazas un caldo repugnante. 5Decían: «Retírate, no te acerques, pues quedarías consagrado». Estas cosas provocan el humo de mi cólera, un fuego que arde todo el día. 6La cuenta está escrita ante mis ojos y no descansaré hasta haberla pagado: 7vuestras culpas y las de vuestros padres —dice el Señor—, de quienes ofrecen incienso en las montañas y me ultrajan en las colinas; calcularé sus acciones pasadas y escondidas y se las pagaré. 8Esto dice el Señor: Lo mismo que al encontrar mosto en un racimo se dice: «No lo destruyas, es una bendición», así haré por causa de mis siervos: no los destruiré a todos, 9sino que haré surgir un linaje de Jacob y de Judá, un heredero de mis montañas. Mis elegidos heredarán la tierra, y mis siervos habitarán allí. 10El Sarón será un aprisco de ovejas, y el valle de Acor dehesa de vacas para mi pueblo, los que me buscaron. 11Pero a vosotros, que abandonáis al Señor, olvidando su santa montaña, que aparejáis la mesa en honor de Gad y llenáis las copas de vino perfumado en honor de Mení, 12os destino a la espada. Os inclinaréis para ser degollados. Porque llamé y no respondisteis, hablé y no escuchasteis, hicisteis lo que es malo a mis ojos, escogisteis lo que me desagrada. 13Por eso, esto dice el Señor, Dios: «Mirad: mis siervos comerán y vosotros pasaréis hambre; mis siervos beberán y vosotros tendréis sed; mis siervos estarán alegres y vosotros os avergonzaréis. 14Mis siervos cantarán con corazón alegre y vosotros gritaréis con corazón dolorido y gemiréis quebrantados. 15Dejaréis vuestro nombre a mis elegidos como un juramento: “Que te dé muerte el Señor Dios. Pero a sus siervos los llamará con otro nombre”. 16Quien sea bendecido en el país, será bendecido por el Dios del Amén, y quien jure en el país, jurará por el Dios del Amén, porque se olvidarán las angustias del pasado y quedarán ocultas a mis ojos». 17Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. 18Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén «alegría», y a su pueblo, «júbilo». 19Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo, ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido; 20ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años, pues será joven quien muera a los cien años, y quien no los alcance se tendrá por maldito. 21Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos, 22no construirán para que otro habite, no plantarán para que otro coma; porque los días de mi pueblo serán como los días de los árboles, y mis elegidos consumirán la obra de sus manos. 23No se fatigarán en vano, ni tendrán hijos para una catástrofe, porque serán semilla bendita del Señor, y como ellos sus retoños. 24Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando, y ya los habré escuchado. 25El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el ganado comerán forraje la serpiente se nutrirá de polvo. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo —dice el Señor—.

Capítulo 66

1Esto dice el Señor: «El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies: ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi reposo? 2Todo esto lo hicieron mis manos, todo es mío —oráculo del Señor—. En ese pondré mis ojos: en el humilde y abatido que se estremece ante mis palabras». 3El mismo que inmola un toro, golpea a muerte a un hombre, el mismo que sacrifica una oveja, desnuca un perro, el mismo que presenta una ofrenda, ofrece a la vez sangre de cerdo, el mismo que hace un memorial de incienso, bendice un ídolo. Ellos eligieron sus caminos, estaban encantados con sus abominaciones. 4También yo elijo mis caprichos y traigo sobre ellos el terror. Porque he llamado y nadie respondía, he hablado y no escuchaban. Hicieron el mal ante mis ojos y eligieron lo que no me agradaba. 5Escuchad la palabra del Señor los que os estremecéis ante su palabra. Dicen vuestros hermanos, que os detestan y rechazan por causa de mi nombre: «Muestre el Señor su gloria y veremos vuestra alegría». Pero ellos quedarán avergonzados. 6¡Escuchad! Un estrépito viene de la ciudad, una voz viene del templo: es la voz del Señor, que toma represalias contra sus enemigos. 7Sin estar de parto ha dado a luz, no le habían llegado los dolores y ha tenido un varón. 8¿Quién escuchó o ha visto cosa semejante? ¿Se puede parir un país en un solo día, se da a luz a todo un pueblo de una vez? Apenas sintió los espasmos, Sión dio a luz a sus hijos. 9¿Acaso abriré yo la matriz y no dejaré parir? —dice el Señor—. ¿Acaso yo, que hago parir, cerraré la matriz? —dice tu Dios—. 10Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; 11mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. 12Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; 13como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. 14Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor, y su ira a sus enemigos». 15Porque el Señor llegará como fuego, y sus carros como torbellino, para restituir con ardor su ira y su indignación con llamas. 16Por su fuego y por su espada, el Señor se hace juez de todo ser viviente y muchas serán las víctimas del Señor: 17los que se consagran y purifican para ir a los jardines, detrás del ídolo que está en el centro, que comen carne de cerdo, reptiles y ratas, todos juntos perecerán —oráculo del Señor—. 18Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria. 19Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. 20Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén —dice el Señor—, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor. 21También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas —dice el Señor—. 22Porque, como el cielo nuevo y la tierra nueva que yo haré subsisten ante mí —oráculo del Señor—, así subsistirán vuestra estirpe y vuestro nombre. 23Cada novilunio y cada sábado todo viviente se postrará ante mí —dice el Señor—. 24Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí: su gusano no muere, su fuego no se extingue. Serán el horror de todos los vivientes.